Una niña gordita
Además de una buena dieta, el amor sigue siendo el mejor elemento para luchar contra la obesidad infantil
Marta Martínez Aguirre
Dalia corre con la cara bañada en chocolate, y en sus manos tiene todavía dos alfajores a medio comer. Se acerca a darme un beso y me pegotea algo de dulce de leche en mis mejillas. Adoro a esa niña, es la gordita de la cuadra, la “vaquita rubia” como le dicen algunos niños en la escuela, “la bella Dalia” como le dice su abuela, o simplemente: “ella”, como le llama su hermano mayor avergonzado.
Dalia es una niña dulce, encantadora con unos cuantos kilos de más. Pero por dentro es frágil y liviana como una libélula. Entonces llega a la casa y abre la heladera y se calma comiendo todo lo que le gusta. A ella tampoco le importa ser gordita y parece que no le importa aquello que dijo el médico de la diabetes, el colesterol y las rodillas. Dalia ama comer, pero sobre todo ama no sentir tristeza.
Dalia se siente solitaria no solo en la escuela, también en el barrio, donde muchos niños la molestan, le hacen bromas pesadas y le ponen apodos crueles. Todo eso le causa dolor. Mucho dolor.
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Cuando eres madre de una niña con sobrepeso
Sé que estás angustiada porque tu hija también es “rellenita”, y te afirmas a ti misma “no es obesa, todavía no. Me lo dijo el pediatra, que está en el límite”.
Sé que no ayuda mucho, quizás nada, sugerirte que seas firme con las dietas, porque sé que lo has intentado y siempre se las ingenia para robar alguna golosina. Además, lo que no come en casa, lo encontrará en el kiosco o lo guardará en su mochila, sin contar las “fieles amigas” que le guardarán una porción de torta a escondidas. Si los apodos y la soledad no la motivan a adelgazar, tus lágrimas y tus quejas muchos menos.
Terapia y dieta
Dalia necesitaba otra cosa y así fue, nos conocimos una tarde de invierno, me esperó con una taza llena de leche y mucho dulce de frutillas en unas inmensas galletas de arroz. Al menos fue la impresión que tuve cuando observé sus manitos pequeñas preparándome una.
En segundos me pregunté si meriendo con ella, “todo aquello” es como decimos los psicólogos: “sostener el síntoma”, entonces ¿qué hacer?
El frío era terrible, había viajado tres horas para verle, y realmente no me venía mal una taza de leche caliente, y sobre todo, acompañada de una galleta de arroz enorme, muy enorme (en sus manos pequeñas). Dalia no se sintió avergonzada y comenzó a conversar de sus tristezas, de sus ganas de comer y me mostró sus muñecas de trapo, que eran su pasión.
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Una solución diferente para bajar de peso
Luego de dos meses de terapia, donde nada resultaba, además de mucha impotencia y angustia, tuve una idea. Decidí llegar más temprano a verla, (vivía a 165 km de mi hogar) sabiendo que no había llegado del colegio todavía, le pedí a su madre que fuera cómplice en un plan de acción, tomé a Renata su muñeca de trapo favorita y aproveché que estaba algo descosida y le puse guata que había llevado de casa. Le puse tanta que la muñeca estaba a punto de estallar.
Al rato llegó Dalia, feliz corrió a besarme. Me incliné para saludarla y a propósito dejé que Renata se asomara. Sus ojos se abrieron impresionados, la tomó contra sí y corrió hacia el espejo más cercano al mismo tiempo que gritaba “está engordando demasiado”.
El amor lo cura todo
El plan estaba en marcha, a medida que “juntas” mejoraban la dieta, Renata perdía peso (cada semana lograba sacarle un poco de guata), Dalia sabía bien que era un truco, pero necesitó ver con sus propios ojos el daño que todos veían en ella. Así como ella amaba a Renata y deseaba verla saludable, pudo ver por sí misma que todos estábamos preocupados por el suyo.
A tu hija le pasará lo mismo: tendrá que tener disciplina, deseos de cambiar y mucha fuerza de voluntad y acaso incluso sentirse responsable por alguien. Por más que la ames tú nunca podrás darle eso.
Mientras tanto, puedes seguir con las recomendaciones médicas, y cumpliendo con todas las recomendaciones de la nutricionista. Pero en el proceso no dejes de amarla y dejar que fluya su hermosura.