El teatro del absurdo en la cocina
Entre los padres y los hijos adolescentes en el mundo, cada día se aglutinan millones de sillas vacías, que no hacen otra cosa que impedir que la comunicación fluya libremente.
Marta Martínez Aguirre
La primera vez que fui al teatro era tan pequeña, que iba tomada de la mano de mi padre. Recuerdo que fue una obra de marionetas para niños. Desde el momento en que el telón se elevó y se encendieron las luces, supe que el teatro iba a gustarme para siempre. Al cumplir los dieciocho años, quise por mí misma experimentar lo que significaba ser parte de un escenario y mi madre me pagó las primeras clases de teatro. Pude sentir el odio atravesar mis venas, la alegría estallar en mi corazón, la indiferencia atornillarse a mi alma, los celos desgarrarme la piel. Casi todas las emociones humanas salieron del papel para meterse en mi cuerpo y escenificar lo que cada autor teatral había escrito para su obra. Esa pasión por el teatro me mantuvo en un diálogo constante con mis padres. Una obra que nos apasionaba, y aún me apasiona, es “Las sillas”, del dramaturgo y escritor Eugène Ionesco, el padre del teatro de lo absurdo.
En el escenario te encuentras tan solo con dos actores y un montón de sillas vacías. Una noche, un anciano y su esposa invitan a cenar a varios personajes célebres, pero imaginarios. Ellos están aislados en una torre, en el interior de una isla. Como espectador, tienes que acostumbrarte al diálogo ficticio entre los ancianos y unas sillas vacías. En ese diálogo surgen las grandes interrogantes de todos los tiempos, al preguntarse qué han hecho con sus vidas y qué les queda por vivir. Un poco más tarde entra en escena el Orador, un extraño personaje en quien confiarán la tarea de comunicar un importante mensaje a la Humanidad. La función culmina de manera trágica (y absurda) con la caída de ambos ancianos por la ventana, y el descubrimiento de que el Orador es sordomudo, de quien no salen palabras sino sonidos guturales.
Las sillas vacías y la dificultad para comunicarnos
Como en esta obra de teatro, entre los padres y los hijos adolescentes cada día se aglutinan miles de sillas vacías, que no hacen otra cosa que impedir que la comunicación fluya libremente. ¿Cuántas veces a la semana te descubres queriendo decir “Hijo, ¡te amo tanto!”, y descubres que de tu boca salen saetas cargadas de acusaciones o sermones? Para lograr una comunicación sana, aférrate si es preciso, al absurdo:
Vence el desencanto y las relaciones virtuales
Invita a tu hijo a una salida al cine o una cena en su restaurante favorito. Deja notitas cariñosas en los bolsillos de sus jeans, envíale mensajes de texto con palabras positivas, aún cuando sus calificaciones sean un desastre. Dale un abrazo, date tiempo para hablarle, no dejes que el enojo le gane al amor. Deja que tu imaginación vuele y recupera la imagen de ese hijo que las discusiones han desdibujado, permite que él todavía sienta que es un hijo amado.
Recupera la fantasía
¿Recuerdas los proyectos que quedaron a mitad de camino? Piensa en ellos y pregúntate cómo pueden todavía cumplir alguno de ellos. ¿Recuerdas dónde dejaron aquella lista de metas, antes de entrar en la universidad? Ser compañeros en los sueños y fantasías es una de las maneras más vigorosas de conservar viva una relación, además de que nutre el diálogo constructivo entre padres e hijos.
Acepta la novedad
Tal vez estás convencida que él “no sabe nada” de cocina y no tiene derecho a criticarte. Quizás él crea que es imposible que aprendas algo de motocicletas o de fútbol. Y en base a esos prejuicios, viven discutiendo y amargándose el día. Quita las prohibiciones mentales que generan ausencias de dones y talentos: regálale un libro de cocina, tal vez te sorprendas con el resultado o empieza por interesarte en sus hobbies y deportes.
“Las sillas” de Ionesco, nos recuerdan que no hay nada más absurdo que querer decir “Te amo, hijo”, y terminar abrazada a una queja. No permitas que la mala comunicación imponga distancias y ausencias entre ustedes. Quita las sillas vacías del escenario de tu vida y ve al encuentro de ese hijo que tanto amas.