Atrévete a hacerte esta pregunta, y resuelve de una vez tus problemas matrimoniales
La vida matrimonial es a veces, es demasiado difícil. Hazte esta pregunta, y date la posibilidad de cambiarla radicalmente.
Marilú Ochoa Méndez
Ana lo sabe. Su matrimonio va mal. Constantemente discute con su cónyuge, encendiendo chispas que dejan heridas que ya supuran. Se siente defraudada y sin esperanza. Ha perdido la fe en que la situación cambie, y ni siquiera le interesa dialogar sobre los problemas y diferencias con su marido. Prefiere poner entre los dos la distancia del silencio o la indiferencia.
Además, -como no cree que su esposo cambie- se dice a sí misma que no vale la pena luchar más, y navega a la deriva en una barca que asume perdida sin remedio.
La vida matrimonial es difícil. Incluso, hay muchos momentos en que consideramos que es demasiado difícil, y tal vez, solo tal vez, si nos separáramos, todo mejoraría. Déjame que te diga que en la mayoría de los casos, tu relación puede sanar. Cambia tu perspectiva, y lo verás.
Una introducción: elige tu “difícil”
Hallé este texto, y me parece una genial introducción para iniciar este planteamiento que sanará nuestro matrimonio:
“El matrimonio es difícil, el divorcio también lo es. Elige qué tipo de “difícil” deseas.
La obesidad es difícil. También lo es mantenerte en forma. Elige tu difícil.
Tener deudas es difícil. Vivir la disciplina financiera también lo es. Elige cuál asumirás.
Comunicarse es difícil. No comunicarse también lo es. Elige una de ambas.
La vida no será nunca fácil, siempre será dura. Pero tú puedes elegir qué dificultad enfrentarás. Decide sabiamente”.
Tú y yo podemos aprender mucho de Ana
Ana, que tan mal la pasa hoy día, se casó muy enamorada. Al inicio, su matrimonio iba bien, pero comenzó a vivir desencuentros y conflictos con su esposo. Él se enfrascaba en su trabajo, la limitaba y criticaba constantemente, y la hacía sentir que nada de lo que hacía era suficiente. Sin embargo, era un gran proveedor, y ni a ella ni a sus dos hijos les faltaba nada.
Pero ella se sentía sola, y herida. Y, sometida por la desesperanza, cometió un error grande: comenzar a mirar en su esposo solamente lo que no tenía, lo que no le daba y lo que la dañaba.
Pasaron los días y ella se encontraba cada vez mas amargada, sobreviviendo a una situación que se le antojaba cada vez mas dura.
Hasta que el esposo de esta mujer sufrió un accidente. Ella corría al hospital, tras de recibir el llamado de la ambulancia, rogando a Dios que conservara a su lado a su marido, y replanteándose -por primera vez en años- cuánto lo amaba y todo lo que recibía de él.
Entonces se hizo la gran pregunta
Afortunadamente, en el hospital pudieron estabilizar a su marido, y luego de algunas semanas, estaban en casa reunidos de nuevo. Después del tremendo susto familiar, la actitud de Ana hacia la vida que llevaba, cambió.
Ella comenzó a valorar la vida de su esposo, la ventaja de que -primero que nada- estuviera vivo. Después, que pudiera respirar por sí mismo, y le quitaran el respirador. Luego, cuando su esposo al fin pudo sentarse, y mas tarde cuando logró dar unos pasos. Ya en casa, disfrutaba tremendamente la sensación de seguridad y calidez que les daba hallarse juntos y sanos.
Comenzó a notar el amor con el que sus hijos veían y necesitaban a ese hombre al que ella le guardaba tanto rencor. Entonces, comenzó a agradecer la vida de su esposo, y a mirar que él era importante, a pesar de que a ella le doliera tanto el trato que compartían.
Tú eres quien coloca la piedra en la que tropiezas ¿sabías?
Tu relación te duele, es verdad, pero no es solamente porque tu esposo se esmere en hacerte sufrir, es porque tú has contribuido a ello. Has permitido que tus juicios, heridas y el rencor por los desencuentros de tu vida marital, te hagan obviar lo que significa tu esposo y sus aportes a tu hogar y a tu familia.
Cuando tu panorama cambia, y una situación como la vivida por Ana te saca de la cotidianeidad, entonces tal vez puedas plantearte que -lejos de tus percepciones- tu esposo es grande, es valioso, es bueno y es capaz.
¡Qué duro es esto! Perdóname si no te endulzo la píldora. Es que ¿por qué creemos que nosotras determinamos el valor de alguien o la calidad de sus aportes solamente por “cómo esa persona nos trata”? ¿De cuándo a acá somos la medida del valor de otro?
Sucede que sí, nos duele, nos agota y nos abruma vivir una situación matrimonial doliente, pero ¿cómo pasamos de sufrir esto a -llenas de rencor- hacer que nuestro esposo viva esta misma situación terrible?
Puedes aliviar la presión
Cargas mucho más de lo que deberías. A ti te toca hacer lo tuyo, amar al máximo, entregarte “en la salud, en la enfermedad, en la riqueza, en la pobreza, cada día de tu vida“, como rezan los votos matrimoniales en algunos ritos.
Es cierto que entregarte por completo a alguien y sentir que caes en el vacío lastima, pero, ¿y si en realidad no caes en el vacío?, ¿y si es tu percepción herida?, ¿y si al final no caes tan duramente como creías?
El miedo a sufrir nos puede volver crueles y vengativas. Es además una carga gigante erigirnos como jueces de los demás, especialmente de alguien a quien juramos amar: el juicio deja escapar al amor.
Trabaja entonces con tus expectativas
Puedes serenarte de manera inmediata si trabajas en tus expectativas: la vida de tu esposo ya es tuya, te ha dado sus años de juventud, hijos, sus recursos y horas interminables de trabajo. No te da lo que esperas, cierto. Pero sí te da otras cosas, y muchas. Dedícate a observarlas, a contarlas y a valorarlas.
Y si no te las da, ni se interesa, ¡no te amargues! Recibe todo lo que sí te da (que seguro es mucho también). Recibe, y entrega amor. Deja de morder al otro porque te asusta que te muerda.
Pregúntate qué harías hoy si tú o tu cónyuge murieran. La radicalidad de la muerte nos da mucha perspectiva.
La vida que elegiste está ya frente a ti. Asúmela con entereza, y saca lo mejor de ella. No permitas que la incomprensión y las heridas te amarguen y te hagan lastimar mas a tu familia. Ten valor, puedes hacerlo mejor, tu familia lo vale.