Mantener la fe en situaciones desesperadas
¿Te has preguntado por qué se dice que la esperanza muere al último? Es así porque cuando muere ésta la persona misma muere por dentro. Entonces, ¿cómo mantener viva la esperanza?
Oscar Pech
Perder el empleo
Hace seis años yo era otra persona, creo, con circunstancias diferentes. Tenía un trabajo con un salario extraordinario, pero me preocupaba que mi jefe a nivel nacional ya no me enviara correos a mí, sino a uno de mis subordinados. Le escribí. Su respuesta fue parca (sus correos eran cada vez más sucintos): “No se preocupe. Confíe en mí. Todo va a estar bien”. Y a las dos semanas me despidieron.
Una semana antes se descompuso nuestra camioneta. Estuvo una semana en el taller y el mecánico la arreglaba, nos la devolvía en la tarde, en la mañana no arrancaba, yo se la volvía a llevar, él la regresaba por la tarde, al otro día no arrancaba, etcétera; así, por una semana.
Problemas de salud
Las situaciones se nos juntaban. Justo entonces mi esposa necesitó una tercera opinión: algo que parecía un herpes Zóster se extendía por su hombro hacia el cuello. Vivíamos en un pequeño pueblo de Chihuahua. El especialista más cercano estaba en Ciudad Juárez, a tres y media horas en carretera. Contactamos con una excelente dermatóloga. Le dio cita para un viernes, y allí inicia nuestra historia.
La lucha interna
Toda esa semana busqué empleo, dieciséis horas diarias, vía Internet, por todas partes. Quien ha buscado trabajo sabe cuán desmoralizante y cansado puede ser no encontrarlo, pero uno, como padre de familia con hijos pequeños, sabe que, por encima de todo, debe mostrar buen ánimo y buscar que la familia esté más unida y fuerte que nunca.
Me negaba a sufrir mi duelo. 23 años trabajando para una empresa no era poca cosa, pero mi principal lucha era otra. Esas frases: “No se preocupe. Confíe en mí. Todo va a estar bien”, me molestaban a tal grado que a veces no me podía concentrar en la búsqueda de empleo. El esfuerzo por sacarlas de mi mente era constante, supuso una lucha interna muy fuerte, hasta que decidí que iba a confiar en que todo saldría bien, y que no había de qué preocuparse.
El viaje a Ciudad Juárez
Ya dije que mi esposa tenía consulta con la dermatóloga. Eso era bueno, yo necesitaba distraerme: buscar trabajo a veces puede ser algo que te orille a la desesperación. Necesitaba cansarme un poco, pero en otras cosas. Salimos de casa muy temprano un día de verano seco y cálido: alrededor de 30°C a las diez de la mañana y, para ahorrar gasolina, decidimos que cuando llegáramos a los 35°C cerraríamos las ventanas y encenderíamos el aire acondicionado.
Recorrer el norte de Chihuahua es viajar por un desierto panorámico donde se encuentra un pueblo perdido cada hora y no hay muchos automóviles en la carretera. Justo cuando dejamos atrás La Ascensión alcanzamos los 35°C, prendí el clima, pero éste no funcionó. En el tablero se encendió una luz roja de alerta que indicaba que el acumulador había dejado de cargar. Al llegar al entronque de Palomas se sentía cómo el motor batallaba. Una hora hacía falta para llegar a un taller en Ciudad Juárez, y era claro que la camioneta no lo iba a lograr. Faltaba, precisamente, la parte más solitaria y arenosa de todo el recorrido. Quedarse atorado en ese desierto sería de veras muy peligroso. Salimos de nuestra ruta y giramos hacia el norte, hacia Palomas, frontera con Columbus, Nuevo México. Palomas es un pueblo diminuto de terrenos baldíos, de la más solitaria pobreza, lleno de negocios abandonados. A Palomas hicimos media hora, tiempo en que se escuchaba cómo el motor de la camioneta se forzaba más y más.
¿Qué hacer en una situación así?
Habíamos estado una semana sin la camioneta, por el mismo problema, y eso había costado 2 mil 500 pesos. Es peligroso, además, pasar la noche en un pueblo fronterizo, casi fantasma, donde se decía que se ocultaban narcotraficantes. Le pedí a mi familia que oráramos por turnos, como se dice de Abraham en Romanos 4:18, que “creyó contra toda esperanza”:
“Padre”, decíamos, “tú puedes hacerlo todo. Puedes hacer que la camioneta se componga sola, e incluso puedes hacer que encontremos en este pueblo quién nos ayude a componerla. Estamos en tus manos, y sabemos que tú puedes hacerlo”. Yo no dejaba de pensar en este video llamado “Cosas buenas que vendrán”. (Si lo deseas, primero ve el video y luego regresa a terminar de leer el artículo)
Llegamos a Palomas, con su calle principal ancha y vacía a 45°C al mediodía, con los comercios cerrados. “Yo manejo, ustedes busquen un taller eléctrico”, dije. Pero no: Nada. Simplemente no dábamos con ningún taller. Nos detuvimos ante una tlapalería, apagué el motor, con el temor de que ya no arrancara de nuevo, y pregunté por un eléctrico; el dueño del local salió, resguardándose los ojos del resplandor del sol haciendo visera con la mano; me dijo: “Aquí solo hay uno, pero está difícil llegar con él. Mejor, vaya con Gera, está seis calles hacia allá, siguiendo esa avenida. Es un buen mecánico. Seguro que podrá ayudarles”.
Nos internamos en calles de terracería cubiertas de una capa densa de polvo. Llegamos al taller de “Gera”. En tres minutos supo qué tenía la camioneta. Y en dos horas, por solo 200 pesos, arregló lo que nuestro mecánico no había hecho en una semana, y pudimos seguir nuestro viaje, con algunos ajustes.
Vendrán cosas buenas
Ignoro si no es demasiado evidente cuál es el punto de esta historia. Yo tengo mis desafíos (que, lo confieso, a veces me parecen abrumadoramente enormes). Tú tienes los tuyos, y estoy seguro que a veces te parecen insuperables. Pero esto no es un concurso de problemas abrumadores: yo tengo para mí que a cada quien le toca según su capacidad. Pero tres cosas son bien ciertas:
- No te preocupes: confía en el Señor y sus siervos
- Dios es un Dios de milagros, y obra en nosotros de acuerdo con nuestra fe y
- No lo dudes, sigue caminando: vendrán cosas buenas.
Acaso las tres cosas se resumen en solo una: Ten fe. No te des el lujo de permitir que tu fe decaiga, porque eso solo hará que las circunstancias vayan contra ti. Vendrán cosas buenas.