Ella estuvo a punto de perder su confianza en su madre. Ahora nos enseña cómo mantener la confianza en la vida.
La confianza es un sentimiento imprescindible que no puede escasear en los hogares. Y mientras exista estamos a salvo.
Marta Martínez Aguirre
La confianza cada día corre peligro de desaparecer. Está en peligro de extinción.
La cirugía inminente
Recuerdo aquella mañana como si fuera hoy: por la ventana entreabierta entraba un suave olor de jazmín, que se adhería al muro con total pasión en sus últimos intentos por llenar el aire de su aroma dulce y suave. Como una amiga cómplice que silencia una inocente diablura de niños, la bombonera repleta de caramelos caseros de miel y huaco, recién elaborados por mamá, anunciaba que el invierno estaba por entrar en nuestras vidas.
Yo, con mis pies descalzos y mi oso azul de peluche a cuestas, con esa revoltosa curiosidad de los cuatro años, mientras pellizcaba un trozo de galleta María, miré a mi madre y le pregunté sin reparo alguno, “¿Crees que va a dolerme la operación?”. En unos días me operarían de las amígdalas.
La cuchara de madera, el frasco de detergente, la gastada esponja, uno a uno resbalaron de las manos de mi madre a la pileta llena de agua, salpicando su rostro de espuma. Apoyé mi oso sobre la mesa, dispuesta a escuchar la respuesta de mi madre. Sabía que ella sin titubeos y sin demoras iba a resolver mis dudas existenciales.
Cuando llegó ese día, al salir de la anestesia lo primero que recibió mi madre fueron unos gritos afónicos, “Me mentiste, me dijiste que iban a darme helado y este médico lo único que hizo fue atarme las manos”. La confianza es algo tan frágil qué cuesta tan poco perderla y, sin embargo, cuesta tanto ganarla. Es ese aderezo que todo vínculo necesita para mantenerse a salvo. Es un acto desnudo de fe, donde depositas el monto total de tu vida y esperas que nadie te la robe.
Congruencia en nuestros actos y palabras
La historia de mi operación no terminó en desconfianza: una vez en la sala una enfermera me esperaba con una copa rebosante de helado de crema. Miré a mamá, ruborizada por la vergüenza, quien con ternura me acercó aquel helado que, unido a sus palabras suaves, para sorpresa mía, comenzaron a entibiar mi alma acongojada.
Desde pequeños dejamos posar nuestros ojos cual mariposas en los adultos y observamos en silencio la congruencia de sus actos y sus palabras. Desde allí atesoramos historias, frases, palabras sueltas, que serán los testigos que nos permitirán analizar si podemos depositar nuestra confianza en algo o en alguien.
El niño adquiere confianza con base en el cuidado, las caricias, las palabras, el abrigo, el consuelo, la esperanza y el alimento que se le da cotidianamente. Si por alguna causa recibe algo distinto a lo que se le prometió, comienza a instalarse en él la base de la desconfianza y se amotina en su alma la inseguridad.
En los adultos la base de la confianza se establece de un modo más complejo, porque todos, en alguna medida, hemos sido heridos, engañados, defraudados y abandonados, y arrastramos nuestro propio historial de decepciones.
La sociedad de hoy respalda la mentira, la incoherencia, la apariencia. De este modo se propicia una comunidad donde las relaciones humanas son insatisfactorias e inseguras. Cada día aumentan las consultas psicológicas por problemáticas herederas de la falta de confianza: celos, infidelidades, obsesiones, ataques de pánico, depresiones e inseguridad.
Transmitamos paz y seguridad a nuestros hijos
Déjame que te cuente que mientras saboreaba aquel helado mi madre me recordó que ella me había hablado del quirófano, de la anestesia, de los helados y de todo eso que implica una amigdalectomía. Seguramente el miedo, la ansiedad y la negación al dolor me hicieron tan solo recordar una parte de la conversación en la cocina, para dejarme solo el recuerdo de los helados. Desde entonces el diálogo con mi madre fue la mejor herramienta para sostener mi fe y en consecuencia mi confianza, y desde allí supe que confiar en alguien significa experimentar el amparo, alcanzar la paz y la antesala de la seguridad.
La confianza es un sentimiento imprescindible que no puede escasear en los hogares; es la teoría que germina en las mentes infantiles de que mientras exista estamos a salvo.