Cómo salvar el mundo, sin salir de casa

Solo basta mirar a nuestro alrededor para encontrar a alguien que necesita algo y cuando leemos o vemos las noticias, nuestro corazón se hace pequeño pues vemos sufrimiento por doquier. ¿Cómo poder ayudar a tantos, estando tan

Emma E. Sánchez

Admiro mucho a mi suegra: una mujer ya entrada en sus ochenta años, viuda, que se esfuerza mucho para continuar siendo autosuficiente en todo sentido de la vida. La admiro de muchas formas, pero la cualidad por la que más la respeto y amo, sin lugar a dudas es el sabio y generoso corazón que posee. Desde que le conozco, siempre brinda ayuda o consuelo a quienes se cruzan por su camino, y como buena mujer latina, mucho de su amor lo manifiesta alimentando a los que ama. Muchas veces hemos llegado a su casa y la hemos encontrado cocinando algo para alguien, o regresando de llevar una sopa o un caldo a alguna vecina. Durante algunos años, cada tercer día dio de almorzar al señor del aseo público y nadie que pidiera limosna en su puerta se iba sin comer un “por lo menos un taco”, o tomar un vaso de agua. Su generosidad alcanza inclusive a una manadita de perros callejeros de los que se hace cargo, y a sus amados pajaritos.

Y con todo lo bueno que ya hace, a veces se siente impotente por no poder hacer más por más personas. Creo que somos muchos quienes experimentamos este tipo de sentimientos.

En la Biblia, el libro de Mateo, capítulo 25, versículo 4, nos dice: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Claramente comprendemos que es el amor por el Salvador lo que nos mueve a ser generosos y a buscar el bienestar de todos los que conocemos o nos rodean. Pero cuando nos enteramos de las necesidades, dificultades o dolores que nos sobrepasan, llegamos a sentirnos desfallecidos o “siervos inútiles”, y olvidamos que Dios nunca nos pide hacer algo sin antes darnos las formas y los medios para lograrlo.

¿Cómo puedo ayudar a quienes sufren y padecen lejos de mí?

Nuevamente, en las escrituras encontramos que el ayuno es la respuesta. Isaías, en el capítulo 58, desde el versículo 6 y hasta el 11, nos dice:

“¿No es más bien el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de la maldad, soltar las cargas de opresión, y dejar libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No consiste en que compartas tu pan con el hambriento y a los pobres errantes alojes en tu casa; en que cuando veas al desnudo, lo cubras y no te escondas del que es tu propia carne? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se manifestará pronto; e irá tu rectitud delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te responderá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitas de en medio de ti el yugo, el señalar con el dedo y el hablar vanidad; y si extiendes tu alma al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía; y Jehová te guiará siempre, y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego y como manantial cuyas aguas nunca faltan”.

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Ayunar, esto es, abstenerse de comer y beber durante algún periodo, nos da la oportunidad de ponernos en sintonía con los afligidos, conocer sus necesidades y llegar a ser la herramienta o el medio para que éstas sean satisfechas. Tu ayuno puede llegar a ser aún más poderoso cuando el dinero que hubieras gastado en tus alimentos, lo donas, ya sea a alguna institución de beneficencia nacional o a nivel mundial; así la ayuda específica puede llegar exactamente a quien lo requiere. Henry B. Eyring, profesor de Stanford y catedrático del MIT comentó al respecto: “La ofrenda de ayuno de ustedes hará más que alimentar y vestir cuerpos; sanará y cambiará corazones. El fruto de una ofrenda voluntaria puede ser el deseo en el corazón de quien la ha recibido de ayudar a otras personas necesitadas. Eso sucede en todo el mundo”.

No podría explicarte cómo hace Nuestro Señor para cuidar de todos sus hijos, lo que sí sé sinceramente, es que se vale de todos y cada uno de nosotros para llevar el socorro y el consuelo necesario. El ayuno es una de las mejores maneras de llegar a ser un instrumento en sus manos.

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Emma E. Sánchez

Pedagoga y Terapista familiar y de pareja. Casada y madre de tres hijas adultas. Enamorada de la Educación y la Literatura. Escribir sobre los temas familiares para ayudar a otros es mi mejor experiencia de vida.