Un buen líder no se jubila nunca de sus convicciones

Ser líder requiere la fortaleza de mantenerse firme en sus convicciones con responsabilidad y disciplina, solo de ese modo se puede sacar adelante la obra a la que se fue llamado para dirigir.

Marta Martínez Aguirre

El síndrome de Elí, si bien no figura en ningún manual de psiquiatría, suena cada vez más en todas partes. Reconocer sus síntomas puede permitirte salvar a tu familia, tu ministerio, tu empresa u organización. Aunque, tal vez ni siquiera sepas quién era Elí. Déjame entonces que te cuente. Elí era un líder como tú.

En esos días Israel no era gobernado por reyes, sino que el gobierno había sido asumido por Elí, el sumo sacerdote, quien actuó como juezy ministro religioso de la nación. Por cuarenta años cumplió su labor de forma honrada; jamás se vio envuelto en asuntos de corrupción, inmoralidad o en algún fraude. Dice la Biblia que era un hombre de paz; y como todo buen líder que se precie de serlo, esto era lo que más necesitaba, a fin de mantener su cabeza ocupada en sus labores. Pero, al llegar a su vejez, su vida de líder empezó a verse empañada.

En aquellos tiempos los filisteos constantemente atacaban a Israel, y gobernar en esa situación de invariable tensión no era tarea sencilla. Elí, además, ya estaba cansado, su edad comenzaba a ser un impedimento; la vista ya no le daba para más, sus fuerzas habían menguado y sus hijos, Ofni y Finees, no eran lo que él, como padre, había soñado. Eran sacerdotes, sí, pero no valoraban su ministerio con responsabilidad, ni eran los mejores administradores y su moral era enfermiza. A causa de su desorden Israel atravesaba una crisis política.

Elí se sentía viejo y cansado, sus hijos no eran un buen ejemplo y el pueblo al observarlos también empezaba a corromperse. Me imagino que Elí los llamó a su oficina para hablarles y ellos escucharon al pobre viejo, pero sus palabras de amonestación, por lo que dice la historia, cayeron en saco roto, en suelo infértil. Ofni y Finees siguieron haciendo de las suyas, al punto de que descuidaron que la lámpara de Dios del templo tuviera el fuego encendido y comenzó a apagarse. Con sus malas acciones se generó una oscuridad física, moral y espiritual por doquier. Elí había sido un buen líder, pero terminó cayendo con ellos.

Al poco tiempo Dios escogió a Samuel como un nuevo líder, quien desde su infancia había servido a Dios en su corazón.

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El síndrome de Elí

Hacer la vista gorda

Los hijos de Elí eran inmorales, deshonestos y no se interesaban por mantener las normas religiosas que su familia vivía con devoción; sin embargo, Elí los admitió en cargos de importancia, toleró sus acciones y no los hizo renunciar o los destituyó del cargo al que los había designado.

Tener la presunción de que a la larga se puede cambiar

Sus hijos eran de verdad malos, estaban envueltos en escándalos en forma reiterada, y no creo que estas conductas surgieran de un día para otro. Tal vez Elí creyó que por ser sus hijos o crecer dentro de las paredes del tabernáculo iban a ser fieles siervos del Dios Altísimo; sin duda, cuando correteaban de un lado a otro y con seguridad eran blasfemos en sus actos y lenguajes quizás pensó, “Aún son pequeños”; tal vez de adolescentes fueron incrementando sus fechorías y él se dijo, “Todavía estoy a tiempo”; ya que llegaron a adultos, por último, Elí no tuvo la fortaleza moral de mirarlos a los ojos y darles algo más que un regaño. Su intención en cada época sin duda fue correcta, pero nunca tuvo la fuerza suficiente para dejar de ser un padre complaciente.

Dejar que la vejez nos inhabilite para seguir al mando

Tal vez Elí, al sentirse viejo, temió a sus hijos. Quizás no actuó con fortaleza por miedo a que ellos reaccionaran en forma violenta contra él, que perdiera su amor o se quedara solo en su ancianidad. La vejez no debe ser una excusa para jubilar nuestra capacidad de liderazgo, todo lo contrario; debe ser una etapa vital para transmitir enseñanzas y saberes a los novatos.

Algunas pautas para evitar este síndrome

Recuerda que en el Reino de Dios, o en el mundo empresarial, los buenos líderes son aquellos que no se jubilan nunca de sus convicciones.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: