Cómo apoyar a un ser querido que es adicto

Reconocer que un ser querido es un adicto es complejo y difícil de aceptar; sin embargo, el amor y el apoyo en esta situación son la base para encontrar la luz al final del túnel.

Erika Otero Romero

El mundo actual ofrece un sinnúmero de circunstancias, alimentos, objetos y experiencias que, bien sea por moda o por una influencia negativa de conocidos, generan en una persona adhesión y dependencia. Sabemos también que cualquier tipo de adicción que una persona tenga involucra a la familia, y, lo que quizás es peor, en la misma medida en que la salud física y mental del adicto se deteriora, del mismo modo la familia se ve perjudicada; en este ambiente particular se termina la paz familiar y las relaciones familiares se llevan al límite.

Hay adicción a innumerables cosas: las ya consabidas adicciones a los estupefacientes, al alcohol, pasando a las que quizás parezcan más “inofensivas”, como el apego a la comida, a las compras, a las cirugías plásticas, a los videojuegos, al internet, al maquillaje; es decir, cualquier situación, por más inocua que pueda parecer, cuando se lleva al punto de no concebir la vida sin ello, puede ser considerada una adicción.

La gran pregunta que un familiar de un adicto se hace con más frecuencia es, ¿cómo podemos ayudarlo sin dañarlo más? Enumero algunas sugerencias que podrían seguirse para auxiliar al adicto en esta difícil etapa de su vida:

  1. Ayúdale a superar un día tras otro. Muéstrale todo el amor y comprensión posibles; busca, junto con él, la ayuda terapéutica idónea para que encuentre la razón de su adicción y la supere. Por lo general, una persona que se vuelve adicta lo hace para llenar los profundos vacíos, inseguridades y carencias de su vida, y porque tal vez cree que tenemos una vida perfecta. Recuerda: tus necesidades no son las mismas que las de tu hijo, cónyuge o hermano.
  2. No caigas en tu propia negación. A manera de justificación podemos caer en un pozo sin salida y justificar la adicción de nuestro familiar culpando de ésta y sus consecuencias a terceros; podemos llegar, incluso, a eludir el tema por completo, llevando una vida fingida. La manera más apropiada de terminar con este “juego” es hablar sobre el tema de manera clara y contundente, “agarrando al toro por los cuernos”; puede sonar mal, pero los adictos tienden a ser bastante persuasivos y manipuladores en pro de mantener la adicción y hacer de cuenta que en realidad nada malo pasa.
  3. Aunque suene terrible y angustiante: por más que uno, como madre o padre, hermano o esposo de un enfermo, quiera ayudarlo, el que salga de una adicción es única y exclusivamente decisión de la persona atrapada en esta situación. Ella es quien directamente debe sentir la necesidad de ayuda para salir de donde está; éste es –quizás– el paso más lento y complicado al que puede llegar un adicto, pues no con facilidad reconoce que está enfermo y que necesita ayuda, debido a la zona de confort en la que se encuentra.
  4. En el mismo momento en que reconoce que necesita ayuda, entonces comenzamos a tener un papel activo en su recuperación. A esas alturas hay que tener mucha paciencia, informarse lo más posible acerca de la adicción del familiar; si se trata de un estupefaciente, el tratamiento va a depender según el alucinógeno y lo invasivo que éste pueda ser, pues quizás se requiera desintoxicación corporal, y eso ya es una cuestión médica, aparte del acompañamiento psicoterapéutico que debe darse para la recuperación.

El proceso de reconocer que tenemos a un ser querido atrapado en una adicción es un asunto bastante doloroso y desgastante; pero siempre debes tener en cuenta que, a la par de que cuides del bienestar de tu ser amado, tu vida, tu salud y estabilidad también son importantes. Sé un apoyo incondicional, acepta la enfermedad de tu familiar pero, sobre todas las cosas, acompáñalo en este proceso que, en la mayoría de las ocasiones, lleva más tiempo de lo esperado. Si se hace de la manera adecuada, podrás recuperar a tu ser amado y la vida mostrará otro cariz y regresará la paz que tanto han anhelado en la familia.

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NOTA: El punto de vista del autor no necesariamente representa la opinión editorial.

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Erika Otero Romero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.