3 consejos para no rendirte ante la adversidad
El desánimo es un gigante que acaba con nuestras energéticas intenciones de emprender algo nuevo; deshazte de su sombra, decídete a croar como las ranitas.
Paola López Martínez
Hace casi 2 años mi esposo y yo llenamos un formulario, donde manifestamos nuestra intención de participar en el ministerio de jóvenes de nuestra iglesia. A las pocas semanas, un líder de la iglesia nos dijo que nosotros éramos una de las parejas contempladas para asesorar el grupo de jóvenes. Por supuesto, nos emocionamos: teníamos tantas ideas, tantas ganas de empezar, de aconsejar, de involucrarnos, de servir, estábamos maravillados. Oramos pidiendo sabiduría, amor, paciencia, provisión de tiempo y de recursos y mucho más.
Esperábamos una llamada, una cita, una reunión para hacerlo oficial. Pasaron seis meses, pero no hubo más noticias, ni siquiera para descartar. Yo nunca dejé de orar, pero mi ánimo paulatinamente se venía abajo. Nada respecto a servir al Señor era completamente claro, mucho menos a nuestro alrededor; las circunstancias intentaban distraerme de mi objetivo: me hacían dedicar más tiempo a ellas, más que a lo que en verdad vale la pena.
Presas del desánimo
Un día, a unos ocho meses de la noticia extraoficial, me descubrí sin ganas de orar, me preguntaba “¿Para qué?” Tal vez Dios había recapacitado y había decidido llevarnos a otro lugar. Ese día sólo preferí callar. Qué revelación tan grande vendría después.
Como tú, muchas veces me he sentido cansada, desanimada, ensordecida, frustrada. Y es que cuando el camino se vuelve tedioso, aburrido, sin emoción, nos cuesta trabajo visualizar nuestra meta. El desánimo es un gigante que acaba con nuestras energéticas intenciones de emprender algo nuevo. Devora nuestras expectativas, nos estanca, nos impide movernos, nos va hundiendo poco a poco en las arenas movedizas: primero imposibilita nuestros pies (acciones), luego nuestro pecho (voluntad), por último nuestra cabeza (fe).
El aprendizaje
El día en que decidí callar, leí acerca de la rana Gardiner, este animalito es de los más pequeños que existen en la familia de las ranas. Permíteme explicarte, ninguna rana tiene oídos externos, pero sí poseen un oído medio con un tímpano situado sobre la superficie de su cabeza. La rana Gardiner es una excepción, no tiene oído medio, pero es capaz de croar y cuando abre su boca permite que el canto de las otras ranas active su poco desarrollado sistema auditivo. Es decir, si esta ranita no canta, está perdida.
Lo mismo pasa cuando estamos abrumados, no escuchamos nada y tampoco tenemos fuerzas para abrir nuestra boca. Ese día aprendí mucho, me di cuenta de que si no abro mi boca, el desánimo me aplastará. Esa misma noche me convertí en una ranita Gardiner, abrí mi boca y dejé de estar perdida. Comparto contigo lo que hice, para que de la mano de Dios te quites de encima a esa poderosa sanguijuela que te absorbe el ánimo:
1. Aunque no tengas fuerzas, ora
Ora sin cesar, aún aunque no sepas qué decir, pide a Dios que tome el control sobre tu situación, pero sobre todo que destruya al gigante del desánimo que te aplasta, que te revele su voluntad y lo mucho que tienes que aprender para poder llegar a ese lugar que te prometió.
2. Declara Su Grandeza
Canta, alaba con tus palabras, lee salmos, aférrate a las promesas, que son aquellas que aunque no sabemos en qué tiempo, llegarán. Su magnificencia y fidelidad debe retumbar en tu boca, solo con sonidos podemos aplastar al desánimo. Salmo 113:1
3. Pide consejo
Recuerdo bien, que esa noche que decidí no orar, hablé con mi esposo, el me alentó, me sugirió no callar, me ayudó a orar. Estoy segura también que mi confesión le animó, él también estaba pasando por un momento de apatía. Al entrelazarse nuestras voces la victoria llegó. Atrévete a hablar, a compartir, hay alguien que puede aconsejarte o tal vez tu puedes ser el consejero de alguien. Busca a tu pareja, a un amigo, un líder. Juntos despójense del desánimo mientras cantan juntos.
Los frutos
La gran noticia para nosotros llegó un año después. Valió la pena la espera, aprendimos tanto, nos deshicimos de la sombra del desánimo y decidimos hablar, decidimos croar, como las ranitas, y hoy nuestra voz retumba en los oídos de nuestro grupo de jóvenes. Nosotros usamos nuestra voz, pero es el mensaje de Dios lo que realmente impacta. Hazlo tú, canta sin parar.