¿Pedir disculpas es inadmisible? La tarea de pedir perdón a los hijos
Una de las experiencias más enriquecedoras en tu vida adulta está en ese instante, cuando eres capaz de acercarte a la altura de tu hijo ofendido y sin rodeos le pides perdón. ¿Pedir disculpas es inadmisible? La tarea de pedir
Marta Martínez Aguirre
Sira supo que estaba en problemas apenas vio a su hija Mara encerrarse en la habitación: otra vez las lágrimas enmudecían las palabras. Sira tiene diecisiete años, pero piensa y siente como una niña de cinco. Cuando Mara le contó el motivo, una ola de malas palabras inundó su boca y, lo peor de todo, no cerró las compuertas. Sira había heredado ese anillo, costoso y de inmenso valor afectivo, de su abuela. Ahora Mara lo había cambiado por unas golosinas a un chico en el supermercado. La niña ni siquiera recordaba su aspecto, si sabía su nombre o si era de la zona. Pero lo había cambiado feliz por un paquete de chocolates con menta y una bolsa gigante de pop. Ahora la niña lloraba no por el anillo perdido, sino porque el chico no le había dado una bolsa con caramelos surtidos. Sira dejó que la cólera se apoderara de ella, Mara nunca había visto a su madre tan enfurecida.
Toda madre también puede perder los estribos
Has pasado la mayor parte de tu vida creyendo que los padres no se equivocan o lo que es lo mismo, que pedir disculpas es inadmisible. Desde muy pequeños les has enseñado a tus hijos la cantinela de: “No voy a hacerlo más”, y a reconocer sin tardanza en que deben pedirte perdón. Pero cuando se trata de tus equivocaciones, te limitas a decir: “Me sacas de quicio”, o toda esa lista de excusas que te amparan en tu derecho a decir barbaridades porque eres mayor y pagas las ofertas.
Una de las experiencias más enriquecedoras en tu vida adulta radica en ese instante, cuando eres capaz de acercarte a la altura del ofendido y sin rodeos le pides perdón. Ese momento es tan especial que el vínculo familiar se fortalece y las heridas sanadas quedan en el olvido. No creas que vas a perder el respeto de tus hijos por reconocer tus errores, al contrario, vas a ganarlo.
La relación entre el perdón y el amor
Con Sira hablé del poder del perdón y de su inseparable relación con el amor entre padres e hijos. Sira tenía miedo de caerse del pedestal de la admiración y del respeto, pero no era capaz de darse cuenta de que ambas cualidades se sustentaban en el reconocimiento de uno como persona humana. Entonces, ideamos un plan de emergencia, que trajera alivio a madre e hija:
Sira tuvo que idear una lista de las equivocaciones de Mara, y esa tarea le llevó apenas unos minutos, porque ella podía recitar de memoria los errores de su hija. Luego de ver su entusiasmo por terminar su encomienda, le pedí que hiciera una lista con sus propias equivocaciones hacia Mara. Esta tarea le llevó una semana, debido a que le era casi imposible reconocer que cuando la escucha con la radio encendida no le está prestando atención, o que cuando su hija hace algo bien no le refuerza la acción con frases positivas.
A menudo todos perdemos la cordura
Nos negamos a darnos cuenta de que no somos perfectos ni estamos acabados: somos barro en las manos del alfarero y todavía estamos expuestos a nuestra tendencia pecaminosa. El amor, sin embargo, nos invita a acercarnos a quienes hemos ofendido y a gozar de los beneficios del arrepentimiento, reconociendo que nos hemos equivocado.
A medida que crecen tus hijos tienen una lista como la tuya. Saben al dedillo cuando algo les duele y proviene de ti: el día que prometiste ir al entrenamiento y te quedaste en casa, la tarde en que le gritaste frente a sus amigos, la noche que en un arrebato de cólera le diste un sopapo… Escenas todas en las que tu adultez quedó en la alcantarilla.
No temas, todavía estás a tiempo
Toma lápiz y luego invita a tus hijos, uno por uno, a tener un paseo contigo por el parque y abre tu lista. Pide perdón, no te excuses. Agradece su perdón y descubrirás el alivio de estar en foja cero; pero lo más hermoso será saber que te has ganado su amor y su respeto. Además, les has permitido emular a Dios, al ser misericordiosos con tu corazón arrepentido.