Lo que la viudez de mi abuela me enseñó sobre el amor

¿Quieres leer la historia de un amor más grande que la muerte?

Erika Otero Romero

Mi abuela murió a los 68 años y me dejó grandes enseñanzas y recuerdos, hoy quiero compartir uno que cada día tengo presente: su matrimonio con mi abuelo.

Como todos, o casi todos los matrimonios de mitad del siglo pasado, mis abuelos permanecieron casados por 23 años, hasta que la epilepsia se lo llevó estando joven aún. A partir de ese momento, la vida como mi abuela la conocía cambió; los recuerdos, el dolor, la necesidad y las deudas la obligaron a tomar la decisión de cambiar de lugar de residencia, así que se mudó junto a sus siete hijos a una ciudad más grande que le ofrecía mejores oportunidades de sacar a sus hijos adelante.

Cómo una mujer cría sola a sus hijos

Las necesidades no se hicieron esperar, y a pesar de que mi abuela trabajaba, el dinero que ingresaba no era suficiente, así que esa situación llevó a mi mamá y a mi tía a dejar de estudiar y empezar a trabajar para ayudarla con los gastos que representaba tener pequeñas bocas que mantener y una renta por pagar, necesidades que con mi abuelo no habían conocido hasta ese momento trágico en la vida de ellas.

Así fue como mi mamá se quedó viviendo en la ciudad donde yo nací y mi abuela se fue a vivir a Bogotá junto con una hermana mayor de mi madre. Mi abuela venía a visitarnos cuando mis primos venían a pasar sus vacaciones en mi casa, pero era habitual verla con la mirada perdida en sus años pasados, cuando la vida le había sido más favorable y tenía un esposo que la amaba. Puedo decir con seguridad, que durante los 29 años de viudez que vivió mi abuela hasta el día en que murió a la edad de 68 años, nunca superó la muerte de mi abuelo, pero ¿cómo hacerlo, si había sido un hombre sin par, esposo y padre como ya pocos hay sobre la tierra?

Mi abuela así como otras tantas mujeres y hombres en el mundo, tuvo que vivir el dolor de quedarse sola en la crianza de sus hijos debido a la viudez temprana. Esto representa un sin número de sacrificios y dolores que las palabras no pueden expresar. Ella jamás consideró unirse a otro compañero, no sólo por conservar intacta la memoria de su amado esposo, sino porque pensaba en el bienestar de sus hijos, temía que alguien pudiera destruir a su familia generándoles un dolor mayor del que ya tenían que soportar.

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Un amor como ninguno

Son 19 años de su muerte y me es imposible imaginar un amor superior al que ellos se tuvieron. Cuando mi madre me cuenta cómo mi abuelo, cada tarde después del trabajo, invitaba a mi abuela a salir a caminar por las calles del pueblo o se iban a ver una película o a visitar a amigos, tengo la certeza que nunca dejaron de ser novios. No puedo dejar de imaginar cómo mi abuela cuidaba de mi abuelo después de cada ataque epiléptico o viaje para someterse a tratamiento, ya que él quedaba reducido en sus fuerzas y su salud mental se veía cada vez más deteriorada. Mi abuela lo daba todo de sí; no se me ocurre pensar en un amor más grande que el de ellos.

Lo que la viudez de mi abuela me enseñó sobre el amor

En lo que a mí respecta, espero poder conocer un hombre con los valores de mi abuelo y el profundo amor y respeto que él tuvo por su esposa y sus hijos hasta el fin de sus días. Espero también tener la misma valentía y coraje que tuvo mi abuela para cuidar de él en sus peores momentos y después de la muerte de mi abuelo para luchar por el bienestar de su familia. Admiro a mi madre, pues cuando me cuenta las circunstancias en las que vino a vivir a mi ciudad natal y todo lo que sacrificó por su familia, muy al contrario de recordar esas difíciles épocas con dolor, ella me trasmite un sentimiento de paz y satisfacción, y no hay un ápice de dolor en sus palabras. Ella amó y ama a sus padres, y sé que, al igual que yo, los venerará hasta el fin de sus días.

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Erika Otero Romero

Psicóloga con experiencia en trabajo con comunidades, niños y adolescentes en riesgo.