No me casé con mi alma gemela

Yo elijo tener el matrimonio que quiero con el hombre con quien elegí casarme. Esta historia fue publicada originalmente en KSL.com. Ha sido publicada nuevamente con permiso.

Kate Lee

La noche que lo conocí, nos quedamos hablando toda la noche. Nos reímos demasiado. Él tenía 23 años y yo 21. Era sobrenatural estar con esta persona porque era similar a mí en tantas cosas, pero lo suficientemente diferente como para que me encantara aprender de él. La conexión que sentimos fue instantánea.

La próxima vez que nos vimos supe que no sería la última. Jamás algo me había parecido tan obvio como esto: él era mi alma gemela. Cuando me fui del país por 18 meses, supe que él estaría ahí cuando regresara. ¿Cómo podría ser de otra manera? Yo había tenido tantas experiencias en que sentía que era la persona correcta, que era obvio que era nuestro destino estar juntos.

Por supuesto, yo pensaba que él estaría esperándome cuando yo regresara a casa. Pero no, él no estaba. Dos meses antes de que yo regresara él se casó y eso rompió mi corazón.

¿Con quién me iba a casar? ¿Era posible que yo llegara a sentir nuevamente una emoción tan fuerte por otra persona? ¿Debía conformarme con un plan B? ¿Sería justo para la persona con quien me casara? ¿Por qué Dios me hacía esto?

Lo opuesto a mi alma gemela

Cuando regresé a casa no estaba buscando a un esposo ni había un esposo buscándome a mí. Pero sin pensarlo, nos encontramos el uno al otro. Sin saberlo, habíamos estado en la misma generación en la escuela. Recuerdo que lo había visto en los pasillos y había pensado que era apuesto. Incluso escribí una nota en su libro anuario escolar, pero nunca llegué a conocerlo.

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La primera vez que Travis y yo salimos, él apareció en un auto Mustang del año 88. Combinaba perfectamente con la camisa ajustada que él llevaba puesta. Las mangas de la camisa casi explotaban por sus músculos, los cuales supe instantáneamente que eran su prioriodad número uno. Su cabello estaba peinado en puntas y llevaba puesto un collar de conchas genuinas. Ambos teníamos 23 años.

Él me recogió de la casa de mis padres. Mientras me dirigía a la puerta, crucé una mirada de desaprobación con mi hermano. Esta relación nunca funcionaría. Travis no hablaba mucho, lo cual estaba bien, dado que yo no podría haberlo escuchado por lo ruidoso que era el motor de su auto. Fuimos a cenar. No hizo muchos comentarios, con excepción de que me dijo que nunca había tenido una cita con una chica que terminara la comida antes que él. Sí, esto definitivamente no iba a progresar más allá de la primera cita. Me disculpé y me dirigí al baño mientras él pagaba la cena. Cuando salí, él ya se había ido. Fui afuera pensando que él estaba esperándome. Noté un vagabundo que pedía dinero para comer. Ahí es cuando vi a Travis salir del restaurante.

Él no se dio cuenta de que yo estaba allí y debió pensar que yo estaba todavía en el baño. Vi que Travis tenía una bolsa con comida del restaurante. Caminó hacia el vagabundo, le dio la bolsa junto con $20 dólares y todo lo que le dijo fue: “Pensé que tal vez tenías hambre”.

Nunca se enteró de que lo vi hacer eso.

De regreso a casa, hice un mejor esfuerzo. Para cuando llegamos a mi hogar, sabía que estaba predispuesta y que había juzgado mal a este muchacho. Yo había sido la afortunada de salir con él, y no lo opuesto.

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De ahí en adelante empezamos a salir formalmente. Nunca nos quedamos riendo toda la noche. Nunca sentí mariposas en el estómago cuando me besaba o tomaba mi mano. Nunca me hizo perder la cabeza ni era del tipo de personas que me daría piropos o elogios con frecuencia. Pero él era íntegro en las cosas importantes. Era sincero y bueno por naturaleza. Hacía lo que era correcto porque simplemente estaba bien hacerlo. Nos complementábamos cuando estábamos juntos.

Llegó el momento de decidir entre casarnos o seguir en caminos diferentes. Yo no quería experimentar otro corazón roto o desperdiciar mi tiempo en una relación que no estaba conduciendo a ninguna parte. El único problema era que ninguno de los dos sabíamos cómo diferenciar si estaba bien. ¿No se supone que debes sentir mariposas en el estómago? ¿O reír toda la noche? ¿O escuchar una voz del cielo, o lograr algún tipo de garantía de que esta persona es tu alma gemela?

Ninguno de los dos recibimos ninguna de estas cosas. Todo lo que yo sabía era que me sentía completamente cómoda con Travis, que era un buen ser humano, que amaba a Dios y que trataba de hacer lo que era correcto. De alguna manera, me había enamorado de este hombre que era lo opuesto a mi alma gemela y quizás yo era lo opuesto a su alma gemela.

El mejor consejo: no importa

Algún tiempo después me dieron, probablemente, el mejor consejo que he recibido en mi vida. Pregunté a un hombre anciano en nuestra iglesia cómo podría saber si Travis y yo éramos el uno para el otro. Él se rió.

“Ambos son buenas personas, con una gran fe en Dios”, dijo él. “Es tu decisión con quién te casarás y qué tipo de matrimonio quieres tener”.

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Era tan simple, pero nada había sonado tan claro para mí como en ese momento. El otro chico que describí al comienzo no terminó conmigo porque Dios no quisiera que estuviéramos juntos, ni porque hubiera alguien mejor para mí o para él. Yo me fui, y una hermosa chica apareció y él la escogió a ella. Era así de simple y estaba bien. Mi vida no se había acabado, mi oportunidad de tener el amor verdadero no se había esfumado.

En ese momento me di cuenta de algo: no importa si pensamos que hemos encontrado o no a nuestra alma gemela. Nuestra alma gemela es quien nosotros decidimos que lo sea.

Sí es cierto que en el matrimonio hay veces en las que quizás queremos darnos por vencidos más allá de que nos hayamos casado con nuestra “alma gemela” o no. Todos tenemos esos momentos. Para Travis y yo han habido años enteros en los que nos hemos distanciado uno del otro y no hemos sabido cómo regresar. Algunas de las cosas que han debilitado nuestro matrimonio han sido dificultades financieras, desempleo, la muerte de familiares y la depresión. Quizás esto te haya pasado a ti también.

Tal como te debe haber sucedido, cuando me casé no recibí una garantía de que mi matrimonio fuera a funcionar. Estas garantías no existen. Lo que recibimos, en cambio, fue una opción. Yo decido ser la esposa que quiero ser. Yo decido si quiero acercarme o distanciarme de mi cónyuge cuando las dificultades llegan. Yo decido tener el matrimonio que quiero con el hombre con quien me casé.

Soy afortunada de que el hombre que escogí resultó ser una decisión fantástica, aunque no me di cuenta de eso nueve años atrás. Requirió pasar por algunas dificultades para que nos pudiéramos acercar. Sé que seguramente vendrán otros momentos difíciles para ambos en los cuales tal vez queramos tirar la toalla, pero te aseguro que habrá otros momentos maravillosos como los que ya hemos tenido el privilegio de disfrutar nosotros. Somos afortunados.

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Cuanto más elijo crear un matrimonio feliz, más me doy cuenta de algo: no me casé con mi alma gemela, pero eso no importa porque ahora él ha llegado a serlo.

Traducido y adaptado al español por Anders Peterson del artículo original “I didn’t marry my soul mate” de la autora Kate Lee.

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Kate Lee

Kate Lee vive en Utah y es madre de tres pequeños. Puedes leer más de sus escritos en www.momentsofchunder.blogspot.com