Repite la escena del pesebre en el diario vivir con tus hijos

Una madre con un hijo en brazos es una escena dulce, mirar el pesebre nos enternece, nos recuerda que Dios eligió enviar su regalo en la inocencia y la fragilidad de un recién nacido. Repite la escena del pesebre en el diario vivir con tus h

Marta Martínez Aguirre

Me acerqué en silencio para no romper ese bello momento: un niño, quizás de unos seis años, miraba, en puntas de pie y sobre el muro, mi pesebre (mi nacimiento) instalado a la intemperie:

—¿Te gusta?, le pregunté.

—Qué lindo, señora, ¿puedo verlo de cerca?

Abrí el portón para que pasara, mientras uno de mis gatos le daba la bienvenida:

—Es tan lindo, se parece a mi mamá cuando hace dormir a mi hermanito…

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—Seguramente tu mamá también cuidó de ti de la misma manera.

Una madre con un hijo en sus brazos es una escena tan dulce, que mirar el pesebre nos enternece, nos recuerda que Dios eligió enviar su regalo en la inocencia y la fragilidad de un recién nacido con frío y mucha hambre.

Todos sabemos bien lo que eso significa

Los minutos se vuelven siglos y el hambre nos devora. Sin embargo, luego llegará la calma en los brazos de nuestra madre, su piel tibia irradiará calor y su pecho colmará todas las expectativas. El amor de madre alimenta, acaricia y sustenta nuestros corazones rotos por la espera.

Mirar a María y al niño en el pesebre es recordar los “Arrorró, mi niño, arrorró, mi sol”; es recrear la voz tierna y suave que nos adormecía y espantaba temores y generaba fantasías; es revivir los besos en las mejillas y las caricias; es, en fin, saberse cuidado en nuestra historia personal.

Lamentablemente, el tiempo pasa, y muchas madres pierden estos ritos mágicos en la autopista de la prisa y la economía avara. Cuando el rey David buscó una metáfora para expresar un estado de paz utilizó la imagen de un bebé en el regazo de su madre (ver Salmo 131:2).

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Gracias a Dios la vida, pese al ruido y las preocupaciones, sigue dándote oportunidades para que expreses, sin importar la edad de tus hijos, ese amor tan sublime que llena todos los rincones de paz.

Tu pesebre cotidiano

Abraza a tus hijos o tómales de la mano cotidianamente, sobre todo cuando trates de corregir alguna conducta o un mal hábito. Una mano por encima de los hombros, una guiñada cómplice, una sonrisa, un dulce beso en la frente, tienen el poder de zurcir las emociones en las paredes del corazón.

El mensaje de los reyes magos sigue vigente

No imaginas lo bien que hace bajar las luces para recrear un momento de intimidad con tus hijos, porque una luz tenue permite que la calma inunde el momento y la escucha sea eficaz. En un mundo de shoppings y mucho ruido, una noche de paz en familia puede marcar un espacio de intimidad para conversar con tus hijos y dejar que ellos se acerquen a ti para que los sustentes en sus necesidades.

Permanece a su lado cuando quieras hacerles llegar tu amor

Los expertos en el lenguaje paraverbal han demostrado que las personas que se sientan una a lado de la otra tienen mayor probabilidad de colaborar entre sí que las que se sientan de frente o en forma diagonal, así como las que se sientan formando un ángulo recto están más propensas a conversar que aquellas que optan por otras posiciones.

Usa la naturaleza para amarlos

Juega sobre un colchón mullido de hojas de otoño, hazles cosquillas mientras cortan el pasto, corretéalos a la orilla del mar… Quizás tus hijos crean que te has vuelto loca, pero no tienes idea de cómo esos recuerdos quedan atesorados en su memoria afectiva. La mayoría de las personas que asisto carecen de momentos como estos y su ausencia se ve reflejada en sus dificultades para transmitir amor.

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En un mundo cada vez más alejado de lo espiritual, la escena del pesebre puede ser un hermoso incentivo para imitar el amor en el trato cotidiano con tus hijos.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: