Lo que toda familia puede aprender de Cuba

Pese a venir de un país con carencias económicas, Cuba, en él aprendí la igualdad, unidad y alegría, cosas que deseo compartir y contagiar, con la seguridad de que, si las aprendemos, mejoraremos nuestra vida.

Yordy Giraldo

En Cuba te levantas temprano, te guste o no, porque el calor de tira de la cama. Desayunas una tacita (literalmente una tacita, pues no alcanza para más) de café cargado. Un café que no encontramos en ninguna otra parte del mundo, quizá porque en ninguna otra parte del mundo lo mezclan con chícharos (arbejas) para que alcance, y lo que es increíble, ¡nos encanta!

En Cuba la gente usa poca ropa por el clima y porque es más fácil encontrar tela para un short y una blusa sin mangas, que para un pantalón y un saco. Sin embargo, nos gusta acicalarnos y compensamos con actitud lo limitado del guardarropa.

De Cuba se dicen muchas cosas, ni todas ciertas, ni todas falsas. Pero hay algo que me gusta de mi tierra: me gusta que el doctor y el barrendero se tratan con igualdad; que el blanco, el negro y el mulato, no son blanco, negro o mulato: son ante todo personas, y por sobre todo, cubanos. Entonces no hay diferencias.

Me gusta que mamá y papá se preocupan por la ropa y la comida, que no es poca cosa, y porque no te metas en problemas. Pero si te enfermas o quieres estudiar para abogado o deportista, ellos no tienen que preocuparse por eso, porque el gobierno se encarga de que todos tengan acceso a la salud y la educación. El único requisito es que tengas ganas, talento o voluntad.

Me gusta que aunque la necesidad ha obligado a que las ventanas y las puertas tengan rejas, la gente sigue sentándose en la acera para charlar con el vecino. Me gusta que no se necesitan citas ni llamadas para ir a ver al amigo. Me gusta que la gente no pierde la costumbre de ver las noticias, ni de disertar sobre lo que pasa en nuestra tierra y en el mundo.

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Recuerdo con admiración cómo, cuando pasaban los primeros años después de la caída de la antigua Unión Soviética, ante las despensas vacías se pusieron de moda los “ajiacos vecinales”. El nombre de ajiacos vecinales se lo acabo de poner yo, pero consistía en que, puesto que en muchos hogares no alcanzaba para una comida completa, los vecinos se juntaban y, en plena calle, cada quien aportaba una vianda, una verdura, un pedazo de carne para preparar, con leña, el delicioso caldo.

De mi tierra cientos de miles han salido en busca de una vida mejor. Enciclopedias enteras podrían escribirse sobre las curiosas formas que se han inventado para poder migrar, ante los obstáculos que legalmente existen para abandonar la isla: desde personas que se han auto enviado por mensajería, hasta automóviles que flotan o matrimonios por conveniencia. El cielo es el límite.

Por ello, es difícil hablar de lo bueno sin que lo malo se haga presente, y viceversa. Sin embargo, todo esta diatriba no ha sido para fomentar el turismo o justificar lo injustificable. Los ejemplos que he puesto tienen un denominador común: en Cuba la gente se ve a los ojos. Las diferencias políticas y económicas no han abierto abismos entre su gente. Al menos no a niveles que provoquen que un cubano vea a su igual como enemigo.

Si algo quisiera exportar al mundo de mi país, es la capacidad de mantener nuestra humanidad a pesar de todo. La habilidad de sostener la sonrisa aun con el estomago vacío. Mantener viva la esperanza de un mañana mejor, aunque décadas de cambios nunca dados y anhelados por todos se sucedan sin éxito.

Las familias en Cuba se alimentan de risas, de sueños guajiros, de frustraciones compartidas, de música, de colectividad. Compartimos miedos, esperanzas. Lo que afecta a uno, afecta a todos y eso nos hermana: este sentimiento de identidad nos vuelve familia, aun sin serlo. Somos irreverentes, orgullosos y contestones. Quizá en lo individual estas características puedan ser más defectos que virtudes, pero como pueblo creo que son exactamente el tipo de particularidades que pueden hacer en las sociedades buenas diferencias. Por ejemplo, si las personas que cruzan sus miradas en la calle, se regalan una sonrisa, esto puede contrarrestar el mal humor de cualquiera. Si como pueblo somos capaces de soñar un mismo grandioso futuro, habremos dado el primer paso para lograrlo. Si lo que afecta a uno nos afecta a todos, no veremos nunca más con indolencia, sin hacer nada, cómo sufre nuestro vecino.

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Si nos mantenemos irreverentes ante el sometimiento y la injusticia, nuestras sociedades no serían madriguera para abusadores. Si nos sentimos orgullosos de nuestras raíces, nuestra educación, nuestro trabajo y familia, no nos sentiremos menos que nadie, nunca jamás. Si no tememos expresar nuestros sentimientos y opiniones, no podrán evitar que alcemos la voz y seamos escuchados.

Cada país, familia, individuo, es resultado de su entorno geográfico, social, económico; cada quien basa su actuar en las experiencias vividas. Todos también tenemos cosas maravillosas para compartir o “áreas de mejora”, como dirían los reclutadores laborales. De mi pueblo quisiera llevar al mundo la alegría de estar vivos, pese a todo.

Es por ello que te invito a ti sudamericano, centroamericano, norteamericano, caribeño y de dónde sea que vengas: ama lo que eres, no te avergüences de ti, ni de los tuyos. No te creas más, ni te sientas menos. Únete a tus seres queridos, ama a los que te rodean. Volvamos a lo básico: llama al otro por su nombre, preocúpate por lo que pasa a tu alrededor. Sé consciente de tus acciones y sonríe, por favor, siempre sonríe.

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Yordy Giraldo

Yordanka Pérez Giraldo, Cubana de nacimiento, mexicana por elección.