¿Tienes resentimiento hacia a tus padres? Entonces lee esto

A veces uno borra, o es borrado del mapa de sus seres queridos. Si te has convencido de que no te aman, o te han olvidado, este artículo es para ti.

Marta Martínez Aguirre

Aquella tarde Imanol discutió con su hija por una pavada. Al principio hablaron en un tono suave, pero en menos de diez minutos la casa era un polvorín. Las palabras eran metrallas encendiendo el enojo de cada uno. Su hija Amaia juntó sus cosas y se marchó. Cuando supo, por una vecina, que Imanol estaba enfermo, habían pasado ya cinco años. Amaia se armó de valor, subió a un avión y volvió a Montevideo. Para cuando llegó, Imanol yacía inerte, lleno de tubos y rodeado de aparatos.

Cuando había fallecido su madre, Lucía, ellos quedaron solos. En el vecindario se decía que no había un amor tan grande entre padre e hija. Ahora Imanol, transido de dolor por un cáncer fulminante, estaba ahí inconsciente, respirando por un tozudo aparato que tarde o temprano se apagaría. Amaia se derrumbó. Le pidió a Dios que hiciera algo. El médico se acercó y le susurró unas palabras al oído. Con resistencia se quedó afuera de la unidad de cuidados intensivos. Por su mente desfilaron escenas de su vida hasta llegar al día de la discusión fatal. En ese entonces tenía diecinueve años y un montón de ilusiones, había sido becada para estudiar en España, y solo quería que Imanol la acompañara. Ella estaba dispuesta a estudiar y a trabajar para que su padre pudiera volver a su tierra. Pero Imanol se negó, no le supo decir que él ya estaba enfermo, que no quería ser una carga, entonces inventó pretextos y excusas tontas. Como buenos vascos eran porfiados. Ambos pensaban en el otro y, sin embargo, las palabras hirientes ganaron la batalla, al menos aquella tarde.

Amaia se marchó a la casa de una amiga, y un mes después viajó a España, donde estudió duro y se recibió con honores; algo que nunca le dijo a su padre, e Imanol nunca escribió para pedirle disculpas. Escuchó a una enfermera gritar; salió y preguntó por los familiares de Imanol Ansorena. Amaia respiró profundamente, y se acercó empapada de miedo. “¡Venga, es un milagro!, su padre ha abierto los ojos y ha intentado decir unas palabras”, le dijo. Imanol estaba con sus ojos celestes iluminando toda la habitación y Amaia lo besó con ternura mil veces. El mundo entero desapareció en un instante. “El amor sigue siendo la cura”, dijo una enfermera cuando Imanol fue dado de alta. Fue una cura que duró un mes intenso en el que ambos pudieron ponerse al día. Imanol se marchó tomado de la mano de su hija, mirando el jardín que juntos una vez cultivaron.

Tal vez has sido borrada del mapa por alguno de tus padres o por ambos, y te has convencido equivocadamente de que no te aman y te han olvidado. El quinto mandamiento dice que debemos honrar a nuestros padres. El apóstol Pablo agrega que por hacerlo nuestros días se alargarán en la tierra (Efesios 6: 2-3):

Imperfectos humanos

Honrar significa que entre muchas cosas hicieron algunas de maravilla, que a pesar de sus defectos se sacrificaron para que crecieras, que aún en medio de la pobreza fueron reyes magos cada enero, que a pesar de las palabras hirientes puedes tener el poder de perdonarlas, que todavía estás a tiempo de verlos con los mismos ojos de Dios y que puedes ser el hijo pródigo o el buen samaritano.

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Sanidad al alma

Honrar a los padres contribuye a sanar toda historia de abuso. Quizás ya no estén vivos, pero escribe una carta en la que expreses tus emociones. Adherirse al dolor solo lo hace inmortal y tú necesitas sanar a tiempo. Sé tú misma, abre tu corazón herido, pero en vez de decir reproches, piensa en atributos y exprésalos. Quizás puedas leer esa carta frente a tus hijos como un tributo a tus padres. Eso quedará en la memoria familiar del corazón y seguro volverá a ti.

No pierdas el tiempo, busca la forma de reconciliarte con tus padres, pues el amor y el perdón siguen siendo la cura: son esenciales para la salud mental.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: