¿Tienes resentimiento hacia tu pareja?

Por supuesto, hay casos de maltrato físico, pero hoy no hablaremos de eso, sino de parejas comunes, en las que alguien no logra perdonar hechos, palabras, actitudes de su pareja. ¿Qué se puede hacer al respecto? Aquí hay algunas recomendaciones.

Oscar Pech

Hace tiempo alguien me dijo: “Todos los inicios de una relación son únicos y maravillosos, pero el final es siempre el mismo”. No estoy de acuerdo con ello. Se puede ser feliz por siempre en pareja si ambos aprenden a caminar el uno al lado del otro, con un mismo objetivo en común. Acaso uno de los problemas más fuertes se da cuando alguien lastima a su pareja, y éste queda sin solucionar; cuando alguien lleva en su mente una especie de libro de cuentas con los errores y fallas de su pareja. Borges, en Fragmentos de un evangelio apócrifo, escribió: “No odies a tu enemigo, porque al hacerlo eres de alguna manera su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz”. Y ese es el título de estas palabras. Piensa, por un momento: ¿el resentimiento te ha hecho esclavo de tu pareja?

El problema con el resentimiento es que, como todas las adicciones, genera dependencia y desarrolla tolerancia. Quien lo prueba corre el riesgo de desarrollar el “gusto” por el amargo resentimiento; por el acre rencor y, de alguna manera extraña, disfruta de ellos. Si entiendo bien, en realidad el antídoto contra el resentimiento no es uno, sino varios. Aquí mencionaré solo tres:

  1. Deja de hurgar en el pasado. Una leyenda zen cuenta que un monje y su discípulo, de camino al monasterio, tenían que cruzar un río. En la orilla estaba una mujer muy obesa y elegante, que también quería cruzar, pero el río estaba muy alto. Así que el monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla. En cuanto la depositó en el suelo la mujer los miró con desdén y se fue, sin decir gracias. El discípulo se puso furioso. No dijo nada, pero hervía por dentro. Recorrieron varias leguas en silencio y, al llegar al monasterio, el discípulo, enojado, se volvió hacia el monje y dijo: “Era tan pesada… y ni siquiera nos dio las gracias”. El monje se rio; dijo: “Sí, yo la llevé y era pesada. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando”. El pasado es muy pesado. Tiene orillas tan filosas que cada vez que las tocas tus heridas se hacen más profundas. Deja de cargarlo. Cuando dejas el pasado en el pasado, cuando dejas de considerar lo que tu pareja dijo, hizo o debió hacer y decir, pero no lo hizo, tu vida se vuelve mucho más ligera.
  2. Soluciona los problemas a tiempo. Permíteme contarte la historia de una pareja: alguien a quien quiero mucho barría el patio de su casa. A la escoba, en el patio, le daba el sol, la lluvia, el aire: su mango estaba lleno de grandes astillas. Entonces, al barrer, él se clavó una astilla de veras grande en el dedo anular de la mano derecha. Trató de sacarla, pero como él es derecho, mientras más trataba de sacarla más se enterraba. La astilla era muy grande y dolorosa. Pensó en pedir ayuda a su esposa, pero es una mujer dura, que cuando se enoja puede durar semanas saboreando el dulce líquido de su anticongelante espiritual. Semanas en las que él se volvía, para ella, el hombre invisible. Cuando por fin su esposa habló, y pudo haber ayudado, de mala gana revisó su dedo, pero ya la astilla se había clavado tan profundamente en su dedo, que ni siquiera era visible. Y, aunque ya no se veía, él ya no pudo volver a doblar igual el dedo. Por eso dijo Pablo en Efesios 4:26: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Si se pone el sol sobre tu enojo, cuando te despiertas ya no encuentras la astilla y esas astillas te envenenan. Si tienes que arreglar algo con tu pareja, aunque te desveles, no te duermas hasta que quede solucionado. Al otro día, aunque desvelado, te sentirás mejor. Quien llega a acostumbrarse a dormir con el problema sin resolver, en espera de que la noche “borre” las cosas, puede hacer que su pareja le encuentre el gusto al resentimiento.
  3. Obedece la ley más difícil. Sí, la cuarta, y acaso la más difícil de todas es, simplemente, olvidar. Todos conocemos la historia del hombre que fue mordido por una serpiente venenosa. Solo hay tiempo para una cosa: o se extrae el veneno y sobrevive, o busca a la serpiente para matarla, y mueren ambos. Una antigua leyenda judía dice que, después de mucho tiempo, Caín y Abel vuelven a encontrarse, una noche helada, ante una hoguera. Ambos permanecen mucho rato en silencio, cada uno de su lado del fuego, hasta que Abel dice: “Ya no lo recuerdo, dime por favor: ¿fui yo el que te mató, o tú me mataste a mí?”. Esa es, creo, la verdadera medida del perdón.

La amargura y el resentimiento son venenos que acaban con cualquier felicidad y, a veces, lo mejor que podemos hacer, por mucho que hayamos sido lastimados por nuestra pareja, es dejar de hurgar en el pasado, solucionar las cosas a tiempo y olvidar.

A veces nos sentimos débiles, sin fuerzas para perdonar, para tomar esa medicina que es el olvido. Si necesitas una transfusión de ayuda espiritual, pide por ello. A eso le llamamos oración. El orar es una medicina espiritual poderosa. Las instrucciones para su uso se encuentran en las Escrituras.

Como dijo recién ese gran maestro, Henry B. Eyring, no hay dos familias iguales; así que no hay consejos específicos que funcionen, pero hay un mismo sendero a la felicidad. Y ese es seguir todos los mandamientos del Padre. Eso sí se aplica a todos. Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante de los diez, dijo dos que no estaban entre ellos, y que pueden resumirse en uno: “Ama”. Sin duda eso te llevará al perdón y éste, a la paz.

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Oscar Pech

Oscar Pech ha dedicado su vida a la enseñanza, la lectura, la escritura y la capacitación en diferentes partes de la República mexicana. Es una persona profundamente comprometida con la familia y los valores morales.