Un niño no es un adulto

¿Por qué como adultos reprendemos a los niños por su natural estado de sensatez y honestidad?, ¿Por qué no corregirnos a nosotros mismos siendo los del error? Un niño no es un adulto.

Erika Otero Romero

Cualquiera que sea el parentesco que tengas con un niño, ten en cuenta que jamás serás tratado con hipocresía de su parte, pues sea lo que sea que piense, quiera o se sienta, no dudará en hacértelo saber, de modo que no enseñes a un niño a mentir, más bien aprende a ser como él.

Mi sobrino tiene 7 años y, como casi todo niño de esta edad, es franco (con todas las letras): si algo le molesta no duda en expresarlo sin disfraces, así como cuando algo le gusta y no se lo piensa dos veces para ver cómo disfraza sus emociones –como en ocasiones hacemos los adultos–, él solo lo hace porque le resulta natural.

Hace pocos días estuvieron de visita en casa, por vacaciones de verano, un primo y sus hijas; la más pequeña de ellas tiene 5 años y es bastante singular. Un día salí a hacer algunas compras y a manera de regalo de bienvenida compré para la pequeña un juego de maquillaje infantil; al llegar a casa y entregárselo me abrazó como si le hubiera dado el mejor regalo del mundo. Era algo tan sencillo que no creí recibir de parte de ella un gesto tan efusivo, fue un abrazo lleno de afecto espontáneo, puro alimento para el espíritu.

Enseñamos con el ejemplo

Por desgracia, no todos los niños son criados de la misma manera. Como adultos a veces los contaminamos con nuestros vicios. Recuerdo una ocasión en que una amiga conversaba conmigo y de repente, su hija, que estaba atenta a nuestra charla, intervino argumentando que lo que su madre decía era mentira. Mi amiga, con mirada furibunda y el rostro sonrosado por el furor, sin reparos le dijo: “¿Cuántas veces te he dicho que cuando los adultos hablan los niños no participan?”, y continuó: “Vete para tu cuarto, y ya arreglaremos cuentas”. Callada, me limité a ver la escena, terminé lo más rápido que pude la conversación, me despedí y me fui. No quise ni imaginar cómo le iría a la pequeña.

Y ese es el punto. ¿Por qué como adultos reprendemos a los niños por su natural estado de sensatez y honestidad?, ¿Por qué no corregirnos a nosotros mismos siendo los del error? ¿Acaso es nuestro deseo que los niños que estamos criando crezcan con una confusión completa sobre los valores y la ética que como personas debemos tener para con los demás?

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Si es nuestro deseo mantener en los niños ese estado de sinceridad incorruptible, esa mirada sincera que lo dice todo sin pronunciar palabra, es nuestra obligación:

1. Mantenerlos a distancia en las conversaciones entre adultos

Ellos, o las entenderán mucho o no las entenderán, y en ninguno de los casos es productivo.

2. La infancia es la infancia

No insistamos en que se comporten como adultos cuando aún falta mucho para eso.

3. Por naturaleza, nuestros pequeños son traviesos, pero no se comportan así con el deseo de hacer maldad

De modo que si el pequeño comete un error, corrígelo con sabiduría y no exageres comportamientos que no lo ameritan.

4. Ámalos y no busques nada a cambio

Ellos te darán su amor espontáneo en cualquier momento y sin necesidad de ser forzados.

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Deseo que seas de vez en cuando el niño que solías ser y de esta manera disfrutes a plenitud la vida. Las mismas Escrituras lo dicen: “Y dijo: De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).

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Erika Otero Romero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.