¿El respeto al derecho ajeno es la paz? Cuando mi propia porra me desmiente
“El deporte no construye el carácter. Lo revela”, dijo Heywood Hale. ¿Y creemos que el respeto al derecho ajeno es la paz? Difícil decirlo, cuando mi propia porra me desmentía.
Yordy Giraldo
En el mundial, una multitud de aficionados grita entusiasmada una porra que es, de hecho, una sola palabra, bastante ofensiva. Y siente tanto orgullo de su grito, que pronto se vuelve identidad nacional. Ellos reclaman que no es ofensivo y amenazan con gritarlo aún más fuerte en cada oportunidad para dejar en claro su punto. Las autoridades, que se sintieron aludidas, amenazaron castigo, pero luego de la reacción de los aficionados se retractaron, alegando que en el contexto del juego la ofensiva frase ya no es tal.
Los que forman la masa se sienten victoriosos, son ganadores, dicen. Ya el grito se convirtió en lema y decirlo es parte del juego. En ocasiones incluso resulta más divertido de no haber goles, aunque no opinan lo mismo cuando la frase se voltea en contra suya.
Cuando decían que éramos las “ratones verdes”, los que “Juegan como nunca” en una descripción gráfica de la poca constancia presente en el estilo de juego y “pierden como siempre”, en otra muestra descriptiva de una realidad futbolística, los que deben agradecer al equipo de futbol de EE.UU. por el pase al mundial de la especialidad; allí entonces ya no era divertido, olvidando que el que se lleva se aguanta.
Lamentamos la discriminación de que somos objeto
que nos llamen “indios” duele, “nacos” nos ofende, “chaparros” nos pone el pelo de puntas, “gachupín y mojados” lo consideramos agresión en primer grado; sin embargo, cuando la burla se hace contra alguien más entonces es parte de la diversión, del folclor nacional; pero ¿quién decide cuándo es chistoso hacer escarnio del otro?
“El respeto al derecho ajeno es la paz”
Es común amar esta frase adjudicada a Benito Juárez, pero ponerla en práctica es cosa aparte, además de prueba tangible de falsedad, pues esas frases que tanto nos ofenden las expresan incluso mexicanos en contra de sí mismos con mayor frecuencia. “Perro que come perro” no lo vemos como canibalismo, que lo hagan extraños entonces sí es condenable.
Denigrar y ofender daña, sin importar de qué lado del horizonte te encuentres. El problema con hacer de la burla un juego instituido socialmente es que lesiona la moral de la sociedad de manera irreparable, y ya luego no sabremos cuándo parar o en qué momento se ha ido demasiado lejos.
Prohibir que las personas griten, que se les limite a que se relajen al calor de las emociones es un sinsentido, pues forma parte de la naturaleza humana; sin embargo, hay una diferencia entre el actuar de las masas por su libre albedrío y otra contar con el beneplácito de las autoridades, y que estas tomen parte a favor del desenfreno es romper el dique que como sociedad nos contiene; entonces, desatadas las aguas, es difícil que retornen a su lugar.
Hoy nos limitamos a una porra, pero en algún punto, más temprano que tarde, por no decir que ya caminamos sobre esa delgada línea, se hará extensivo a las instituciones, las autoridades, la familia y cualquier otra figura institucional a la que consideremos que no debemos respeto; al final, el daño moral estará hecho y ya no habrá retorno.
La confianza, el respeto y la vida misma son un camino de ida y vuelta, por ello exigir para sí lo que a otros no estamos dispuestos a dar es simple hipocresía en toda la extensión de la palabra. “Juega limpio”: seamos congruentes y respetemos dentro y fuera de la cancha.