Ponte en las manos de Dios, y descubre de qué acero estás hecho

Hace unos años me contaron cómo se forja una espada y lo que ello tiene que ver con todo lo que nos pasa en esta vida. Descubre de qué acero estás hecho.

Rafael Vázquez

Hace muchos años, cuando era muy joven, Miguel, un amigo sabio me enseñó una lección valiosa que hoy compartiré contigo. Las dificultades por las que estaba pasando yo en aquel entonces se veían terribles, como si se avecinara el fin del mundo. Era esa sensación conocida de cuando somos jóvenes.

Me había topado con mi amigo en una ocasión en que salí a pasear con una chica en la que estaba interesado y que, al parecer, me correspondía. Miguel me dijo que me veía muy feliz y que él mismo lo estaba por mí. Platicamos un rato y nos despedimos.

Y la verdad es que yo sí era feliz. Estaba entusiasmado por iniciar una relación seria con aquella joven. Pero no todo fue como lo esperaba y a los pocos meses la “operación conquista” terminó en un rotundo fracaso.

Un día después de mi ruptura, providencialmente, me encontré a Miguel de nuevo, quien adivinó el dolor de mi corazón apenas me echó encima la mirada. Me invitó a comer una hamburguesa porque, según él, “las penas, con pan, son menos”, y escuchó la triste historia de ranchero enamorado que le conté.

En sentido estricto, creo que había elementos para culpar a la joven aquella de mi desilusión, pero en lugar de solidarizarse conmigo para condenarla, Miguel me dio algo más valioso:

Advertisement

¿Sabes cómo se hacen las mejores espadas?

Miguel me contó cómo, desde tiempo inmemorial, los mejores armeros (herreros fabricantes de armas) han sabido probar la calidad de las espadas averiguando la resistencia del acero a los cambios bruscos de temperatura. Y cuando digo “bruscos” no sé si esté siendo lo suficientemente claro:

Después de forjar y darle la forma final a la espada, ayudados por el horno –que calienta el acero al rojo vivo–, los mejores fabricantes introducen la hoja de la espada en bloques de hielo (o agua muy fría), tras de lo cual observan si la hoja conserva su forma y su resistencia. Luego vuelven a meter al horno la espada y cuando está al máximo de calor, la sacan del horno para meterla en el bloque de hielo nuevamente, y observan si la hoja resiste.

Según Miguel, la cantidad de veces que se repite esta prueba final varía de armero a armero, pero me explicó con mucho énfasis lo siguiente: “No todas las espadas resisten”. Algunas se doblan, otras pierden su filo o resultan melladas por la sola acción del calor o el frío, y algunas más simplemente se rompen como galletas. Entonces el armero sabe cuáles espadas están listas para formar parte del equipo de un guerrero y cuáles serán enviadas al herrero para que use ese acero para otros fines menos “gloriosos”.

Dios es el armero y nosotros, las espadas

Miguel cree en Dios, y sabe que yo también, de modo que terminó su enseñanza diciéndome que Dios es el armero, y nos está forjando: darnos forma y filo es como enseñarnos todos los conocimientos que vamos necesitando, pero luego también requiere probar la resistencia de nuestra esencia, nuestra alma. Él quiere que nos demos cuenta del tipo de acero del que estamos hechos, así que nos pondrá en el horno a gozar del intenso calor de la felicidad o la prosperidad, o el entusiasmo o la salud plena y luego nos sacará de ahí para llevarnos sin aviso al hielo que extinguirá todo ello con la tristeza, la necesidad, el desánimo o la enfermedad.

Lo mejor será darnos cuenta de que no nos rompemos ni nos deformamos, sino que nos mantenernos firmes. No es fácil, por supuesto, pero ¿qué diría una espada forjada y probada así si pudiera hablar?

Advertisement

Soy una espada en las manos de Dios

En aquellos días mi hielo era esa etapa de desencanto sentimental, lo cual hoy parece un asunto ridículo. Sin embargo, en aquel momento la alegoría de la espada que me enseñó mi amigo me ayudó mucho a darle una perspectiva amplia a las cosas que me han pasado en la vida.

Con el paso de los años he crecido, conocí a una maravillosa joven con la que me casé; luego vinieron los hijos. Y el camino no se ha detenido. Dios me ha seguido sometiendo a ese proceso: hace unas semanas perdí a un ser muy querido y meses atrás logré ser contratado por una compañía que me prometía estabilidad económica, realización personal y crecimiento profesional, pero cuando solo había transcurrido un mes todo terminó por razones que todavía no comprendo.

Cuando la felicidad es tanta que me sobrepasa, me preparo, porque sé que Dios pronto podría sacarme del calor del horno y meterme de un momento a otro a un bloque de hielo. Pero, de la misma forma, cuando siento que el dolor y la angustia son casi imposibles de soportar, recuerdo que cada vez está más cerca el momento en que Dios me saque de ahí y me vuelva a envolver con el calor de su infinito amor.

Toma un momento para compartir ...