El diagnóstico del TDAH, una salida fácil para muchos médicos.
¿Tu hijo fue diagnosticado con trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH)? ¿Cómo saber si en realidad necesita medicación?
Marta Martínez Aguirre
Paulo camina sin parar por el salón de clases. En su casa se trepa a todos los muebles. A la hora del almuerzo no para de mover los pies bajo la mesa, y hace ruidos con los cubiertos. Hay que repetirle las cosas muchas veces, y aun así las olvida. Interrumpe las conversaciones. Le encanta ir a la escuela, pero no puede permanecer cinco minutos sentado. Se levanta por las noches y enciende el televisor de la sala.
Guillermina no deja de llevarse el lápiz a la boca, se distrae en clase y vive en las nubes. Nunca sabe qué es lo que la maestra dijo en el aula o cuál es la tarea. Ha olvidado ya tres veces la mochila en el ómnibus. Su maestra trata de apoyarla, pero ella no logra estar al nivel de sus compañeros. Hay tardes en las que se angustia mucho y corre a un rincón de la clase a llorar. Siempre encuentra algo que la distrae.
Gastón limpia la goma en la pared una y otra vez. Casi siempre olvida algo y tiene que llamar a sus padres para que se lo lleven al colegio. No se siente bien con su imagen, pues tiene algunos kilos de más, pero no deja de comer golosinas. En el salón de clases va de un asiento a otro pidiendo algún útil prestado. A veces tiene miedo de levantar la mano y participar en clase. Sus notas no son tan buenas, se esfuerza pero dice que nada le queda en la cabeza. Si algo lo altera no piensa y no actúa, agrede a sus compañeros, pero se arrepiente luego profundamente.
Cuando conocí a estos niños eran sospechosos de un posible trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDHA): Paulo, con el agravante de “sub tipo hiperactivo-impulsivo”; Guillermina, con un perfil “sub tipo inatento” y Gastón, con “sub tipo combinado”. Luego de re-evaluarlos les suspendieron la medicación, pues los psiquiatras tratantes admitieron que ya no era necesaria. Paulo no era el problema, sus padres no consideraban que los límites eran necesarios; Guillermina, por su parte, tenía inmadurez e inseguridad y Gastón un mal control sobre sus impulsos. La solución fue ayudarlos a auto-monitorear sus emociones.
Aunque siempre es recomendable asistir en persona a consulta, desde hace varios años decidí atender a mis pacientes a domicilio debido a ciertas sintomatologías, como estados depresivos, ataques de pánico, fobias o alguna dificultad de tiempo o de lugar, o dolencia física. De este modo puedo ver a los pacientes en su propio entorno, y darme cuenta de aquellos síntomas o rasgos de personalidad que en el consultorio no suelen aparecer. Siempre digo que los pacientes pueden ir “maquillados” a consulta, pero en la vida real (sus hogares) es muy difícil encubrir el desorden, la falta de disciplina, la tristeza de la casa, la pobreza que cuelga de las paredes, el maltrato, el alcoholismo, una madre depresiva o un niño rico desde lo material y profundamente pobre en sus emociones, y huérfano de padres presentes.
La mayoría de las veces los síntomas enmascaran una realidad más compleja y que muchas veces pasa desapercibida en el consultorio. Por ello, esta primera parte pretende ser una guía para orientarte antes de asistir a consulta con alguno de tus hijos:
Cerciórate de que va a ser evaluado por un equipo multidisciplinario
Es esencial que la valoración profesional incluya psicólogos, neurólogos, psicopedagogos y psiquiatra infantil.
Exige que el diagnóstico sea diferencial
Puede parecer que esto es algo implícito en el diagnóstico, pero a veces, debido a las grandes demandas de consultas y al escaso tiempo, el diagnóstico suele centrarse sólo en algunos aspectos. Se debe descartar que su sintomatología no sea debido a otras causas.
Que los maestros y personas cercanas al niño sean partícipes de la evaluación
aportando datos de las conductas y estados de ánimo del niño. Los maestros son los socios fundamentales del equipo de salud; pídele un informe detallado sobre las conductas observadas en clase, en el recreo y en actividades extracurriculares, de ser necesario.
Cuenta aún aquello que pueda parecerte irrelevante
Recuerdo a un niño que estaba medicado por TDAH, era un verdadero zombie. Su madre nunca había relatado a ningún profesional que su situación económica era muy difícil, y apenas podía subsistir a fin de mes. La ropa que el niño llevaba a consulta era de vecinos o amigos. Como no tenía dinero para ir en ómnibus caminaban dos horas para llegar a tiempo al hospital. Cuando acudí a su domicilio comprendí que este bello niño se había auto convencido que con su inquietud iba a ser aceptado por los demás. Cuando fortaleció su autoestima los síntomas desaparecieron y la psiquiatra le suspendió la medicación. Incluso, su madre puso en práctica algunos consejos y desarrolló habilidades insospechadas que le permitieron mejorar su economía. Recuerdo también a una niña que al aparecer su mascota perdida el TDAH desapareció junto con la ritalina; sin embargo, nadie se percató de su angustia, que no sabía cómo manejarla.
Agota todos los recursos antes de recurrir a la medicación
Pide asesoramiento en estrategias de manejo de la conducta, de comunicación, y que el niño sea entrenado en el autocontrol de sus emociones. Asimismo, que sus maestros reciban capacitación en estas áreas.
Exige tratamiento psicológico y psicopedagógico
Ambos son necesarios con el fin de sostenerlo en sus emociones y dificultades, así como para mejorar sus habilidades en la escuela, técnicas para aprender a estudiar y concentrarse.
No todo niño que se mueve de un lado a otro o es inatento tiene TDAH. De ser así, hasta el demonio de Tasmania deberá ser socio vitalicio de la farmacia de la esquina.
El punto de vista del autor no necesariamente representa la opinión editorial