¡Alto mamá! Deja todo, todo, y mira a tus hijos
A diferencia de como ocurrió con su hermanita mayor, no siempre puedo atender a mi bebé en cuanto me lo pide. La frustración y culpa que esto me genera desaparece como por arte de magia cuando, al tenerlo entre mis brazos, él tan solo sonríe.
Pilar Ochoa Mendez
Los primeros días después del nacimiento de un bebé son toda una rueda de la fortuna emocional para la nueva madre. Entre el demandante cuidado del recién nacido, los ajustes hormonales y los cambios en la rutina familiar, todo parece volverse borroso. Sin embargo, en el momento en que sostienes a tu pequeño entre tus brazos y lo miras con asombro, todo vuelve a tener sentido. Permíteme compartir contigo algunas de las reflexiones que me ha dejado mi propia experiencia como madre.
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1. La locura del recién nacido
En esos primeros meses recuerdo bien lo culpable que me sentía cuando mi bebé lloraba y no podía atenderlo al instante, ya sea porque estaba con mi otra hija, cocinando o en alguna otra actividad. Desde pequeño, él debió esperar más que su hermana mayor para que yo respondiera a sus necesidades y cuando después de unos segundos o minutos de frustración (de madre y de hijo), finalmente lo podía cargar entre mis brazos, toda la culpa y angustia se desdibujaba ante su mirada de emoción. Si te ocurre algo semejante, por favor, no te exijas demasiado y déjate llevar por la magia de esa mirada única que tu hijo te regala.
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2. A ellos no les preocupa nada
Mi niño no me recriminó por no ser el hijo mayor y tampoco le importó usar cobijitas rosadas cuando las azules estaban sucias. Me miraba con una ilusión y una alegría que me desmoronaban. Algo se rompía, o mejor dicho, algo se acomodaba cuando estábamos juntos. Todavía hoy cuando decide despertar a las 3, 4 o 5 de la mañana y yo no puedo más, se avienta una de esas sonrisas mágicas que obligan a su agotada y malhumorada mamá a replantearse todo el mundo. Te invito a que aprendas de tu bebé esa capacidad para concentrarse en el instante presente y disfruta de cada momento que vivas a su lado.
3. Son mágicos
Solamente quienes hemos tenido el don y la dicha de ser padres, reconocemos la inconmensurable magia de la sonrisa de un hijo. Cuando sonríen, todo es inocencia, ilusión y amor. Él no me juzga por mis muchas limitaciones o por los días en los que pierdo la paciencia, ni siquiera por aquella ocasión en que se cayó de la cama.
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4. Los ojos de Dios
A riesgo de decir una herejía, les cuento que ayer mientras su mirada profunda me atravesaba, solo pude imaginar que así debe de ser la mirada de Dios. No juzga, no exige, no reclama, tan solo me invade de felicidad cuando dejo todo para mirarle y tomarle en mis brazos. Me siento inmensamente bendecida de poder sentir esto.
Y tú, ¿qué cosas maravillosas aprendes cada día, al mirar fijamente a tus hijos?