Mi fracaso con la lactancia materna

Amamantar a tus hijos es lo mejor que puedes hacer por ellos, pero ¿qué sucede cuando no te es possible hacerlo? Comparto contigo mi experiencia, esperando que te ayude esta perspectiva.

Maria Josie Hernandez Cabrera

Cuántas veces hemos escuchado o leído artículos sobre las maravillas y los beneficios de lactar a nuestros hijos. Entre otras cosas, nos dicen que un bebé que se alimenta exclusivamente de leche materna durante los primeros meses de vida, es mucho más saludable, más feliz y que tiene un coeficiente intelectual más alto que el resto de los seres humanos.

Por otro lado, resaltan que los beneficios para la madre son igual de maravillosos, entre otras cosas: nos ayuda a bajar el peso adquirido durante el embarazo, a superar la depresión postparto y a disminuir el riesgo de padecer cáncer de senos y de ovarios.

Si nos dieran a elegir entre obtener todos estos beneficios, o arriesgar la salud de nuestros hijos al proveerles un alimento artificial, nadie optaría por lo segundo. Sin embargo, existen situaciones en la vida en las que la lactancia materna simplemente no es una opción.

Comienza la pesadilla

Mi experiencia personal ha sido terrible, y puedo asegurar que mi fracaso no se debió a mi falta de entusiasmo. Si estaba convencida de algo, era de que iba a lactar a mis hijos durante un año a como diera lugar.

Desde el embarazo asistí a clases, grupos de apoyo, compré los manuales, estudié las distintas técnicas en el tema, etcétera. En el hospital pedí que me dieran a mi hija de inmediato para empezar con esa aventura de alimentarla con lo mejor de lo mejor. Sin embargo, para mi sorpresa, ese sueño que yo auguraba maravilloso se convirtió pronto en una pesadilla.

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Mis intentos y complicaciones

El dolor inimaginable, la insatisfacción de mi bebé, el cansancio y la depresión, entre otras cosas, me impidieron llevar a cabo mi propósito. Ya estando en casa, el llanto de mi bebé me atravesaba el corazón y los oídos, no soportaba más el dolor que me causaba su boquita pequeña pero poderosa y su desesperación por aquello por lo que luchaba, pero no obtenía. Finalmente, exhausta y con lágrimas en los ojos, accedí a darle un biberón de fórmula esa primera noche. Estaba tan convencida de que la leche materna era lo mejor para ella, que en ese momento sentía que le estaba dando a beber veneno.

Mis siguientes cien intentos fueron igual de frustrantes. Mi bebé luchaba como campeona por alimentarse, pero no conseguía satisfacer su hambre y las heridas en mi piel y el dolor, iban en aumento. Fueron días, semanas y meses tormentosos, por decir lo menos.

Con cada uno de mis hijos consulté con médicos y parteras, supe de técnicas y especialistas de lactancia, leí todos los artículos que pude, tomé todos los suplementos que me recomendaron, usé todos los inventos del mercado, incluyendo una bomba para extraer el líquido mágico y aun así, no pude alimentarlos exclusivamente con mi leche. ¡Me sentía un fracaso como madre! Con mucho sacrificio los lacté pobremente durante pocos meses, hasta que la bomba de leche no pudo extraer ni una gota más.

Entre todas las complicaciones, experimentaba un dolor tan intenso y continuo, que me producía terribles jaquecas; por si esto fuera poco, sufrí de mastitis, que en pocas palabras es la obstrucción de un ducto de leche que deviene en infección y se caracteriza por un dolor inexplicable. En una ocasión mi esposo tuvo que llevarme al hospital de emergencia, con una fiebre tan alta que me hacía temblar con violencia.

Otra experiencia devastadora

Mi cuarta bebé fue prematura, por lo que existía una necesidad mayor de alimentarla con mi leche, para ella era una cuestión vital. Esta vez tenía una razón mucho más poderosa para no darme por vencida. Habíamos tenido un buen comienzo, primero con la bomba y luego, cuando ella tuvo la suficiente fuerza, entre monitores, tubos y sueros, comenzó a comer de mí. ¡Y de nuevo me dio mastitis! Unos días más tarde, los médicos decidieron darle fórmula porque no estaba subiendo de peso suficientemente rápido, y ahí mismo terminó mi sueño de lactarla. Fue realmente devastador.

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¡Claro que lo volvería a intentar!

Finalmente, el amor se trata de buscar el bien último para el otro. A pesar de mis experiencias anteriores, mis fracasos y mis miedos, deseo hacer lo que es mejor para mis hijos. La lección principal que aprendí de mi pesadilla con la lactancia es que no tenemos derecho a juzgar a nadie. Nuestras vivencias, experiencias y fracasos nos ayudan a ser más comprensivos y compasivos con los demás. Debemos agradecer siempre a Dios nuestras derrotas porque, en definitiva, nos enseñan a ser mejores seres humanos.

No te sientas culpable

Si tú también hiciste todo lo que pudiste para amamantar a tu bebé pero tu sueño también se volvió una pesadilla, no te sientas culpable, y toma en cuenta los siguientes seis puntos:

1. Aunque amamantar a tus hijos sea lo mejor,

el hecho de no hacerlo no debe de afectar tu percepción de ti misma, ni tu autoestima.

2. Los adultos que se alimentaron de fórmula

son igual de felices y saludables que los que tomaron leche materna.

3. Aunque el amor hacia un hijo sea infinito,

debes de pensar en tu bienestar y tu salud, porque ello se reflejará en el cuidado que les des a tus hijos.

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4. Las mamás descansadas,

saludables y felices son mejores madres y esposas.

5. Cuando los bebés toman fórmula,

el papá puede participar de la hermosa tarea de alimentarlos.

6. Si la vida de nuestros hijos

dependiera en exclusiva de nuestra capacidad de amamantarlos, la mitad de la población tal vez no existiría.

¡Ánimo! Aún si no lactaste a tus hijos, sigues siendo una excelente madre, no dejes que nadie te diga lo contrario.

Si deseas ahondar en el tema, te invito a leer los siguientes artículos:

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Relee: 5 mentiras y una verdad sobre la lactancia materna.

También puedes releer: Lactancia materna. Fuente de crecimiento y amor

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Maria Josie Hernandez Cabrera

Esposa y Mamá radicada en EEUU, Comunicóloga de profesión, Bloguera por inspiración, Traductora, Editora y Locutora, por ocurrencia de Dios, Defensora de la Vida y la Familia por vocación