Cómo alejar a tus hijos del síndrome de Caín
Esta cultura no promueve la urgencia de trascender, si no que hace acopio de quedarse atrapado en los instintos. Fomenta el respeto. Aleja a tus hijos del síndrome de Caín.
Marta Martínez Aguirre
La historia de Caín y Abel, en nuestros días
De repente, un fuerte olor a suciedad rancia inunda el pasillo del ómnibus. Más de una persona indignada lo mira con rabia, otras se deslizan rápidamente lejos de su presencia para no contaminarse con su olor nauseabundo. Exhala un tufo tan fuerte, que anuncia a metros de distancia que lleva mucho tiempo sin bañarse. Su pelo, otrora lacio, ahora es un amasijo de mugre y sangre entretejidas. Alcoholizado, se golpeó la cabeza y sangra profusamente.
“El Pulga” no es un décimo de la persona que era antes. Arropado en sus harapos, se acomoda en el asiento. La guarda se acerca gentilmente para decirle que en esas condiciones no puede viajar. Pero él se hace el que no escucha y saca de una de sus bolsas de nylon llenas de objetos y residuos de comida, un montón de monedas:
-Con esto pago mi boleto- le dice sin mirarla a los ojos.
Ella le explica que no se trata de dinero, sino de su herida y de su estado de ebriedad. Le dice que necesita asistencia. Cuando la emergencia móvil llega, él se resiste a descender del ómnibus y comienza a vociferar improperios al aire.
“El Pulga” ve por la ventana de la ambulancia a un niño de rizos castaños que le saluda con su mano, y le sonríe. Entonces se remonta a las afueras de Montevideo, cuando jugaba con su hermano a “las escondidas” entre los árboles del campo. Una vez fue parte de una familia, cuando él no era “El Pulga”, sino Gastón. Cuando no había alzado el cuchillo para matar a su hermano porque se negó a darle dinero para comprar otros gramos de droga.
La historia está llena de heridas como esta. Es un dolor que se hace llaga viva desde que la sangre de Abel impregnara las arenas calientes, por manos de su hermano Caín. Esta historia sigue vigente: una cultura humilla y somete a la otra porque pronuncia rezos distintos; los hinchas de un equipo de futbol disparan contra sus adversarios a la salida del estadio porque los dejaron fuera del campeonato; un esposo apuñala a la madre de sus hijos, porque no quiso someterse a su maltrato. Llámalo ola de violencia, pérdida de valores, incremento de las adicciones, maldad…
En realidad, nadie quiere asumir su propia vida y mucho menos que es guardián de su hermano.Esta cultura no promueve la urgencia de trascender, sino que hace acopio de quedarse atrapado en los instintos. Hay padres que amenazan a sus hijos si regresan del colegio sin haber devuelto el golpe recibido; hay amigas que aconsejan desagraviar el dolor de la infidelidad con la misma moneda; hay accidentes en la carretera porque los empresarios de las compañías de transportes escamotean el dinero para hacer las reparaciones de los neumáticos.
¿Cómo saber si tus hijos corren peligro de transformarse en otro Caín?
Analízate a ti misma
Comienza por analizar tu rol como vecina, amiga, esposa, creyente, madre, empleada o empresaria. Enseña a tus hijos a no desertar de la responsabilidad de velar por sus amigos, porque renunciar a ser hermanos de su prójimo es traicionar la moral y ensuciar el amor.
Fomenta el respeto
Eso significa que sus amigos son tan importantes como su ombligo; que las mujeres son vasos frágiles y no descartables; que los padres deben honrarse y nada tiene que ver con ponerlos en un hermoso hogar residencial cuando sean viejos, sino que implica amarlos y ser agradecidos a lo largo de la vida. Que un papel arrojado en la calle es parte de ser un buen ciudadano; que no estar de acuerdo con los gustos de otro no implica arrasar con su dignidad, mediante un golpe o una ofensa.
La ausencia de responsabilidad por el bien del otro es una metástasis en nuestros días, y está invadiendo todo el cuerpo social por donde lo mires. Esta sociedad no promueve equiparar al semejante a imagen de Dios.El maltrato, la violencia, la descalificación y el insulto son valores de este siglo, no promuevas que tus hijos los practiquen.