Cásate con un hombre que limpie la cocina
Bastaron cuatro palabras lanzadas al aire como una protesta, para que mi esposo se hiciera eco de la situación. Y desde entonces, todo cambió.
Fernanda Gonzalez Casafús
Mi padre en el fregadero o limpiando los vidrios, como si una fuerza descomunal lo hubiera poseído, es uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia. Y no, no era que él hacía todo los quehaceres, pero sí hacía aquello que mi mamá odiaba hacer. Eran un gran equipo.
Bastaron cuatro palabras lanzadas al aire como una protesta, para que mi esposo se hiciera eco de la situación. “Odio lavar los platos”, le dije un día, cuando me preguntó por qué yo resoplaba tanto y me veía agobiada. Y fue entonces cuando comenzó una extensa charla que terminó siendo en una de las más bonitas y productivas de la relación.
El error más común
“Dime qué quieres que haga, y yo lo haré”, me dijo, “¿Cómo puedo ayudar?”, siguió. Su mirada sincera denotaba esas ganas de complacerme que aún lo caracteriza. Y me di cuenta del error más común que lleva a las parejas al fracaso: la mala calidad de la comunicación. ¿Cómo iba a captar él mi mensaje si yo nunca le había pedido que lo haga?.
Mis uñas se partían a cada momento a causa del detergente para lavar platos, y cada vez que quería pintarlas recordaba con anhelo mis bellas uñas de mis épocas de soltera. Pero en vez de decir algo, sólo me limitaba a refunfuñar. Hasta que me di cuenta -y recordé- que a los hombres les gustan las palabras directas y sin rodeos.
“Si tengo que pedirlo ya no lo quiero”, dice una popular frase. En verdad, creo que ésta no aplica a los hombres. A ellos hay que decirles las cosas, no se van con indirectas. Y por mi propia experiencia, no hay nada más saludable que decirles las cosas a un hombre sin vueltas.
Claro que sí, mi amor
“¿Lavarías los platos por mí?”, le dije una noche mientras colocaba jugo de limón en mis uñas, para nutrirlas. “Claro, a partir de ahora me encargo yo”, me dijo. Y eso no fue todo, pues también, luego de lavar los platos, deja la cocina impecable. Además, convinimos en una serie de tareas que él haría, y yo detesto hacer, como sacar la basura o barrer el piso y trapearlo por las mañanas, cuando nuestro perro ha dormido adentro.
El asunto de los platos fue un antes y un después en la relación. Comprendí que si él no lo hacía, era simplemente porque hasta el momento lo hacía yo; a duras penas y quejándome en silencio, pero lo hacía.
Y cuando varias veces se ofrecía a lavar los platos o hacer cualquiera de las actividades en las que yo ponía cara de agobio, yo decía “Deja, yo lo hago”, para que capte la indirecta. Pero su cerebro sólo captaba las literales palabras que yo había dicho. Mi estrategia (y la de muchas mujeres), no funcionaba con él. Y cuando la cambié, todo cambió.
Cásate con alguien que limpie la cocina
Hemos pasado, y seguimos pasado, ciertas tempestades que han atentado contra la relación. Quien diga que el matrimonio sea completamente placentero y que nunca ha tenido problemas, está viviendo un sueño.
El matrimonio es esa montaña rusa de emociones donde nunca sabes dónde vas a parar o cuándo va a sorprenderte un sacudón. El matrimonio permite reconvertirnos como personas, aceptando no sólo los errores del otro, sino los propios.
Por ello, cásate con alguien que limpie la cocina, o que haga aquello que tú detestas hacer. Pues tendrás por seguro que esa persona no sólo busca que seas feliz en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, sino que espera caminar contigo a la par, y nunca delante o detrás.
La clave para la colaboración
Es evidente que en las últimas décadas, el rol masculino en el hogar ha cambiado rotundamente. Cada vez más mujeres salen a trabajar, y cada vez más hombres comparten por igual las tareas domésticas.
Milenios y milenios donde el hombre salía a cazar y la mujer hacía tribu, criaba a los hijos, y organizaba el hogar. No es casualidad que aún muchos hombres se resisten a las tareas domésticas. Sin embargo, y gracias a que somos seres que evolucionamos, hombres y mujeres comparten cada vez más los quehaceres y colaboran entre sí.
La clave, como en casi todas las cuestiones de pareja, es la comunicación. ¿Cuántas veces has reclamado a tu esposo por las cosas que has hecho y él no ha notado, o por lo que haces sin recibir “ayuda”? Y de repente, tu esposo ensaya un improvisado argumento acerca de los motivos por los que no ha limpiado los pelos del perro en el piso, o por qué la toalla sigue tirada. Entonces la guerra empieza.
¿Y si repartimos las tareas?
En las parejas de antaño ésto no se veía. Pero ¡vamos!, que estamos en el siglo 21 y no querrás que tus hijos crezcan viendo cómo la madre friega mientras el padre ve televisión en el sillón.
Entonces, si estás en medio de una situación donde necesitas más que nunca un reparto equitativo de las tareas del hogar, el primer paso puede ser sentarse a conversar con tu esposo, exponiendo de forma directa la necesidad de delimitar las tareas de cada uno, para que el hogar marche sobre ruedas.
Arma una lista, donde se pongan de acuerdo qué tarea hará cada uno. Cúmplanla. Intenta resistir a la tentación de acomodar su ropa en el ropero y cortar el césped. Dale la oportunidad de que él vea el caos que se está apoderando del hogar, para que ponga manos a la obra.
Las palabras mágicas
Y cuando esto de la lista esté encaminado, y todo comience a fluir, usa las palabras mágicas siempre. “Por favor” y “gracias”. Cuenta hasta diez antes de enfurecer y reprocharle por qué no ha arreglado el caño de agua aún, o no ha comprado la comida del perro. Calma, respira, y mejor dile “¿Cómo ha quedado el caño de agua?”, “Qué marca de comida has comprado”. Si volteas y no lo ves, es porque salió corriendo a hacer lo que había olvidado.
Más allá del chiste, lo que quiero compartir contigo es que en una pareja no es cierto que debemos poner 50 y 50. En una pareja cada uno de sus miembros pone el 100%, tal cual sucede en cualquier sociedad. Y cuando a veces no puedas dar todo de ti, allí estará tu pareja para completarte.
Buscar la forma de solucionar éste y otro tipos de problemas en la pareja, tiene como base una comunicación fluida y sincera. Después de todo, el matrimonio es un gran trabajo en equipo.