El mejor regalo no es el que se da en el último momento

Así como mi padre me demostró su amor con el batimóvil, aceptar a Cristo, como regalo, es aceptar la total pasión de Dios como Padre. El mejor regalo no se da en el último momento.

Marta Martínez Aguirre

Dondequiera que entres, por estos días, las guirnaldas están encima de ti, ni qué decir de los chirimbolos multicolores y los renos de peluche. Desde que la globalización tocó la puerta, puedes tener en tu sala un pino cubierto de nieve aunque afuera, en tu terraza, la temperatura esté a 38°C.

Este mes es extraordinario: la gente consigue -de algún cajón que desconozco- una cuota extra de simpatía. Todos se saludan, se agradecen y se envían mensajes de textos con deseos maravillosos, intercambian paquetes enormes con moños aterciopelados y hasta son capaces de decirle cosas agradables a la suegra, aunque caiga de visita de forma inesperada. Lo que más me impresiona es ver la emoción de los niños cuando hablan de su lista gigantesca de regalos. Regalos de Navidad, frase mágica que sacude las aurículas y aumenta de forma considerable las palpitaciones.

Uno de mis regalos favoritos, el que más recuerdo, es el auto de Batman. Las muñecas con vestidos de terciopelo y los juegos de cocina no eran para mí, yo prefería, por lejos, la naturaleza, las aventuras y la sensación de sentirme segura. Y Batman me proporcionaba todo eso. Él era mi héroe. Las otras niñas no tenían ni idea, pero a mis tres años yo era su fan número uno a través de la pantalla. Cuando mi padre leyó la carta, se quiso morir. Yo le había pedido a mi madre que escribiera por mí que lo único que deseaba tener era un auto como el de Batman.

Mi padre bien pudo hacerse el oso y comprarme una casa de muñecas o una máquina para hacer helados. Pero él me conocía, sabía que no iba a conformarme con una respuesta evasiva al abrir el regalo, y menos todavía aceptar una excusa. De modo que por la noche cerró el consultorio temprano, y luego de despedir al último paciente, puso manos a la obra: tomó lápiz y papel y diseñó el batimóvil. Al otro día fue a un remate y trajo a escondidas un auto a pedal, absolutamente arruinado, que guardó lejos del alcance de mi curiosidad. Durante una semana no llegó a cenar a tiempo, tenía una cita con mi pedido especial de Navidad. Golpes de martillo por aquí, soldaduras por allá, macilla, remaches y latas de pintura, más acá, fueron convirtiendo un simple autito a pedal en un fantástico y sorprendente auto de Batman, único en el país. Años después supe que decenas de padres golpearon a la puerta de casa preguntando dónde podían conseguir uno igual.

¿Tienes un regalo similar en tus recuerdos? Sí, estoy segura de que lo tienes, todos atesoramos uno dentro de nuestro corazón, envuelto todavía en celofán rojo y dilatando nuestras pupilas al máximo. Papá me amó de forma incondicional, por eso sacrificó sus horas de descanso y sus manos de dentista. Él no se conformó con decirse: “Es pequeña y voy a llenarle el ojo con algo que esté de moda”. ¿Y sabes qué? Lo mismo sucedió con Dios.

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Él no quiso darte un regalo de último momento

Ese que eliges cuando recuerdas que te has olvidado del cumpleaños de alguien, o estás a punto de subirte al avión. Dios quiso darte un regalo tan grande como su amor de padre. ¿Has leído la notita? Es para ti, y la escribió con sus manos. Lucas 2:11, no te deja lugar para la duda: “Os ha nacido, hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”.

Con su regalo viene su gracia inmerecida y, con ella, te concede limpieza para tu alma llena de manchas y sanación para tus heridas. Todo comienza con un poco de fe: casi de inmediato te zambulles en el manantial de vida, porque eres bendecida, escogida, adoptada, aceptada, redimida y perdonada.

Aceptar su regalo es descubrir que tu vida se transforma y que el historial de infidelidades, errores y maldades queda caduco. El regalo de Dios te estimula, te dispone al cambio y luego te da la autoridad de llevarlo a cabo. Así como mi padre me demostró su amor con el batimóvil, aceptar a Cristo, como regalo, es aceptar la total pasión de Dios como Padre por ti.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: