Si perdonas, también debes olvidar
Nuestra familia es un refugio frente a las calamidades del mundo que nos rodea. Como tal, debe brindarnos paz y calma, por eso es necesario que podamos olvidar si hemos perdonado alguna equivocación o rencilla dentro de nuestro hogar.
Oscar Pech
Hoy día hay todo tipo de padres de familia. No hablaremos de aquellos que son distantes, crueles, desobligados. Permíteme hablarte a ti, que eres un padre que desea proteger a sus hijos. Seguramente te preocupa el mundo en el que tus niños están creciendo: un mundo en donde los principios morales parecen irse replegando y otros valores, como la rapidez, el poder, la competitividad, el egocentrismo, parecen desdibujar los límites entre el bien y el mal.
Perdonar produce cambios benéficos en tu alma
Desafortunadamente, este siglo nos roba la esencia de la vida: el tiempo. La jornada laboral de ocho horas se quedó en el siglo XX y cada vez más padres y madres de familia de alguna manera tienen trabajos del tipo “24/7”, donde tienen que estar disponibles las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y donde es frecuente llevar trabajo a casa. Con todo y ello, incluso así hay una clave que podemos utilizar para proteger a nuestros seres queridos, en especial a nuestros hijos. Desde pequeños podamos enseñarles cosas buenas y enseñarles cómo distinguir el bien del mal.
El Doctor Boyd K Packer, quien es educador de profesión, dijo: “Los hijos a los que se les enseña desde muy pequeños a entender las Escrituras llegarán a conocer el sendero que deben recorrer y serán más propensos a permanecer en él”. Todos quienes hemos sido padres de familia, o quienes hemos tenido que convivir con niños pequeños, hemos vivido la asombrosa y extraordinaria experiencia de ver cómo, cuando por descuido o accidente les lastimamos, uno les pide perdón y de inmediato dicen que sí —de corazón—, y el asunto queda en el olvido. No hay malos recuerdos, resentimientos, cosas que haya que ocultar del pasado. Las ofensas quedan atrás por completo. Es con el tiempo que olvidamos cómo perdonar.
¿Te es difícil perdonar a tu pareja, o a ti mismo?
Y lo mismo sucede con el matrimonio: para los recién casados es mucho, mucho más fácil perdonar. Es solo con el tiempo que los errores dejan de ser divertidos, que llegan a ser molestos, luego dolorosos, luego exasperantes, luego insoportables. La triste experiencia me ha enseñado que, si tras una discusión no hay un perdón absoluto, es como si uno simplemente pintara una pared sin quitar el clavo y sin resanar: hay una marca que queda allí, y que se ve, aunque hayan pasado varias capas de pintura. Es necesario volver a aprender a perdonar, y desarrollar la cualidad de pedir perdón de manera sincera.
De la misma manera, es difícil perdonarnos y olvidar aquellas experiencias en que nos hemos hecho daño a nosotros mismos o, —peor todavía— a nuestra esposa o a nuestros hijos. Es un sentimiento semejante a una úlcera en el interior de nuestra mente, que no cierra y al más mínimo roce vuelve a sangrar en su interior. En su charla, el Doctor Boyd K Packer indicó: “así como es posible borrar la tiza de la pizarra, la expiación de Jesucristo puede borrar los efectos de nuestra transgresión mediante el arrepentimiento sincero”. ¿Cómo lograr entonces arrepentirse? ¿Qué pasos seguir para poder ser perdonados por nuestros semejantes, por Dios, por nosotros mismos? Te propongo los siguientes pasos, ya para que los vivas cada día, ya para que los enseñes a tus hijos:
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1. Analízate a ti mismo y reconoce aquello que estás haciendo y que no es correcto.
2. Debes sentir pesar. Mientras más hondo el pesar, más genuino será tu cambio.
3. Prométete que no se va a repetir. Haz un compromiso contigo mismo.
4. Confiesa tu pecado: a aquella persona que has ofendido, a tu líder religioso, a Dios mismo.
4. Restituye el mal que has cometido con un bien equivalente, o mayor.
5. Perdónate a ti mismo y perdona a los demás.
6. Abandona el pecado de manera definitiva.
Toda virtud, si la tuerces aunque sea solo un poco, se transforma en vicio. Es importante enseñarles a tus hijos que hay pecado, que hay la posibilidad del perdón, que hay Quien nos redime, pero en esto hay dos extremos: Yo no creo que sea sano criar hijos obsesionados por el concepto del pecado, niños inseguros que temen hacer algo malo y fracasar. El otro extremo, igual de malo, es el criar niños completamente amorales, que viven para hacer solo su voluntad, sin sentir que deben regirse por normas de decoro, sin pensar nunca en el problema del bien y del mal, del ser y el deber ser. Pero si les enseñas a tus hijos ese simple concepto: que todos podemos arrepentirnos, ser mejores, ser perdonados, les enseñarás a hallar la paz en esta vida.
Por increíble que parezca, tú y yo, imperfectos como somos, podemos cumplir con los pasos del arrepentimiento y de esa manera lograr que nuestro Salvador, el mismo Jesucristo, quien no tiene mancha alguna, nos perdone día con día. Mi consejo es que puedas enseñar a tus hijos cada día a hacer una evaluación de su jornada.
Perdonar, perdonarse a sí mismo, quiere decir olvidar y tener la resiliencia para que, al despertarnos cada día, en realidad sea como un renacer de nuevo. Como dice el dicho: no importa qué tan sucio sea tu pasado, tu futuro todavía es impecable. ¿Verdad que vale la pena enseñar estos principios a tus hijos?