Palabras mágicas para definir el futuro de tus hijos
Nuestras palabras definen quienes somos y quienes podemos llegar a ser. ¿De qué manera tus palabras están definiendo el futuro de tus hijos?
Mariana Robles
Cuando yo era niña, había una práctica nada pedagógica entre los profesores de la escuela a la que asistía: asignar a los niños una banca según su calificación en las más recientes evaluaciones. Así, había una fila (la más cercana al profesor) donde se sentaban quienes habían obtenido una calificación entre 9 y 10 (siendo 10 la nota más alta); la siguiente fila de bancas era ocupada por quienes habían obtenido 8, y así, hasta llegar a la fila de quienes habían obtenido una nota apenas suficiente para aprobar, o francamente reprobatoria. Esa era “la fila de los burros”, bautizada así por esa clase de crueldad candorosa y sin límites que solo los niños pueden tener. Mes con mes, cambiábamos de banca y a veces de fila, según nuestras calificaciones. Pero no recuerdo haber visto que un niño de la última fila pasara a otra, a sentarse entre los “listos”. Lo más impresionante de esto es que, según recuerdo, tuve compañeros de clase que siempre, en cada uno de los seis grados de la educación primaria, se sentaron en la ominosa fila de “los burros”.
Sin duda, esa forma de etiquetarnos calaba hondo. Me niego a pensar que reprobar una prueba escolar sea expresión de que eres un “burro”, ¡y además, burro para siempre! No, ninguno de ellos era menos capaz que el resto; me inclino a pensar que por circunstancias particulares llegaron ahí y sobre ellos cayó un cúmulo de etiquetas que, como pesado lastre, nunca les permitieron salir. Se convirtieron en la etiqueta viviente porque, en alguna medida, creyeron esas palabras.
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No uses tus palabras para destruir a tus hijos
Te cuento esta historia para invitarte a reflexionar sobre el poder de las palabras, sobre todo en la crianza de tus hijos. Puede parecerte exagerado pero, créeme, no lo es: lo más probable es que tus hijos sean aquello que les hagas creer que son. Por ello, permíteme compartir contigo algunas ideas que pueden ayudarte a usar el poder de las palabras en beneficio de tus hijos:
1. ¿Eres o estás?
Por más sutil que te parezca la diferencia, no es lo mismo decirle a tu hijo: “Eres distraído”, que “Estás distraído”. Pon mucha atención al uso de estas palabras: eresy estás. La primera define lo que tú piensas que tu hijo es, y será casi inevitable que él llegue a creer que esas palabras que tú usas, en realidad lo definen. Como en la historia de arriba: se convertirá en la etiqueta que le pongas.
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Por otra parte, el uso de la segunda palabra, estás, no es menos importante: con ella defines cosas que para ti se encuentran asociadas a tu hijo de manera circunstancial, pero no le definen en esencia. “Estás hermosa” es una expresión muy linda para decir a tu hija pero, ¿no sería mejor decirle: “Eres hermosa”, de modo que ella comprenda que la hermosura no es superficial o se debe a su nuevo vestido, sino que es parte constitutiva de lo que ella es?
2. Deslizamientos de sentido
En general, en nuestra sociedad usamos con frecuencia fórmulas de lenguaje que hacen equivalentes dos términos que, en sentido estricto, significan cosas distintas. Como en la historia de arriba: reprobar una prueba escolar no te convierte en un tonto, ni en una persona cognitivamente incapaz, o por debajo del promedio. Sin embargo, en ese contexto, reprobar significaba ser todo eso, incluso comparable a un animal de carga.
Si lo piensas con calma, verás que los estereotipos sociales, tan violentos como son, están hechos de este tipo de formulaciones: mujer=frágil, niño travieso=hiperactivo, padre=proveedor, joven=rebelde, etc. Procura deshacerte de este tipo de expresiones pues, más que palabras, son poderosas formas de pensamiento. Y, aunque en lo cotidiano las consideramos verdad, en realidad no obedecen a la lógica, ni constituyen reglas generales que nos permitan comprender la vida y a los otros.
3. Mentira que se repite, se convierte en verdad
Seguramente has escuchado esa expresión, y es muy cierta: basta decir una palabra con suficiente convicción, cada que la oportunidad se presente, para que la asumamos como verdad. Entonces, con un resignado “así es la vida” asimilamos como reglas naturales muchas cosas que no solo son injustas, sino que incluso no son ciertas ni tienen sentido.
Si cada vez que tu hijo llora le regañas, diciéndole que es un berrinchudo, no solo te pierdes la oportunidad de descubrir la compleja variedad de sentimientos que pueden hacer brotar sus lágrimas, sino que lograrás que él tome por verdad algo como esto: “Llorar es hacer berrinche; hacer berrinche es malo. Si lloro, soy un berrinchudo, por tanto, soy malo”. Lo más grave es que la eficacia de estas formulaciones no es del todo consciente: sin darnos cuenta, aceptamos estas ideas y las incorporamos a lo que somos. De ahí que sean tan poderosas y sea —a la vez— tan difícil cambiarlas. Por ello, si vas a reforzar algo en tu hijo a partir de la repetición, elije con mucho cuidado aquello quieres grabar en su corazón.
4. Permíteles nombrarse
Al menos en esta dimensión, no busques que la tuya sea la última palabra. Conversa y juega a preguntarle qué cosas cree él que le definen. Ayúdale a mirar no solo quién es, sino quién puede llegar a ser; hazle ver que las circunstancias de la vida no le determinan: no es su destino el fracaso por reprobar un examen, ni es un perdedor porque la chica de sus sueños no aceptó ser su novia. Permite a tu hijo nombrarse: al hacerlo, se construye a sí mismo.
Las palabras no son mágicas por causa de artilugios sobrenaturales, no. Lo son porque hay poder en ellas: son la base de lo que pensamos y somos. Nunca desprecies el poder de las palabras; sobre todo, usa siempre las tuyas para construir un lugar seguro donde tu hijo pueda ser la más feliz y hermosa versión de sí mismo.