Tus hijos. Donde la eternidad se esconde en los detalles

Empapada en las actividades diarias me descubro haciendo los quehaceres de prisa y de mala gana, más agobiada por mantener el piso limpio que por ir a jugar con mis niños. Si te ha pasado eso, este artículo es para ti.

Pilar Ochoa Mendez

Hace poco más de un año renuncié a un trabajo que me apasionaba para dedicar más tiempo a mi familia. Pasada la euforia inicial, me descubrí “atrapada” en una rutina en la que las horas y los días se sucedían casi sin darme cuenta:

¿Qué comeremos mañana? ¿Suficientes vegetales? ¿He tomado agua? ¿Y el ejercicio? Ya va siendo hora de arreglar esas persianas, revisar la computadora, llamar al jardinero… ¿El uniforme de mañana? ¿Es tiempo de zurcir? Aquella serie de televisión que me recomendaron no va a mirarse sola…”

La exigente agenda del día a día

Empapada en las actividades diarias me descubro haciendo los quehaceres de prisa y de mala gana, más agobiada por mantener el piso limpio que por dejarlo e ir a jugar con mis niños. Sé que en unos años recordaré estos días con nostalgia, pero ¡qué difícil es a veces el día a día! Esta cultura sobre exigente, tan llena de prisas y responsabilidades, se antoja incompatible con la brega de eternidad que los padres tenemos en las manos: educar personas. ¡Personas! Saber ser como niños para admirarnos en la hoja y en la flor, dejar las prisas para pegar granitos de arroz en el trabajo escolar.

“Las almas grandes –escribió San Josemaría Escrivá– tienen muy en cuenta las cosas pequeñas”. Afortunadamente, los gritos de mi bebé me recuerdan que a él no le importa cenar lo mismo que cenó ayer: quiere jugar con su pelota. Me recuerda que se puede cambiar el mundo, un pañal a la vez.

Por más que lo intente, sé que no lograré alejarme por completo de las exigencias de mi entorno, pero cada día me siento más agradecida por las pequeñas oportunidades de dejar esperando a mis contactos de WhatsApp, por dejar una zona de desastre en mi cocina y mirar rodar por la sala una improvisada pelota de plastilina.

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Estoy lejos de encontrar la solución a esta disyuntiva, pero hay tres cosas que me ayudan. Te las comparto:

1. Tener horarios te ayuda a organizarte

Los lunes se lava la ropa, los martes se realizan las compras, los miércoles no se hace nada porque nos vamos con amiguitos. Esto ayuda a los niños a tener rutinas y a su madre a organizarse, así sea mentalmente.

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2. Date cuenta de tu estado de ánimo

Los hijos son el termómetro perfecto, si los notas particularmente desobedientes o tal vez agresivos, pon atención y descubrirás que tú estás alterada.

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3. Respira, respira, respira

Los trastes esperan, la ropa sucia espera; cualquier quehacer casero espera; la vida, no. Aunque hoy parecen eternas, esas tardes de locura algún día habrán de terminar y no quiero que llegue ese día con lamentaciones. Al contrario, quiero sentirme orgullosa.

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Ada Negry escribió que “en cada instante se grava el peso de lo eterno”. En cada juego, en cada pañal, en cada momento que logro desasirme de mis preocupaciones para ocuparme de la carita sucia que reclama mi atención. ¡Benditos niños!

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Pilar Ochoa Mendez

Pilar es pedagoga, está convencida de que su forma de cambiar al mundo es a través de la familia y la educación. Le encanta leer, mirar televisión y una buena discusión, incluso cuando no gana.