Cómo perdonar una traición amorosa
El dolor producido por la ruptura amorosa es uno de los más aterradores que podamos soportar. Cerrarse al perdón es obstruir la felicidad, es ponerle un cerrojo al alma.
Marta Martínez Aguirre
Miramos el muñón abierto y no podemos creer que nos hayan amputado el amor. Es tan difícil aceptar que nos hieren y, sin embargo, es tan fácil quedarse aferrados a las heridas. Nos abrazamos al dolor una y mil veces, recurrentemente libramos nuestras lágrimas creyendo que con ellas vendrá la calma. Las situaciones incomprensibles siempre tienen esa manía de hacer añicos el orden de nuestras vidas, hacen de él un verdadero caos y nos desvelan desgarrando las certezas.
Juan Manuel no puede creerlo, mira la cuna vacía y grita a viva voz su agonía. Ágata se ha marchado con un compañero de trabajo, dejándolo sólo y sin que pueda acompañarla en el embarazo que supo no era de él. Habían unido sus vidas por amor, habían soñado con envejecer tomados de la mano. Pero nada de eso será posible: Ágata se enamoró de otro hombre y se marchó “para ser feliz”. Esas fueron sus últimas palabras escritas en un trozo de papel arrugado, mismo que Juan Manuel relee, tratando de encontrar una explicación para tanto dolor.
Cuando llegó a consulta supe que su vida estaba convirtiéndose en una perpetua pesadilla, donde el proceso del perdón estaba obstruido. “¿Cómo recuperarse de algo tan imperdonable?”, se decía a sí mismo en cada despertar. Juan Manuel estaba atascado en el padecimiento de la traición. Se había vuelto escéptico, ahora ya no creía en los valores que antes daban forma a sus convicciones.
El dolor producido por la ruptura amorosa es uno de los más aterradores que podamos soportar. La traición del ser amado es más atormentada y punzante que la muerte, porque obliga, en vida, a una rendición ante el fin del amor soñado. Roger Martínez Peniche, experto en intervenciones en crisis, plantea que existen cinco fases para alcanzar el perdón. Juan Manuel está tratando de transitarlas y quizás te puedan ayudar a ti también:
Dar nombre a la herida
Para ello es necesario que analices qué produjo en ti la herida, ¿rabia?, ¿miedo?, ¿deseos de venganza?, ¿tristeza?. Hay que aprender a reconocer las emociones que sientes, para sacarlas afuera, mirarlas a los ojos y darte cuenta que la vida ha cambiado drásticamente a partir de ese suceso. Si ocultas las emociones, te será difícil asumir que estás en crisis y es tiempo de empezar a salir de ella.
Aceptar la herida
Esta fase te lleva a reconocer que la persona que alguna vez amaste te ha dañado, y que por lo tanto tiene la capacidad de herir. Si te aferras a que “no pasó nada”, te será difícil asumir que la responsabilidad de sanar está en ti. La mayoría de las personas que han pasado por un dolor así, se quedan aferradas a la negación del hecho: es un modo inconsciente de defenderse del dolor con el fin de no sentirlo. Pero la negación no hará otra cosa que impedir que inicies el proceso del perdón.
Culpar al culpable
Si vas a perdonar, es porque alguien deber ser culpable. Es necesario culpar a quien te hirió, de ese modo dejas de culparte por no haber sabido evitar lo ocurrido y te haces responsable de la parte que te toca. Quizás es tiempo de analizar los hechos y pensar, ¿será que pasaste demasiado tiempo fuera de casa?, ¿el afán de tener más cosas, robaron horas al matrimonio?, ¿las redes sociales entraron en las sábanas?.
Nivelarnos con quién nos hizo daño
En apariencia, frente a una traición hay una posición de desigualdad frente al hecho, pero no se trata de estar a un nivel moral más alto que quién te traicionó. Es preciso admitir responsabilidades compartidas. No hay vencidos, ni vencedores.
Otorgar el perdón
Es parte de reconocer que quien te dañó no tiene una deuda contigo. Perdonar es dejarlo libre y empezar a descubrir que tú también lo eres y puedes iniciar un nuevo camino de felicidad.
Cerrarse al perdón es obstruir la felicidad, es ponerle un cerrojo al alma, endurecerla y creer que, de ese modo, ya nadie nos volverá a dañar. Pero no se puede vivir huyendo. Aunque duela, hay que enfrentar la crisis y recuperar la paz.