Mi hija y su bikini amarillo

Permitir que nuestros hijos tomen decisiones es ayudarles a crecer, que asuman las consecuencias es ayudarles a madurar.

Emma E. Sánchez

Siempre supe que enseñar a mis hijas a vestir con modestia era una buena idea. Di por hecho que ellas simplemente obedecerían sin cuestionar mi decisión por ser correcta, pero una ellas, con solo seis años de edad puso a prueba mi autoridad, mis creencias y mi paciencia.

Todo comenzó con la invitación de ir a la playa. Al hacer los preparativos para el viaje, nos dimos cuenta de que a las niñas ya no les quedaban los trajes de baño, por lo que fuimos a un almacén para comprar unos nuevos. Dos de las niñas escogieron trajes de baño completos, sin grandes escotes, cómodos y de colores muy alegres, ¡me sentía muy complacida con sus decisiones! Cuando de repente, noté que la tercera de mis hijas, miraba detenidamente los bikinis, despacio, uno tras otro. Los veía con cuidado y los sobreponía en su ropa, imaginando, creo, cómo se le verían. Yo comencé a inquietarme, cuando finalmente vino hacia mí y sonriente me dijo: “Yo quiero este”. Traté de guardar la calma y buscando las palabras adecuadas, traté de explicarle que no me parecía muy cómodo ese bikini, que era demasiado pequeño. Le mostré otros trajes en dos piezas, un poco más cubiertos, con tirantes más anchos y con la parte inferior más larga, pero lo que le mostrara o dijera yo estaba de más: ella había tomado una decisión. El bikini amarillo era su elección y para ella era perfecto.

Permitirles tomar sus decisiones es ayudarles a crecer

Fue la primera vez que traté de sobornarla para que cambiara de decisión: le ofrecí comprarle algo más si cambiaba de opinión. Traté todo lo que pude, lo último era simplemente no comprarle nada, hasta que ella escogiera lo que yo quería y que me parecía correcto imponer. En mi mente pasaron muchas ideas: que yo no podía permitir que mi hija desafiara mi autoridad con su decisión, si yo estaba siendo exagerada en las normas de vestir, etcétera. Pensé también que yo solo quería que mi hija supiera que las normas eran correctas y eran para su beneficio, y que por encima de todo, yo la amaba. Fue entonces que tuve la impresión de permitirle llevar el bikini y dejar de pelear con ella. Verla contenta no me hacía feliz a mí, por lo que tuve que ejercer mucha paciencia y no decirle nada más.

El día de ir a la playa llegó. Todos estábamos emocionados y las niñas no tardaron en quitarse su ropa y salir corriendo al mar. Mi hija llevaba puesto su diminuto bikini y, no puedo negarlo, me sentía triste por no haber podido disuadirla. En eso estaba cuando ella comenzó a gritar fuertemente, pidiendo ayuda. Pensando en una emergencia, mi esposo dejó todo y corrió por su hija. Cuando los alcancé, él ya la tenía en brazos y ella lloraba con gran tristeza: una ola la había revolcado y, aunque estaba espantada, lloraba más de vergüenza que de susto, pues el mar le había arrancado el bikini dejándola desnuda frente a los demás bañistas.

Permitirles asumir las consecuencias es ayudarles a madurar

Pasó gran parte del día triste, sentadita a la sombra y a pesar de estar vestida, seguía cubriéndose con su toalla. Me acerqué para ofrecerle algo de comida y decirle una vez más que fuera a jugar con sus hermanas, que se divertían en la playa bajo el sol radiante. Mi pequeña no decía nada, pero comenzó a comer y al cabo de un rato ya se había ido a jugar también.

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Esa noche al irse a dormir, me preguntó si podíamos ir a comparar otro traje de baño al día siguiente, porque quería volver a nadar. Y así lo hicimos: ya en la tienda, sin decirle nada, ella escogió un traje completo, de tirantes gruesos, era amarillo igual que el primero. Le dije que si lo prefería, podíamos comprar otro bikini, a lo que ella respondió: ¡No mamá, este está mejor!

Mi historia es pequeña, pero recordarla me ha ayudado a entender que aunque yo enseñé lo que considero correcto, mis hijas muchas veces tomarán sus propias decisiones. Es mi privilegio y oportunidad estar a su lado cuando ellas deban asumir sus consecuencias. La experiencia del bikini amarillo ha sido un excelente ejemplo para recordar a nuestras hijas que el vestir modestamente y de manera apropiada les hará sentir cómodas para moverse y divertirse. Cuando la adolescencia llegó a casa, pasó sin mayores problemas o discusiones por el uso de ropa inapropiada. La historia del bikini amarillo nos enseñó esa gran lección.

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Emma E. Sánchez

Pedagoga y Terapista familiar y de pareja. Casada y madre de tres hijas adultas. Enamorada de la Educación y la Literatura. Escribir sobre los temas familiares para ayudar a otros es mi mejor experiencia de vida.