Tu buena acción suele ser la respuesta a una oración
¿Alguna vez has sentido que debes hacer algo y no sabes por qué? Quizás estás siendo la respuesta a las oraciones de una alma desesperada.
Camila Ignacia Gómez González
Hace algunos años, mi esposo y yo estábamos en el supermercado cuando de pronto sentimos que algo nos detuvo. Si bien no era un impedimento físico para continuar avanzando, era la sensación de que alguien muy cercano a nosotros necesitaba de nuestra ayuda. Nos miramos por un momento, le sonreí y le dije: “Siento que nuestros amigos necesitan que vayamos a su casa con algunas cosas para comer”. Entonces me miró y me dijo: “Me quitaste las palabras de la boca, iba a decirte lo mismo”. No dudamos ni un momento más, buscamos otro carro y compramos algunas cosas esenciales para una familia con dos niños pequeños.
Fuimos a casa, dejamos nuestras cosas y llamamos a Rosa para que nos diera su dirección. Sin decir los motivos por los que necesitábamos llegar a su casa. Ella nos recibió alegre con un vaso frío de agua. Bajamos las bolsas del taxi y ella, al vernos, no dejaba de llorar. Cuando logró calmarse nos contó que en su despensa (alacena) sólo quedaba medio kilo de porotos (frijoles) negros, pues su marido había perdido el trabajo y sólo hacía pequeños encargos de vecinos que les permitían comprar pan para sus hijos y pagar algunas cuentas básicas como la luz o el agua.
Hicimos caso al llamado
Sé bien que la impresión que recibimos no fue una casualidad, sino más bien una respuesta a las oraciones de dos padres desesperados por sus pequeños hijos que se encontraban pasando hambre.
Esa tarde se llenó de una atmósfera especial para nosotros como familia, convirtiéndose en una de las experiencias que más nos han marcado y que ha engrosado el libro de historias familiares que queremos que nuestro hijo conozca. Pero sobre todo, queremos que sepa que servir al prójimo debe estar en los primeros puestos de las cosas importantes que debe hacer en darnos satisfacciones y lecciones increíbles:
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Nos enseña que todos podemos necesitar de otra persona en algún momento de la vida, pues nadie es tan independiente como para no necesitar de una mano amiga alguna vez.
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Nos enseña a ser humildes y a compartir de buen modo de lo que tenemos, como nuestro tiempo, y eso puede ser muy valioso.
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Nos acerca a Dios, pues tal como dicen las Escrituras Sagradas: “El valor de las almas es grande a la vista de Dios”, y ayudar a alguien se trata justamente de ver el valor del otro como algo sagrado proveniente de nuestro Padre Celestial.
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Podemos experimentar un sentimiento de paz y tranquilidad que muchas veces desconocemos en tu totalidad.
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Nos ayuda a aliviar el estrés, pues nos desconectamos de nuestras propias necesidades para dar paso a entregar lo mejor de nosotros mismos a nuestro prójimo.
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Y por si fuera poco, nos deja ver lo frágiles que podemos llegar a ser cuando por diferentes razones no podemos valernos del todo por nosotros mismos.
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Esa experiencia de vida, la sensación de sentir que no debíamos seguir avanzando en el pasillo del supermercado y el amor que sentimos por Rosa y su familia esa tarde, es algo que de forma concreta no podremos explicar nunca. Sin embargo, nos dejó una de las lecciones más valiosas que pudimos tener: el amor puro de Cristo respondiendo al llamado de una oración desesperada de sus hijos. Como dijo recientemente el médico boricua Hugo E. Martínez: “El amor de Jesucristo nos debe guiar a ser sensibles a las necesidades de los que podemos ayudar de alguna manera.”