Confundir a Dios con el “genio de la lámpara”, un mal común

Dios no es el "genio de la lámpara". ¡Es mucho mejor! Confiemos en Su sabiduría.

Marilú Ochoa Méndez

Dios es todopoderoso. Lo leo en la Biblia, abrió el mar, avergonzó reyes y emperadores, hizo que un adolescente venciera a un gigante, sanó enfermos, resucitó muertos, entre otros muchos milagros patentes.  Pero le pido apoyo con esa situación que me abruma y me roba el sueño, y nada.

¿Por qué a veces Dios guarda silencio?, ¿por qué a veces parece que no escucha? Los grandes problemas de nuestro tiempo también nos hacen gritar desesperados: ¡Es que no nos ves cómo estamos!, y le reclamamos: “¡Haz algo!”

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No es un reclamo nuevo

En la historia de la salvación, desde los hebreos, han existido reclamos dolidos a nuestro Padre Dios: por el alimento (Num 11, 4-9), porque parece que olvida a Su pueblo, por sus duros designios.  Son reclamos fuera de lugar, que el Señor permite por una razón determinada: para mostrarnos Su genuino interés en nuestro bien mayor.  

En el Antiguo Testamento existen muchas citas que nos recuerdan que Dios nunca olvida a Su pueblo, y que aunque lo prueba, lo lleva en el corazón: “Él se acordó de nosotros en nuestras debilidades. Su fiel amor perdura para siempre” (Salmo 136).

La historia de la salvación es una historia en la que la única constante es la fidelidad de Dios a pesar de traiciones, reclamos, y continuos desaires: “¿has olvidado al Señor, tu Hacedor, que extendió los cielos y puso los cimientos de la tierra, para que estés temblando sin cesar todo el día ante la furia del opresor, mientras éste se prepara para destruir?” (Is 51, 12). Leemos también: “Por la misericordia de Yahvé no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lam 3: 22-23)

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Queremos un Dios “a modo”

En esta época, en el que estamos tan acostumbrados a la efectividad, a producir más con menos, a las inversiones seguras, nos confundimos mucho sobre Dios.  Pensamos que un intercambio justo es: “yo te doy mi oración, yo cumplo los mandamientos, y tú haces lo que te pido”.  Sin embargo, Dios nos muestra que no es así.

Muchas personas, al notar esta falta de respuesta controlada y a conveniencia por parte de Dios, desafortunadamente, pierden la fe.  Se alejan de este Dios que no desea ser su esclavo, y manifiesta su poder y majestad reservándose el cumplimiento de Su voluntad cuando, cómo y dónde Él lo desea. 

Es que ¿por qué Dios no es como el genio de la lámpara? ¡Frotar es sencillo! La serenidad de saber que ante una acción determinada contaremos con lo pedido, nos encanta, pero (afortunadamente) Dios no es manipulable, ni nuestro esclavo, ni nuestro personal concesor de deseos.

Mis caminos no son tus caminos

En Isaías leemos: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos (Isaías 55: 8).  ¡Porque Él sí sabe!. Él lo mira todo desde Su sabiduría, desde Su paz, desde Su amor incondicional, puro, que trasciende intereses humanos, conveniencias, pasiones insanas, rencores.  Y además, nos manifiesta Su devoción absoluta y desconcertante hacia las pequeñas y débiles creaturas que somos: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” (Jer 31, 3)

Es una combinación explosiva: conoce el pasado, el presente y el futuro, ya triunfó y venció al mal con la resurrección de Jesús, y nos ama inmensamente. 

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Amar no es concederlo todo

Aquí radica una de las grandes confusiones de muchos hombres hoy día.  Tú amas a tus hijos, ¿cierto? pero no a todo dices que sí.  Debes lidiar con su desconcierto, irritación o tristeza, pero no cedes, justo porque los amas.  Así es Dios.

Su propio Hijo, Jesús, murió en la cruz por ti y por mí. Muchos se descorazonan por esta situación: “mandó a la muerte a Su Hijo, ¿cómo podría confiar en él?”, preguntan.  Sin embargo, la pregunta está mal.  Debíamos cuestionarnos, llenos de admiración cómo de locamente nos aman Dios Padre y Dios Hijo, para crearnos, hacer el plan para nuestra salvación y mantener Su amor y promesas a pesar de lo malagradecidos y desleales que somos.

Nuestro camino: pedir sabiduría y soportarlo todo

Santiago el Menor, uno de los doce apóstoles, nos invita en su carta a considerarnos “afortunados cuando les (nos) toca soportar toda clase de pruebas. Esta puesta a prueba de la fe desarrolla la capacidad de soportar, y la capacidad de soportar debe llegar a ser perfecta, si queremos ser perfectos, completos, sin que nos falte nada” (San 1, 2-5).

¡Es tan fácil que se nos olvide que “la vida sobre la tierra es lucha”!.  Es que los cristianos, por la fe y la esperanza, podemos dar sentido a las situaciones más terribles, pero al final, es fácil añorar lo fácil.  Es una realidad que vivimos en el mundo, y nos atrae la posibilidad de una vida descomplicada y ligera.  

Los retos, las experiencias difíciles son nuestras maestras, las que nos quitan la soberbia, las que nos acercan a Dios.  Sin embargo, es muy difícil “valorar” estas complicaciones, porque duelen, porque a veces nos duele más lo que le pasa a un niño, a un desvalido, a un ser querido.  A pesar de ello, acordémonos que no somos de este mundo.

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Pidamos sabiduría

Santiago continúa en su carta, diciéndonos: “Si alguno de ustedes ve que le falta sabiduría, que se la pida a Dios, pues da con agrado a todos sin hacerse rogar. El se la dará“. (San 1, 7)

Dios no es el “genio de la lámpara”. ¡Es mucho mejor! Confiemos en Su sabiduría. Oremos mucho, para que abra nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón, para saber ver con sabiduría que lo que vivimos ahora que duele, desconcierta y agobia, no es un problema, sino una bendición.

Él desea convertirnos en vasijas perfectas, sin imperfecciones, que reciban Su gracia y Su amor, para llenarnos por completo en el Cielo, para que nuestra felicidad sea desbordante cuando nos toque encontrarnos con Él.

Que Dios nos ayude a mantener la esperanza, a renovar nuestra fe, y a amar a pesar de sufrir.  Nuestra recompensa será grande. 

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.