Las familias felices sí tienen historia
Socialmente parece más natural narrar la tragedia que la felicidad. Este artículo trata de mostrar que también es posible narrar la felicidad cuando se trata de historias familiares.
Etana Nasser
“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. Esta afirmación tan contundente es el inicio de la novela Ana Karenina, del escritor ruso León Tolstoi. Trazar la trascendencia literaria de esta novela, sin embargo, no es el propósito de este artículo, sino reflexionar en la frase inaugural y en el eco tan prolongado que puede tener una idea como ésta en la vida de las personas, conozcan o no la novela de Tolstoi.
Leamos con atención: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. ¿Es decir que las familias felices son todas tan semejantes, tan iguales, que no merecen la pena contar su historia? Si esto es cierto, las historias de las familias infelices tienen, al menos, la posibilidad de ser narradas, porque ellas sí tienen un motivo especial para sentirse desgraciadas. Al margen de considerar que esta es una premisa del mundo de la ficción, lo triste es voltear a nuestro alrededor y percatarnos de que muchas personas de nuestra realidad cotidiana sienten que, precisamente porque son infelices, tienen motivos especiales para relatar su desgracia a las personas que las rodean. ¿Quién no ha sido paño de lágrimas de alguien, sea éste un familiar, un amigo, un compañero o un mero conocido circunstancial? Todos tienen su manera especial de contar su desgracia, todos tienen motivos especiales para narrar la excepcionalidad de su desventura.
La avalancha de películas comerciales, telenovelas y teleseries es tan avasallante en la vida moderna que resulta sumamente natural para las personas considerar que las historias que merecen la pena ser contadas son aquellas en las que el dolor, la tragedia y la desilusión están presentes. Basta pensar en el auge de los “talk shows”, en donde la televisión no sólo ha encontrado una manera de capitalizar la miseria y la desgracia, sino también ha inducido a millones de personas a creer que la victimización es la única forma de ser aceptado, reconocido e, incluso, aplaudido.
¿Qué hacer para dejar de creer que las familias felices no tienen historia? Aquí algunas estrategias:
Felicidad no es facilidad
No conozco a nadie que pueda afirmar que una familia es feliz simplemente porque no tiene conflictos. Todo lo contrario: las familias felices lo son porque aprenden a superar las dificultades, porque reconocen los problemas y buscan soluciones, porque asumen que la felicidad no es una condición dada sino una disposición para favorecer y fortalecer la unión entre los integrantes. ¿Y cómo se logra esto? Disociando la felicidad de los falsos sinónimos que se le atribuyen: el confort, la alegría fácil o una meta alcanzada.
Hay motivos para ser feliz
Así como las familias infelices tienen sus motivos especiales para serlo, lo mismo podríamos decir de las familias felices, ellas también tienen sus motivos. Cuando los integrantes de una familia saben que cuentan los unos con los otros en cualquier circunstancia, cuando confían en la opinión de sus padres o sus hermanos para tomar una decisión, cuando brindan su tiempo para escuchar al otro, cuando se cruza una mirada de complicidad o cuando se comparte una comida… sean gestos cotidianos, acciones extraordinarias o apoyos incondicionales, siempre hay motivos para ser feliz, aun cuando algún integrante funcione como aguafiestas, el mero hecho de aprender a defenderse o a sobreponerse a ese agente negativo, implica una motivación para estar mejor.
La historia familiar se reescribe
En las historias de ficción siempre hay un principio, un desarrollo y un desenlace. En la vida no. La historia familiar no tiene puntos finales, se reescribe día a día y ni siquiera la muerte es capaz de terminar la biografía de una familia. Es más, a veces la muerte es el punto de partida para recuperar la memoria de un ser querido o una manera de entablar un diálogo diferente con él.
En nuestra realidad no podemos darnos el lujo de creer que las familias –así, sin adjetivos- no tienen historia. Sí la tienen, sólo que, bajo el influjo de los discursos sociales predominantes, quizá no hemos aprendido aún a contarnos la historia de la felicidad.