Amores persistentes: Los abuelos son expertos y pueden ayudar a sus nietos
Que sobreviva una pareja más de cincuenta años juntos, hoy en día es toda una odisea, pero tus nietos pueden lograrlo
Marta Martínez Aguirre
Persistencia
En mi jardín crece a toda prisa una enredadera que se abraza al muro. Parece mentira cómo se aferra la vida a un muro frío, en una danza helicoidal, las hojas verdes suaves y revoltosas trepan buscando la luz del mediodía.
Por la ventana, en cada despertar es lo primero que mis ojos buscan; mientras que alguno de mis gatos acomoda su columna debajo de sus hojas. Ellos saben que me agrada y sin reparo alguno con esa superioridad de los dioses que los soñaron, mordisquean suavemente las flores amarillas que crecen tímidamente entre sus ramas.
Esa enredadera en un inicio fue un pequeño gajo que planté con mucha expectativa, para convertirse en unos meses en esa belleza inquieta que me fascina. No sé si lo que me hechiza es su capacidad de regalarme sus amarillas flores, o es esa porfiada manera de enredarse alrededor de algo tan frío y tan distante. A ella no le importa cuanto tenga que estirar sus ramas con tal de fijar sus raíces aéreas a uno de los ladrillos, y una vez que lo logra se trepa y estalla en verde y oro sin timidez alguna. Alguien me dijo que su nombre científico es Senecio mikanioides, para mí se llama “persistencia”.
Que sobreviva una pareja más de cincuenta años juntos, hoy en día es toda una odisea.
El mundo de hoy está pensado para el consumismo efímero. Aunque en otras épocas la mayoría de las parejas se unían por factores que poco tenían que ver con el amor (arreglos matrimoniales que zanjaban deudas económicas, escándalos que se evitaban en el caso de un embarazo prematrimonial, etc.) Y aun así las parejas duraban hasta que la muerte llamara a la puerta por uno de ellos. Luego vino la época de la individualización del amor. Las personas empezaron a decir “quiero casarme porque le amo, porque tenemos proyectos, porque la felicidad es nuestra meta”. Eso fue un gran paso para el amor. Pero poco a poco la gente fue dejando paso al “yo” antes que al “nosotros”.
Hoy la mayoría de los hogares son monoparentales. Hay todo un proceso de ensayo: me caso, si no resulta me separo, me quedo solo o sola por un tiempo, picoteo por ahí y cuando encuentre alguien interesante quizás me case hasta que dure el encanto.
Los niños crecen con un joystick (control de videojuegos) en sus manos y cuando no resulta el juego como ellos quieren, lo reinician cuantas veces deseen o lo tiran a un costado y ponen otro distinto.
¿Cómo se puede pretender que el amor sea persistente y no una pantalla de juego?, si hoy en día la conveniencia individual y la falta de persistencia se está diluyendo en las nuevas generaciones.
De las pequeñas cosas proceden las grandes
Los niños necesitan escuchar una y mil veces, las historias de amor de sus abuelos, de aquellos que comenzaron la aventura del amor con un hornillo de queroseno, un colchón y cuatro muebles disparejos. Y de cómo ambos esperaban la hora de llegar a casa y para estar juntos tomando una sopa caliente y conversando por horas hasta que llegaba la noche y los acurrucaba el amor.
Las relaciones presenciales deben prevalecer sobre las virtuales
Es tiempo de que los abuelos rescaten sus cartas de amor, y cuenten cómo el cartero era esperado con impaciencia porque traía noticias de la persona amada y cómo la llegada del tren anunciaba el sueño de tenerlo a su lado. De los días “de visita” que tenían los novios, del esmero de bordar el ajuar, de cómo las madres preparaban a sus hijas para tener un hogar bello aún con dos o tres cacharros y de los padres que preparaban a sus hijos para saber tratar a una dama.
Es tiempo de que los adultos que hemos crecido en familias donde el amor era para siempre, alcemos la voz, y seamos capaces de enunciar aquellos valores que valían la pena. Que contagiemos el ejemplo de la hiedra que persiste abrazada al muro porque juntos saben que pueden vencer a la muerte.