¿Yo, perdonar? Cómo tratar la falta de perdón

Las ofensas pueden dejar grandes heridas, pero el no perdonar hace que esas heridas sean mayores. Por eso lo más sano es tomar la determinación de perdonar, aunque a veces no lo sintamos así.

Arelly Vela Catzín

Hablar del perdón es un tema un poco complicado. Esto debido a que es fácil decir: “Tienes que perdonar”, pero a veces el llevarlo a la práctica parece casi imposible. La naturaleza humana nos dificulta el perdonar y, aún más, olvidar. A veces pasan años y el rencor u odio hacia cierta persona que te hizo daño, son una herida que sigue abierta, lo cual evita que avances en la vida. Y es que por fuerte que haya sido el daño, para progresar, para poder sentir en realidad paz y felicidad, hay que perdonar.

A mí me enseñaron desde pequeña que debía perdonar, pero no me enseñaron cómo hacerlo. Cuando crecí, llegó el momento de perdonar a mi padre por ser tan distante; por su falta de demostraciones de cariño; por actitudes y conductas que a mi parecer eran incorrectas. Pero entonces no supe cómo hacerlo: sentí una gran opresión en el pecho, una carga enorme que no podía soltar tan fácilmente por las heridas y cicatrices que tenía en el corazón y en el alma. Fue entonces cuando, después de una larga lucha conmigo misma, con lágrimas en los ojos, pude comprender lo siguiente:

1. No me toca a mí juzgar

¿Quién merece mi perdón y quién no? Es una pregunta difícil de responder. Aun cuando la ofensa haya sido grave y haya provocado una herida profunda, no debo aferrarme a la ofensa, ni juzgar al ofensor.

2. Tal vez nunca conozca los motivos de la ofensa

No conozco y tal vez nunca conoceré por qué fui ofendida. Es más, tal vez, el ofensor ni siquiera se dio cuenta de que me lastimó: pero es bueno estar consciente de que todos ofendemos alguna vez.

3. La falta de perdón me hace más daño

Una herida siempre duele, a veces poco, otras veces más, pero cuando no perdono, esa falta de perdón me lastima más a mí que al que me ofendió porque se hace mayor. Yo no me merezco vivir así, herida, amargada, con rencor…

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4. El que yo perdone, es una decisión

Cuando yo decido perdonar a pesar de todo, el perdón me hace libre de esa carga pesada que me agobia. Perdonar no se basa sólo en sentimientos: es tomar la determinación de hacer lo correcto aunque otros fallen.

5. El estar libre de ofensas , es un gran paso hacia la felicidad

No tener heridas abiertas en el alma te capacita para amar, y ser amado, para avanzar en la vida. Te devuelve la paz interior. Te hace respirar con esperanza de un futuro, y por qué no, de un presente mejor.

En mi caso, cuando decidí perdonar a mi padre lloré mucho. Repetí muchas veces: “Te perdono papá”, pero en cada lágrima, mis heridas fueron sanadas y al fin pude disfrutar ser libre de esa atadura. Aprendí a dar perdón, a mantener mi corazón siempre libre de ofensas.

A pesar de que aquello que te dañó fue algo muy profundo, Dios quiere que perdones. Si lo piensas bien, nuestros hechos tampoco merecen Su perdón. Es más, no merecíamos que Su Hijo viniera a la tierra, se hiciera hombre y muriera por nuestros pecados, aun cuando Él no conoció pecado, el Justo murió por los pecadores y gracias a ello podemos tener perdón.

Yo te invito a que ya no sigas viviendo con ese sentimiento que poco a poco te está matando espiritualmente. Tú muy bien sabes que ese sentimiento negativo de falta de perdón te está evitando gozar de la vida a plenitud. Es como una piedra en tu zapato que te estorba para caminar. Qué lindo sería que cada uno de nosotros perdonara al que le ofendió, al que le hizo daño, aquél que con o sin intención marcó su vida negativamente. Así pues, ¡Ve y perdona! ¡Abre la puerta de la felicidad!

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Arelly Vela Catzín

Arelly Vela es Maestra en Ciencias Químicas, graduada en la Facultad de Química de la UADY. Es madre de 2 niñas y consejera de matrimonios. Para cualquier contacto escribir a qfbarellyvela@hotmail.com