Cómo lidiar con personas difíciles

“Esa vieja fastidiosa”, es muy similar a “publicano”. Son etiquetas, que nombran y poseen una connotación especial dentro de ti.

Marta Martínez Aguirre

Quizá sea hora que visites al oculista y cierres el cajón. Un comprador irritado que grita por una larga cola en el supermercado, o una suegra que prueba tu almuerzo y se pregunta en voz alta por qué su santo hijo todavía sigue a tu lado, pueden ser motivos suficientes para nublarte la visión y arruinarte la jornada. Sin embargo puedes aprender a convivir con personas difíciles. Pero para ello tendrás que aprender a ver como Dios ve.

Aprender a mirar de otro modo

Ven conmigo al libro de Mateo 9:9-13. Ahí está, pasando las monedas entre sus dedos, arreglándose la ropa, acomodándose el pelo y sacando cuentas. Es un judío pero por trabajar para Roma sus vecinos le llaman “el pillo de la cuadra”; al verle, las ancianas menean la cabeza.

Escucha las voces, el ruido de monedas que caen sobre sus manos extendidas, los murmullos de los vecinos, las frases hirientes. Él no se inmuta, se llama Mateo y está acostumbrado a que lo llamen “publicano”, “lambeplatos de los romanos” y otros tantos calificativos que la buena educación nos prohíbe recordar.

Sin embargo, Jesús se acerca a la esquina, apoya su mano sobre la mesa, hace un lado la pila de monedas. Lo mira a los ojos con ternura, y le llama. A las pocas horas, Jesús acepta almorzar con él. Es una charla de negocios, el cobrador de impuestos sentado a la mesa con el hombre que diseñó el universo. Por el vecindario se corre la voz: Jesús comparte la mesa con pecadores.

En torno a la mesa sucede algo que nadie imagina: Jesús lo invita a que sea su socio en el Reino, lo hace uno de sus seguidores. A Él no le importa que le llamen ladrón, sinvergüenza, mal nacido. Tampoco le importa que tenga una mansión construida con las ganancias deshonestas o que tenga negocios truculentos. Como siempre, a Jesús le importa lo que ve.

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Elimina las etiquetas.

“Esa vieja fastidioso” es muy similar a “publicano”. Son etiquetas, que nombran y poseen una connotación especial dentro de ti. Para los ojos de los vecinos Mateo era de una forma, para los de Jesús era de otra. El Salvador no vio a un cobrador usurero, vio a una persona con un problema. ¿Qué problema puede tener ese hombre que vocifera que la cajera se apure, o tu suegra que critica tu forma de cocinar? Escenas como esa nublan tu vista y algo se enciende dentro de ti, entonces abres el cajón de los recortes y etiquetas. Cuando descubras que estás haciendo eso, prueba este par de consejos:

1. Tira las etiquetas o cierra el cajón

Ellas están muy bien para los frascos de mermelada casera, las fotocopias en las cajas y los cuadernos de los niños, pero las etiquetas no son otra cosa que impedimentos para conocer a las personas en su esencia. ¡Pero no me digas, Marta, que debo dejar mi lugar en la fila del supermercado e invitar a merendar al viejo que vocifera! Es cierto, no se trata de eso, sino de detener tu recurso sencillo de etiquetar y preguntarte: ¿Quizás necesita algo?, ¿Tendrá una urgencia?

2. Deja de lado el perfil interno que posees

Con la etiqueta se acciona una imagen. Junto a la etiqueta “mi suegra” hay un perfil que te has hecho o has heredado: “son todas unas brujas”, “siempre van a odiar a las nueras”, etc. El perfil bloquea la posibilidad de entender al otro, de redefinirle. “Negro, sudaca, gordinflón”, disparan perfiles que no demuestran la verdad sino un recorte de una realidad que alguien construyó y tú lo has incorporado, muchas veces privándote de conocer el interior de las personas.

Todos tenemos esa tendencia a decir, “ese es un alcohólico”, aquel otro es “un niño maleducado”, “una vieja metiche”, “un joven vagabundo”. Pero cuando hacemos esto, llegamos a una conclusión sin ir al fondo, sin darnos tiempo para preguntar qué le sucede a esa persona, si necesita ayuda, o si está pasando por un mal momento.

Recuerda, cuando colocas etiquetas cierras la posibilidad de ver con los ojos de la misericordia y los vínculos se tornan un alambrado de púas.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: