Kintsugi, o el arte de reparar un corazón roto
Amo cada una de mis cicatrices porque cuentan mi historia; mis heridas y mis desaciertos me han convertido en la mujer que soy.
Myrna del Carmen Flores
Existe un arte japonés en el cual se reparan las fracturas de la cerámica utilizando barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Es decir, es el arte de arreglar lo que se ha roto, con un metal precioso que le otorga un valor mayor al que tenía originalmente la pieza. Este arte se llama Kintsugi, que traducido significa algo así como “reparación con oro”. La filosofía que conlleva este arte es que lo que tal vez nos parezca destruido o sin ningún valor, puede transformarse en algo aún más hermoso y valioso, capaz de inspirar sentimientos de admiración.
¿Qué sucede si trasladamos este arte a nuestra propia vida? Tal vez sintamos que nuestras relaciones o nuestro corazón están rotos; quizá pensemos que nuestra vida ya no tiene ningún valor. Entonces, lo que tenemos que hacer es reparar nuestras relaciones, nuestros corazones, pero sobre todo nuestra vida. Tenemos que buscar nuestra resina mezclada con oro en cada uno de los rincones de nuestro espíritu. De acuerdo al Kintsugi, el verdadero valor de un objeto de cerámica radica en su historia. Trasladado a nuestra vida, esto equivale a encontrar nuestro valor más allá de lo que a simple vista puede verse o sentirse, en todo lo que hemos vivido y no solo en lo maltrecho que sintamos nuestro corazón en algún momento.
Reparar nuestras imperfecciones con la resina de la reconciliación
Cada error cometido en nuestras vidas nos ha dejado una enseñanza, nos ha convertido en las personas que somos. Si en lugar de ocultar nuestros errores, mostramos nuestra fortaleza al superarlos, seremos como las pequeñas vasijas japonesas que, orgullosas de su historia, muestran sus imperfecciones cubiertas con el metal precioso de su cambio.
Si te equivocaste lastimando a aquellos que amabas, repara tus errores con el oro de tu amor, de tu arrepentimiento y del cambio de conducta que te transformará en una vasija envuelta en reconciliación y de mucho más valor. Para ello, lo primero sería darnos cuenta que el oro, la plata o el platino que utilizaremos para reparar nuestro corazón, están dentro de nosotros mismos. Todos tenemos defectos, pero son más nuestras cualidades y éstas tienen que sobresalir para resaltar nuestra belleza.
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Reparar nuestro corazón roto con la renovación de la fe y el perdón
¿Cuántas veces hemos sido lastimados? Tantas, que hemos perdido la fe en las personas. Ya no creemos en la amistad, el amor, en la pareja, en el matrimonio. No creemos que una nueva oportunidad de vida se presente ante nosotros. En definitiva, son muchos los que nos han lastimado, y tal vez haya más. Sin embargo, si no nos damos la oportunidad de reparar esas heridas con el polvo de oro que es el perdón, o con el metal precioso de la esperanza, tal vez dejemos pasar a seres de espíritu hermoso, que puedan traer un cambio en nuestra vida. El hecho de que alguien nos haya lastimado en el pasado, no significa que no podamos encontrar personas valiosas a nuestro alrededor.
Lee:
Entonces, ¿de qué manera puedo reparar mi corazón?
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Utilizando la resina del perdón.
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Creando un polvo de oro cubierto de esperanza, que nos otorgue renovación.
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Aceptando nuestras imperfecciones, pero intentando superarlas para cubrirnos del platino de la fortaleza de espíritu y adornándonos con cada una de las cualidades que todos tenemos.
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Permitiendo que personas llenas del metal precioso de los valores espirituales, salpiquen nuestra vida con todo el amor que pueden dar. Para ello, es necesario aprender a reconocer el verdadero valor de las personas, con cautela, pero abiertas a la oportunidad de conocerlas.
El arte japonés Kintsugi nos enseña la manera de encontrar el verdadero valor de las personas. Este valor no está en su perfección sino precisamente en sus imperfecciones; pero, sobre todo, en su reparación, misma que junto a todas sus cualidades, transforma a las personas en seres dignos de admirarse. Como lo dijo Jalil Gibrán: “Los carácteres más sólidos están plagados de cicatrices”.
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