Cuando la sinceridad hiere a los demás, es mejor guardar silencio
Una verdad sin empatía puede lastimar demasiado. ¿Cómo medir las palabras cuando debemos decir la verdad?
Fernanda Gonzalez Casafús
No siempre decir la verdad es lo más adecuado. A veces, esa verdad puede lastimar a alguien que queremos, o cambiarle la vida para siempre. Decir una verdad que nos parece irrefutable puede empeorar las cosas, terminar con una amistad, o herir el corazón de quien más amamos.
La sinceridad es un valor que pocos tienen. Pero no siempre es necesario ser sincero. ¿Acaso le dices a tu hijo que eso no se parece a un perro sino a una vaca? Claro que no, no quieres herir sus sentimientos, ¿verdad?
Por ello, cuando nuestra sinceridad es capaz de bajar la autoestima de alguien, mejor es guardar silencio. Cuando nuestra opinión no vaya a construir sino a destruir, entonces hagamos silencio.
Verdades que matan
Rubén González es psicólogo y autor del artículo “El engaño y la mentira en los trastornos psicológicos y sus tratamientos”. El experto afirma que si bien decir la verdad ofrece mejoras significativas en la salud, las mentiras pueden tener sus beneficios cuando la persona intenta adaptarse a un ambiente hostil, o cuando quiere evitar algún castigo, disminuyendo de esta manera la tensión.
Pero aquí no nos centraremos necesariamente en aquellas verdades irrefutables, que necesitan ser dichas, sino en aquellas que nadie necesita oír y que nos empeñamos en manifestar.
“¿Has subido de peso, verdad?”
“¡Pero eso está horrible! Deja que lo hago yo”
“Me dijo que en verdad no tenía ganas de venir a tu fiesta, pero vino de compromiso”
“Él se la pasa mejor con su abuela, pero a ti también te quiere”
“No me ha gustado tu comida, la de mi madre es más deliciosa”
¿Es realmente necesario?
No, no lo es. Todas esas frases pueden ser perfectamente omitidas. Aunque a veces queramos ser sinceros, no tenemos idea de cómo nuestras palabras pueden herir a los demás. No se trata de mentir ni de decir algo contrario a lo que pensamos, sino de guardar silencio si lo que vamos a decir es ofensivo.
Jean-Jacques Rousseau decía que el hombre nace siendo bueno por naturaleza y que la sociedad lo corrompe. En este contexto entonces la mentira surge como un comportamiento adaptativo, que nos hace sobrevivir. Podemos agregar que la mentira relaja y libera la tensión del momento, pero que no debe ser el camino a elegir en nuestra conducta diaria.
Decir verdades que sumen, o callar
Las verdades sin empatía que lastiman al otro solo sirven para satisfacer nuestro ego. Tal vez pienses que ser siempre tan directo y sincero es una virtud de la que no puedes escapar. Pero ponte en lugar del otro, reflexiona por un momento. Claro que todos queremos oír la verdad, pero ten mucho cuidado en cómo la dices.
La sinceridad es buena cuando las consecuencias son positivas para uno y el entorno. Se trata de buscar el equilibrio en las palabras que manifestamos. No hay necesidad de demostrar que sabemos más, o que somos “tan sinceros” que no podemos callarnos nada.
A palabras necias, oídos sordos
Tal vez hayas estado del otro lado también. probablemente alguien alguna vez te haya dicho esa verdad que no querías escuchar. Según el contexto y la importancia vital de lo que se dice, esa verdad puede ser necesaria u omitida.
Cuando las personas dicen “sus verdades”, no siempre son las tuyas. Algunos pensarán que te están diciendo una verdad irrefutable, mientras que tan vez ella sea solo una apreciación personal. Y es entonces cuando es necesario saber discernir entre una verdad absoluta y una subjetiva.
Mientras tanto, a palabras necias deberíamos hacer oídos sordos. Es decir, ante aquellas personas que se obstinan en decirnos esas certezas que hieren, seremos nosotros quienes decidiremos si aceptamos o no esa aseveración.
Que tus palabras edifiquen
Elige siempre edificar con tus palabras, sin faltar a la verdad. Y si esa verdad no necesita ser oída y destruirá la autoestima de quien más quieres, mejor guarda silencio.
Elige siempre decir las cosas de manera dulce, compasiva y empática. Cuando una verdad sea necesaria, elige el camino menos doloroso para decirla. Y cuando esa verdad no construya, puedes callarla.
Busca el momento adecuado, el contexto y el lugar propicio para decir las cosas. No hace falta que digas una mentira piadosa cuando puedes decir una dulce verdad, siempre que ésta necesite ser escuchada.
A las palabras no se las lleva el viento, quedan grabadas por siempre en el corazón de quien las escucha. Por ello procura siempre dirigirte con respeto y con una honestidad cargada de amor y solidaridad. Y créeme, que recibirás lo mismo, siempre.