Cuatro lecciones de vida que aprendemos de nuestros hijos
Cuando nos convertimos en padres creemos que lo sabemos todo. Nuestros hijos nos enseñan que estamos equivocados.
Maia Fernandez
Cuando me convertí en madre, sentí que iniciaba una etapa de mucho aprendizaje. Siempre he considerado que la vida ee una escuela y he tratado, a cada momento, extraer una enseñanza de las cosas, tanto de lo bueno como de lo malo. Pero nada se compara a lo que he aprendido en este año y medio en que he tenido a mi hijita conmigo.
Una de las grandes bendiciones que he tenido en mi vida es poder dedicarme a lo que amo: enseñar música. Cuando estoy frente a los niños compartiendo, transmitiéndoles el conocimiento, cantando, divirtiéndome y jugando, el tiempo se detiene. Es un instante único en el cual me compenetro tanto con lo que estoy haciendo, que me olvido del mundo exterior.
A veces creemos, como padres o maestros, que tenemos las cosas claras a la hora de enseñar. Sobre todo cuando nuestra familia comienza, tenemos una serie de reglas, ideas, teorías de cómo queremos que sea la educación de nuestros hijos. Pero los hijos, desde el primer minuto, nos enseñan y nos hacen derribar esas teorías que creíamos tan ciertas. Por eso, no debemos descartar lo que dijo tan sabiamente el pedagogo brasilero Paulo Freire: quien enseña, al enseñar aprende y quien aprende, al aprender enseña. Y este juego de palabras es muy real. Siempre hay un intercambio, ya sea entre maestro y alumno, o bien, entre padre e hijo. Comparto aquí contigo cuatro cosas que he aprendido de los pequeños:
1. A maravillarme
La inocencia de los niños los lleva a maravillarse por el nacimiento de una flor, por un animal desconocido, una divertida melodía. Poder maravillarnos como adultos es estar siempre dispuesto a dejarnos sorprender, a vencer la monotonía de la vida acompañando a nuestros hijos en el descubrimiento del mundo: disfrutar y valorar cada instante. Piensa en cuántas veces vamos de visita a un lugar nuevo, con un bello paisaje y somos incapaces de conmovernos; quizás se deba a que nos falta el ejercicio diario de volver a maravillarnos con las pequeñas cosas.
2. A no darme por vencido fácilmente
Cuando el niño descubre el mundo, busca una y otra vez hasta resolver cómo funciona un juego, cómo atraer los objetos hacia sí mismo con la ayuda de herramientas o cómo alcanzar un tarro de galletas subiéndose a una silla. Constantemente están buscando resolver situaciones y, cuando quieren algo, no se dan por vencidos con facilidad. Esa insistencia, que a veces provoca que tengamos que pararlos cuando no entienden razones, utilizada correctamente nos lleva a ser personas llenas de empuje e iniciativa, que no se rinden ante los obstáculos que pone la vida.
3. A Jugar
Con los niños nos atrevemos a improvisar, inventar. Volvemos a ser los piratas, las hadas de los cuentos y a embarcarnos en aventuras maravillosas. Es una hermosa oportunidad de volver a cantar aquellas canciones que tanto nos gustaban de niños y descubrir nuevos repertorios musicales llenos de magia y alegría. Ser capaces de jugar, nos abre las puertas al mundo de la creatividad, ya que las actividades lúdicas nos permiten volar con la imaginación. Así, cuando nos encontremos con problemas o situaciones nuevas en nuestro diario vivir, nos permitiremos “jugar”, buscando nuevas soluciones o respuestas creativas.
4. A preguntarme cosas
Los niños realizan siempre preguntas que son muy profundas y trascendentales. Tengo una amiga que hizo un libro con todas las preguntas que les hacían sus hijos, y es un bello recuerdo para toda la vida. Si aprovechamos esas oportunidades, serán momentos de reflexión e inclusive de introspección, valiosísimos para toda la familia. ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué bostezamos? ¿Por qué se muere la gente, y adónde va cuando sucede? Las preguntas nos llevan a investigar y aprender sobre la naturaleza y nuestro planeta, el cuerpo humano, las diferentes sociedades y culturas que han existido. Esto puede ser algo fantástico cuando lo hacemos de la mano de los niños. Por otra parte, como adultos es esencial preguntarnos cosas: ¿Por qué actuamos como actuamos? ¿Qué queremos de nuestra vida? ¿Qué tipo de educación queremos darle a nuestros hijos?
Permitir que los niños nos enseñen es una maravillosa oportunidad de volver a la infancia: conectarnos con la magia, atrevernos a hacer lo que como adultos no nos está permitido (o, por lo menos, eso es lo que nosotros creemos). Ser como niños nos permitirá ser inquietos y no conformarnos con lo que vemos a simple vista, siendo capaces de preguntarnos para ver más allá de todo.
En ocasiones los niños nos hacen maravillarnos con sus ocurrencias y frases que a veces son muy poéticas. El escritor uruguayo Eduardo Galeano cuenta una historia en su libro “El libro de los días”: “El hijo del poeta y escritor Santiago Kovadloff le dijo a su padre al ver el mar por primera vez: ¡Ayúdame a mirar!”. ¡Qué hermosa frase pronunció el niño ante la grandeza del océano, ante tanta belleza que lo deslumbraba! Por cierto, el dúo Karma (un grupo de música cubana para niños), hizo esta bella canción al respecto.
Nunca dejemos de jugar, de preguntarnos cosas, de maravillarnos y de aprender. Esa es una de las claves para vivir una vida plena y feliz.