El cuarto rey mago

¿Conoces la historia del cuarto rey mago? Lee y comparte esta hermosa leyenda con tus hijos.

Amiel Cocco

Cuenta una leyenda que en realidad eran cuatro los reyes magos que emprendieron el largo viaje desde tierras orientales para poder adorar a Jesús, el niño rey. Oro, incienso, mirra y joyas preciosas eran los regalos que le llevaban.

El viaje, largo de por sí, y lleno de obstáculos y ladrones acechantes no fue fácil. Estos hombres sabios habían tomado muchas precauciones para mantenerse unidos y viajar juntos, pero en el camino pasaron una caravana que había sido presa de los ladrones, y uno de los reyes magos se quedó a ayudar a los necesitados que estaban allí. Así fue que Melchor, Gaspar y Baltasar presionados por la emoción de ver al Rey de Reyes y por no perder el rastro de la nueva estrella siguieron su camino separándose de su compañero.

El cuarto rey mago vendó las heridas lastimadas y encaminó la caravana hacia un pueblo cercano donde pagó, con parte de las joyas que llevaba para el bebé del pesebre, para que sus nuevos amigos tuvieran qué comer y vestir y pudieran seguir su camino a salvo.

Con el tiempo empleado en otros asuntos, este sabio rey perdió el rastro de la brillante estrella, pero no desistió de su búsqueda. Tenía un tesoro que entregar.

Años tardó en encontrarle. Cuando llegó a Belén, la Sagrada Familia había ya partido rumbo a Egipto, huyendo de Herodes. Él les siguió, pero en el camino encontró una viuda que extendió su débil mano pidiendo limosna para ella y para su bebé. El cuarto rey mago una vez más metió su mano en el pequeño cofre, y entregó a la mujer desvalida una preciosa joya que hubiera coronado la cabeza de su Señor Dios.

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Perdido y deambulando mientras buscaba a su Rey, el cuarto rey mago no tuvo amigos, pero visitó a los encarcelados trayendo las nuevas buenas de que un Salvador había nacido y que por medio de Él, podíamos todos arrepentirnos de nuestros pecados.

Treinta tres años duró su búsqueda, tres décadas en las que había gastado su fortuna, había perdido su reino y hasta había agotado las riquezas del cofre que llevaba para Jesús, el Cristo. Con sus manos vacías llegó para ver de lejos al Hombre cargando una cruz pesada de aguantar, corrió, y lloró, porque en lugar de sus joyas, una corona de espinas llevaba el humilde Hijo de Dios. No alcanzó a hablar con Él, porque el cielo se estremeció y ennegreció, y un gran temblor de tierra le sacudió haciéndole caer.

Con heridas graves el desgastado mago se arrastró hasta los pies de quien colgaba de una cruz y metiendo la mano a su alforja trató de sacar su tesoro, pero sus manos salieron vacías, nada tenía ya qué ofrecerle al Gran Rey, pero sus manos estiró mostrando sus antes delicadas palmas, ahora callosas. Encorvado quedó ante la cruz, cuando antes un reino se postraba ante sus pies. Sus fuerzas gastadas ya, en sus últimos suspiros le pareció escuchar:

Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste.

Preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz desde el cielo le dijo:

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“Todo lo que hiciste a mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste. Hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.”

¿Cuál piensas que es la moraleja de esta historia? ¿Qué tipo de regalo tienes tú para darle a Jesús en esta temporada? ¿Piensas que te dirá lo mismo cuando le vuelvas a ver?

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Amiel Cocco

Amiel tiene una licenciatura en Marketing y Comunicaciones de la Universidad Brigham Young