El placer de parecerme a mi mamá
Lo mejor que pudo heredarte tu madre, es su ejemplo.
Erika Patricia Otero
Para mí como para toda mujer que haya tenido una buena madre, la suya es la mejor del mundo; y a todas les concedo razón.
Yo admiro a mi madre; tuvo una vida tan compleja que de verdad no sé cómo hace para seguir en pie. Yo quizás no podría superar ni la mitad de las cosas que ella vivió.
Sin embargo, cuando hago memoria de las tantísimas cosas que vivimos, debo admitir que extraño a esa mujer fuerte. Por supuesto, los años cobran un precio en la salud, y es imposible no tener miedo de un día simplemente despertar y no tenerla más a mi lado.
Desde luego, también hay aspectos de mi mamá que de verdad no me gustan, y ella lo sabe. Por ejemplo, ella tiene un humor extraño que no termino de comprender, y eso genera muchas discusiones. Se empeña en que no puede aprender a -por ejemplo- poner una emisora diferente en el minicomponente; sin embargo, hace bellezas en crochet o macramé siguiendo patrones extraños que yo ni por asomo comprendo.
Otra de las cosas que le insisto bastante en que haga un esfuerzo por no quejarse tanto; incluso, por no preocuparse por cosas que están a semanas o meses de ocurrir, pero no cambia. La adoro, pero de verdad que sé que su vida sería mucho mejor si no llevara tanto estrés autoimpuesto encima.
A decir verdad, la amo con todos sus defectos y dificultades. Amo la capacidad que tiene para sentir compasión, para consolarnos en los momentos difíciles, para sacrificarse por nosotros aunque no haga falta y para esforzarse por el bienestar de su familia, a veces incluso más allá de sus fuerzas.
¿Te pareces a tu madre?
Cuando somos adolescentes lo que menos queremos es parecernos a nuestros padres. Esto se debe a que nos volvemos sus peores críticos. Vemos en cada pedido una imposición que no deseamos cumplir; también comenzamos a ver sus fallos, y ante estos no solo reaccionamos de forma exagerada, sino que los retamos como si supiéramos más que ellos.
Lo anterior nos ocurre a todos, y es normal hasta cierto punto. Pese a eso, cuando llega a nosotros la madurez, nos damos cuenta de cuánta razón tenían y que solo pretendían evitarnos dolores.
La realidad es que “somos hijos de nuestros padres”. Esto quiere decir que debido a su ejemplo y a ser criados por ellos, aprendemos sus valores y adoptamos muchas de sus conductas educativas. Estas terminamos aplicándolas con nuestros hijos.
Por supuesto, también aprendemos a saber cuales aplicar o no con nuestros hijos, y seguro que también hay vicios de crianza que no vas a repetir porque te hirieron. Pero sí, muy a pesar de nuestro adolescente interno, terminamos pareciéndonos a nuestra madre hasta en sus aspectos menos favorecedores.
Las similitudes trascienden a un nivel superior
En efecto, las similitudes no se quedan en lo que se aprende y aplica. Con el paso de los años nos damos cuenta que lo que asimilamos de nuestras madres va más allá de lo imaginable. Algunos aspectos pueden ser:
-La actitud ante la vida
-Gustos diversos
-Costumbres y tradiciones
-Aspecto físico
Y repito, cómo no terminar pareciendo a mamá cuando vives la mitad de tu vida con ella, cuando cuida a tus hijos, y a pesar de que ya seas adulta, también cuida de ti.
Digna hija de mi madre
Con esto solo voy a ponerte un ejemplo.
Justo ayer fuimos a un vivero. Las tres (mi madre, mi hermana y yo) adoramos las flores, así que fuimos a comprar algunas. Estábamos mirando y escogiendo entre tantas tan bonitas, cuando mi madre comenzó a rememorar cómo mi abuela adoraba y cuidaba sus plantas.
Ya en casa comenzamos a trasplantarlas, y recuerdo que dijo: “Venga mija, así no, hágalo de esta manera… sí, así”. Enseñanzas de mi madre. Honestamente, me conmovió mucho porque ya hace 22 años de la muerte de mi abuela y cada día encuentra una manera de aplicar y recordarla, a ella y la forma en la que ella hacía muchas cosas.
Ahora bien, si hablamos del parecido físico entre ella y yo no es mucho; la verdad es que tiendo a parecerme más a mi padre, pero en carácter sí que podemos ser un calco. Otra cosa en la que nos parecemos es en la forma de afrontar las dificultades y en el carácter fuerte y determinado; esos dos aspectos nos ayudan a afrontar los duros acontecimientos de la vida.
De mi madre también heredé mis canas prematuras, las tengo desde los 17 años y las llevo con mucho orgullo. La realidad es que me gusta parecerme a ella, es una forma de prolongar su existencia después que ella ya no esté acompañandome.
Feliz de ser hija de mi madre
Estoy segura que a ti te pasa como a mí, que estás feliz de ser parecida a tu mamá. Y es que este hecho debería ser llevado con orgullo porque tuviste el mejor ejemplo de vida, responsabilidad, coraje y valentía que una mujer pueda recibir.
Solo espero que si tienes hijas mujeres ellas en su tiempo también se sientan felices de haberte tenido en su vida, de parecerse a ti hasta en tus días más difíciles. En última instancia, de esos recuerdos y experiencias está hecha la vida.