Hablemos de inteligencia emocional
Si bien en los últimos tiempos se ha hablado mucho de inteligencia emocional, no solo se trata de conocer las emociones sino de enseñar a nuestros hijos a poner a funcionar el razonamiento junto con ellas.
Julia Tort
Lawrence E. Shapiro, en su libro La Inteligencia Emocional en los Niños, dice que la persistencia, el optimismo, la automotivación y el entusiasmo amistoso, son cualidades demostradas por los niños que forman parte de lo que se denomina inteligencia emocional. La inteligencia emocional, o cociente emocional (CE), no se basa en el grado de inteligencia racional de un niño, sino más bien en las características de la personalidad o lo que llamamos simplemente “carácter”.
Los investigadores han descubierto que estas capacidades sociales y emocionales por lo general tienen repercusiones mayores de éxito en la vida, que la capacidad intelectual.
¿En realidad qué es la inteligencia emocional o CE?
El término “inteligencia emocional” fue utilizado por primera vez en 1990 por los psicólogos Peter Salovey (Universidad de Harvard) y John Mayer (Universidad de New Hampshire). Empleándolo para describir las cualidades emocionales que al parecer son las que más importancia tienen para el éxito en la vida. Entre ellas se pueden incluir:
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La empatía
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La expresión y comprensión de los sentimientos
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El control de nuestras pasiones
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La independencia
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La capacidad de adaptación
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La simpatía
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La capacidad de resolver los problemas en forma interpersonal
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La persistencia
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La cordialidad
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La amabilidad
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El respeto
Quien impulsó este concepto de inteligencia emocional fue Daniel Goleman con su libro Emotional Intelligence 1995, convirtiéndose en un Bestseller que incluso entusiasmó a Bill Clinton, presidente de Estados Unidos, pues este concepto emocional se extiende al lugar de trabajo y prácticamente todas las relaciones y los emprendimientos humanos.
¿Y el coeficiente intelectual?
De hecho, a nivel educativo, hoy día cada vez se le da menos importancia al CI (coeficiente intelectual). Sin embargo en nuestra sociedad se está dando una paradoja muy interesante: mientras que cada generación de niños parece volverse más inteligente a la anterior, sus capacidades emocionales y sociales parecen estar disminuyendo vertiginosamente. En su libro The Optimistic Child (El niño optimista), el psicólogo Martin Seligman escribe sobre lo que describe como una epidemia de depresión que ha aumentado casi 10 veces entre los niños y adolescentes en los últimos 50 años y que se está produciendo ahora a edades más tempranas.
Encontramos razones muy poderosas en un elevado índice de alarma en el avance de la tecnología, la televisión cada vez tiene más canales, mejor programación, mejores gráficos, así como los videojuegos y no se hable de las aplicaciones en las tablets, celulares y sistemas novedosos que permiten hacer maravillas con los programas que generan una codependencia por sus sonidos, movimientos, colores y recompensas al ir de un nivel a otro, el Internet con las redes sociales, la ampliación de sitios donde se puede obtener una gama de información muy amplia y todo aquello que nos hace probar una vida “virtual”, nos decrece automáticamente en la posibilidad de desarrollar nuestras competencias sociales, poner en práctica nuestras cualidades emocionales en el campo de acción, que únicamente se encuentra teniendo interacción con otros seres humanos. Aunque tiene mucho peso, no es lo único que ocurre en la actualidad, el índice de aumento en divorcios, la falta de respeto hacia las escuelas como fuente de autoridad, el tiempo cada vez más reducido de los padres con sus hijos, la situación económica que obliga a que ambos trabajen, etc., también forma parte de las consecuencias emocionales negativas de estos tiempos.
Si lo vemos desde el punto de vista social, nos daremos cuenta de que los cambios a que se ve sujeta nuestra sociedad son tremendamente rápidos y cada vez tenemos menos margen a la comunicación personal funcional. La evolución y las transformaciones son inevitables. Es aquí donde podemos hacernos la tan esperada pregunta ¿entonces cómo puedo hacer para criar niños felices, saludables y productivos? La respuesta que nos da Shapiro en su libro La Inteligencia Emocional en los niños, es sorprendente: “Tiene que cambiar la forma en que se desarrolla el cerebro de su hijo”.
Si deseamos impulsar el desarrollo de la inteligencia emocional de nuestros hijos, debemos comenzar por la nuestra. Aquí te comparto cinco prácticas efectivas para lograrlo y poner acción de inmediato:
Pasa tiempo de calidad en familia eliminando la televisión
Aprovecha el desayuno, la comida y/o la cena para hablar de cosas agradables, interesándote realmente en cómo les fue en el día, en la semana, en un evento o en algo trascendente para ellos y comparte también tus emociones.
Elige “responder” y evita “reaccionar”
Ante situaciones que pongan en juego tus emociones negativas, entrena tu razón para canalizar tu energía cuando puede terminar en estallido emocional. Sé un ejemplo, porque tus hijos aprenden más de tus actos, que de tus palabras.
Haz que tus hijos socialicen
Otórgales la oportunidad de integrarse a grupos en donde haya superación personal y actitudes positivas, desde muy pequeños.
Lee buenos libros a tus hijos
Comparte en familia lecturas y audios, sobre todo con historias de gente de éxito.
Dale un aire nuevo a tus relaciones personales
Busca asociarte en grupos de personas con metas, objetivos y que siempre tengan un plan de acción.
Cuando cambia nuestro enfoque, también se modifican nuestras actitudes. Con estos cinco puntos puedes cambiar tu ejemplo y el ambiente en el hogar, para que sean los adecuados para que tus hijos sean triunfadores. ¡El momento es ahora! En la segunda parte de este artículo te daré otros puntos importantes de acción para una vida emocional plena.