Dar amor sin mirar a quién: lección de los niños a los adultos
Si eres un adulto que añora su infancia y disfruta cada momento que pasa con sus hijos, te invito a ver el mundo a través de los ojos de los niños, quienes saben dan amor sin mirar a quién.
Erika Otero Romero
No hay mayor inocencia y pureza que la de un niño. Todo sería muy bonito si de adultos conserváramos la capacidad de ver el mundo y lo que nos rodea con los ojos de un pequeño. Esta es la condensación de una humanidad cada vez más sensible al dolor ajeno, “Y dijo: De cierto os digo, que si no os convirtiereis, y fuereis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mateo 18:3).
A veces no es fácil recordar cuando éramos niños, pero sí que nuestras preocupaciones eran mínimas, y aunque teníamos retos solíamos enfrentarlos y solucionarlos con una sabiduría que los adultos añoraban. Quizá las cosas hayan cambiado un poco, posiblemente porque el ambiente que en la actualidad rodea a los infantes está plagado de tecnología y violencia; y por los padres que, casi por obligación, deben trabajar más horas que las que pasan con sus hijos; eso ha hecho que el mundo en el que crecen los niños cambie de manera radical. No obstante, la inocencia y la bondad se niegan a abandonarnos.
Como padres, tíos y abuelos debemos esforzarnos por criar y educar niños que sean capaces de respetar, amar y ayudar a los demás; que dentro de los valores que se les inculquen en casa tengan la capacidad de SERVIR a los demás sin esperar nada a cambio, que hagan buenas obras por el placer de hacerlo. Que no solo se les eduque para servir sin embargo, sino para que disfruten de la vida, de su infancia. Jean-Jacques Rousseau dijo en su libro Emilio (o de la educación): “La razón impone que los niños, antes de crecer y madurar, puedan vivir con plenitud su propia infancia. Si, como quizá comience a suceder ahora, invertimos el orden, produciremos frutos precoces que no tendrán madurez ni gusto y que se pudrirán muy pronto”.
Cuánta razón tuvo Rousseau, porque si un niño no vive a plenitud su infancia, y como adultos los obligamos a vivir sin experimentar la dulzura de la inocencia y el amor, los estamos condenando a ser personas amargadas e insufribles que no solo serán infelices, sino que harán infelices a quienes los rodeen.
propone una filosofía de vida infantil que me gustaría hilvanar en los siguientes puntos:
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Los niños criados con amor están capacitados para dar amor y ser responsables en su adultez. Por esta razón las burlas y la discriminación a temprana edad marcan las vidas de los pequeños volviéndolos indiferentes al sufrimiento de sus iguales.
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Las discapacidades físicas o mentales que padezca un menor no deben ser objeto de etiqueta para distinguirlo de otro. Si caemos en el error de hacer este tipo de “etiquetamientos” estamos enseñando a los niños a que es correcto discriminar, e incluso a sentir lastima por quien no es igual a ellos.
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Fomentar el amor al prójimo y la amistad entre niños con capacidades especiales y niños “normales” debe empezar por casa y continuar en la escuela. Como padres o adultos responsables no podemos permitir que la educación en amor, valores y respeto dependa de uno de estos dos ámbitos, porque se trata de un tema mancomunado.
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Donde los adultos vemos diferencias los niños ven posibilidades. No pretendas jamás juzgar la manera en la que piensa un niño desde tu punto de vista. El niño no ve a una persona que vive en la calle como a alguien malo o que puede hacer daño. Como padre o madre, tío o familiar, somos responsables de proporcionarle al niño cuidado y respeto, edúcalo entonces para que cuide de sí mismo, siempre y cuando lo que le enseñes sea a amar y ayudar al prójimo y no a tener miedo de lo que no conoce y a aborrecer a quien no es igual a él.
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Un niño lastimado emocionalmente siempre puede recuperar la confianza en las personas a través de la ayuda propicia, mediante la única herramienta que ha ayudado a las civilizaciones a seguir adelante a pesar de la violencia, ese mecanismo forjador de los grandes corazones es: el amor, la caridad y el altruismo.
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Los niños son seres maravillosos, dispuestos a dar amor y a ayudar a quien lo necesite; son pequeñas baterías generadoras de actos de bondad, conscientes del mundo que los rodea, de la bondad y la maldad que les circunda; y aun así, pese a todo el dolor o maltrato que puedan vivir, están dispuestos a cambiar el mundo y a hacerlo un lugar mejor para vivir. Nuestra función como adultos es educarlos y orientarlos para que tengan el futuro que deseen; pero, sobre todo, debemos tener la mente abierta para aprender de ellos lo que hemos olvidado, a DAR AMOR SIN MIRAR A QUIÉN.