Corregir sin lastimar es posible (y necesario)

A veces, los padres, con base en nuestra experiencia, corregimos lastimando "por una buena causa". Urge aprender a corregir amorosa y sanamente.

Marilú Ochoa Méndez

Fui a un concierto con mi amiga, teníamos quince años, y era el primero al que asistíamos. Pero estábamos preocupadas, en vez de llegar a las once a nuestra casa, llegaríamos -si bien nos iba- a las 12:30 de la madrugada. No podíamos hacer nada, no había manera de comunicarnos con nuestros papás, así que decidimos disfrutar al máximo de ese momento de diversión.

A la mañana siguiente, platicamos en el colegio sobre la reacción de nuestros padres. Lo que ella me comentó, me dejó helada. La habían recibido con golpes. A sus quince años, el su papá se había puesto a darle nalgadas, y la había mandado a su habitación. No le había dado oportunidad de comentarle sobre las fallas de sonido, o sobre el retraso inexplicable de la banda para salir a cantar.

Ninguna de las dos habíamos bebido, ni tenido conductas inadecuadas, mis padres nos habían esperado afuera, y la habían dejado en la puerta de su casa lo más pronto posible. Con los ojos arrasados, pero haciéndose la fuerte me enseñó también un chocolate que su padre le había dado en la mañana, pidiéndole disculpa pero justificándose en que “si ella no lo hubiera asustado, él se habría controlado”.

Mi amiga me decía con voz sorda: “me puede dar los chocolates que quiera, pero lo que hizo ayer, no lo olvido”.

Tú, ¿cómo educas?

Muchos padres experimentamos la crianza de los hijos como una labor titánica. El mundo está lleno de retos que nos quitan el aire: problemas económicos, limitaciones personales, inseguridad social, crisis emocionales. Nunca como antes los padres de ahora sentimos que no pisamos sobre terreno firme, y dudamos sobre cómo educar, cómo reaccionar, cómo movilizar a nuestros hijos hacia lo bueno, lo verdadero, lo sano.

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A veces, cometemos el mismo error que el padre de mi amiga: les decimos a nuestros hijos que les pegamos, gritamos, maltratamos por “su culpa”, o “por su bien”. Nos duele, nos arrepentimos, pero -por tanta presión, tantas heridas o tanto estrés- no alcanzamos a ver que en sus ojos, existe un resentimiento grande, y un dolor inmenso. ¡No es para menos! Ellos reciben ataques y/o maltrato por parte de quienes deberíamos cuidarlos y amarlos incondicionalmente.

Si estás a la deriva, ¡necesitas un puerto seguro!

Nunca como ahora, nuestros pequeños experimentan ambientes desestructurados, donde la falta de límites, la vida laboral intensa y agitada de sus padres y el exceso de actividades de ocio, los invita a evadirse, a buscar distraerse por encima de todo, y dejan que se les vaya la vida, poco conscientes del gran tesoro que brinda aprovechar el momento presente para crecer, ser mejores, ser más felices.

Nuestros pequeños nos necesitan como puertos siempre abiertos y siempre receptores de sus necesidades, cariño y contención. Pero si de nosotros reciben regaños, irritación, golpes y maltrato, ¿realmente acudirán a nuestros brazos cuando enfrenten algún problema?

Para poder convertirnos en esos padres y educadores que tanta falta les hacen, es preciso comprender la esencia de nuestra labor, y entender que tiene eco en la eternidad.

Se nos entregaron almas puras, que beben de nuestros gestos, rasgos, costumbres y ejemplo. Siguen haciéndolo a cada momento, y tenemos la responsabilidad de tratarlas dignamente, y de animarlas a volar alto, gozarse con la belleza del desarrollo humano, moral y espiritual, que nos ayuda a comprender nuestro corazón sediento de lo trascendente, y a alimentarlo con ideales y amor. ¿No te hace temblar una responsabilidad tan grande?

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¿Qué buscamos al “corregir”?

Vale la pena, ya que vamos entrando en materia, reflexionar sobre el por qué de nuestros métodos correctivos. Continuamente, nos atrapamos en “te hago esto por tu bien”. Y pretendemos justificar revanchismo, pagar mal con mal, ponernos a su nivel, gritar cuando nos gritan.

Y después, cuando un amigo les ha quitado un muñeco, a veces lo minimizamos pidiéndoles “paciencia”, “comprender al otro”, “ser amables”, cuando la confianza que nos brinda que “son nuestros” hijos, nos hace hacer justo lo contrario: maltratar y reaccionar.

La violencia solo daña

En la página de Guardianes, un organismo para evitar la violencia y abuso hacia los niños, me encontré siete razones por las que el castigo y la violencia no educan ni corrigen. Te las comparto.

1 Genera resentimiento hacia el que me obliga o se impone

2 Es una reacción revanchista que se impone y bloquea un análisis padre-hijo sobre el acto y sus efectos o consecuencias en la vida

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3 Los niños pueden actuar “bien” pero solo para evitar el castigo, olvidando la búsqueda genuina de lo bueno, lo verdadero y lo bello

4 Lesiona los vínculos entre padres e hijos

5 Daña la autoestima, pues si es frecuente, hace creer a los hijos que no cumplen con nuestras expectativas

6 El miedo y el someterse a los padres, los hacen “depender” de cómo reaccionaremos, en vez de autodeterminarse

7 Se normaliza la violencia, y se justifica actuar violenta o duramente por una “buena” causa.

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¿Seguirás con un “remedio” dañino?

¡Qué diferencia si, ante un conflicto, te detienes antes de herir!

Educar con amor es posible, necesario y urgente. Muchos padres afirman que “a ellos los golpearon/lastimaron/regañaron, y son buenas personas”. Los psicólogos responden a eso con una afirmación tajante: si eres una persona de bien, es a pesar de eso, no por esa causa.

Pues, ¿tratarías así a un alumno? Y si lo harías, ¿lo harías frente a sus padres?. Si fueras tú ese pequeño, ¿te gustaría “sufrir” porque alguien desea tu bien? ¿Es tu pequeño en verdad “malo”?, ¿estás mirándolo con claridad? ¿tu “educación”, lo forma, o lo daña?

Conviene hacernos todas esas reflexiones, la salud mental, la autoestima y la vida de nuestros pequeños lo demanda.

Te sugerimos leer: ¿Tu hijo es “malo”?

Un recurso para educar amorosamente: te amo así

La investigadora, escritora, activista y consultora sobre los derechos de la infancia, L.R Knost, nos comparte un eje básico para lograr un cambio de eje en nuestra crianza: ser un espejo inspirador para nuestros hijos:

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En sus redes sociales, nos invita: “Tienes que ver la necesidad y el verdadero ser humano debajo de las palabras y debajo del comportamiento“. En muchas ocasiones, comenta: “nosotros damos a los eventos su significado, dependiendo de nuestras historias personales, temperamento, condición física y estado mental en el momento en que los experimentamos“.

Continúa sugiriendo que -ante un comportamiento inadecuado, erróneo o impropio-, mostremos a los pequeños, amorosamente, que los amamos, y que ellos pueden dar más, que pueden aprenderlo, que serán más felices con ese desarrollo emocional y personal. Afirma: “en las plantas, las raíces primero deben agarrarse para que comience el crecimiento y dar frutos se convierta en una posibilidad. Para los niños, su florecimiento se da cuando tienen primero un apego seguro, un apego que nutra el contacto y los anime desde el corazón, incondicionalmente“.

¿Iniciamos con esto?

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.