La dura búsqueda de la felicidad

El camino del éxito está plagado de espinas y a veces uno debe andar descalzo.

Rafael Vázquez

Algunas historias de vida nos hacen ver que la superación suele ser un camino lleno de espinas, en que los héroes han tenido que andar descalzos. Hoy compartiré contigo una de esas historias. Es un relato real, aunque puede que mi memoria me traicione con algunos detalles.

El abandono

Bernardo abandonó a su esposa Liz y a sus cuatro hijos después de varios años de maltratarlos y desatender sus responsabilidades de proveedor y compañero. La madre de Bernardo hizo un gran esfuerzo y alojó en su casa a la familia que su hijo había dejado indefensa.

Liz no tenía estudios profesionales y vivía lejos de su hogar materno, así que, con ayuda de su suegra, se organizaron para vender quesadillas (bocadillos muy populares en México), con lo que obtenían apenas lo suficiente para que sobrevivieran todos.

Así estuvieron poco más de un año.

La decisión

Una noche, Liz hizo que todos sus hijos se sentaran en torno a la mesa para hablar. Les dijo que no era justo ni para ellos ni para ella ni para su abnegada abuela pasar por tanto dolor, carencias y sin la esperanza de un futuro.

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“La única forma de salir de esta situación es que yo estudie una carrera, para así conseguir un trabajo decente. Pero todos ustedes me tendrán que ayudar.”

Así que cuando una de las universidades públicas gratuitas sacó una convocatoria de ingreso, Liz se preparó, hizo su examen de selección y fue admitida. En aquellos tiempos, no había cargas horarias de medio tiempo en esa universidad, así que Liz se convirtió en estudiante de tiempo completo.

La larga y dura jornada

Los hijos de Liz eran excelentes en la escuela, lo cual era un requisito para ser admitidos como empacadores por propinas en el supermercado, así que los dos hijos mayores de Liz salían de la escuela, comían poco y rápido en casa de su abuela, y se iban al supermercado toda la tarde a trabajar como empacadores. Cuando volvían de la escuela las dos hijas menores de Liz también hacían toda clase de encargos en el vecindario para obtener alguna propina: sacaban la basura y cuidaban mascotas mientras su abuela los apoyaba con el ánimo, su alojamiento y su amor.

Liz iba a la universidad y adelantaba todo lo que podía en la biblioteca, hasta que caía la tarde. Por la noche, al llegar a casa, juntaba a sus hijos y el dinero que habían conseguido. Liz era una fiel miembro de su iglesia, así que apartaba el diez por ciento de todo para pagar diezmo; luego asignaba el dinero para los transportes, los alimentos, y durante muchos meses no hubo para más.

Los frutos del esfuerzo

Pronto las bendiciones llegaron: primero, las dos hijas menores de Liz obtuvieron una beca por parte del gobierno del estado, en reconocimiento a sus altas notas. Luego, su segunda hija también consiguió un estipendio en su escuela secundaria, que le permitió ayudar con más dinero a la economía de la familia.

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El hijo mayor de Liz era fuerte y alto, de modo que un buen hombre que trabajaba con un torno en un taller industrial, lo hizo su asistente.

La mayor bendición llegó cuando la propia Liz logró conseguir una beca para continuar y concluir sus estudios universitarios. La vida por fin comenzaba a sonreírles a Liz y a sus hijos.

Conocí a Liz cuando vino a vivir a la gran ciudad. Vino a estudiar un posgrado en un prestigioso instituto que tiene sus instalaciones a unos pasos de mi casa. Le pagaban un doble estipendio: uno por parte de la secretaría de educación de su estado, que la había contratado, y otro por parte de uno de los comités de apoyo a la investigación más prominentes del país. Vivía con sus ejemplares hijos, cerca de nuestro vecindario, todos seguían estudiando, gozando de los beneficios de sus becas y llenos de ilusión por el futuro brillante que les aguardaba. Cuando el posgrado terminó, sus jefes la comisionaron para permanecer en la capital del país supervisando programas y escuelas.

El legado

Hace pocos años murió Liz. Todos sus hijos son hombres y mujeres exitosos en sus vidas. Una de sus hijas se casó y recientemente se ha convertido en madre. No tienen la fama de los futbolistas ni han ganado premios internacionales, pero considerando el inicio de su historia, es un rotundo éxito que todos ellos estén sanos, sean felices, emocionalmente estables, económicamente solventes y espiritualmente gigantes.

Su vida es el relato de las terribles circunstancias en las que a veces nos deja la vida: desamparados, sin recursos, sin consuelo y casi sin esperanzas. Nunca debemos rendirnos en nuestra búsqueda de la felicidad, porque todos tenemos derecho a ella. Aunque requiera un esfuerzo sobrehumano, Liz y su familia me han enseñado que la fe, la constancia en el trabajo y la paciente espera un día rendirán sus frutos.

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