Ella salió a la calle a buscar lo que en su casa no tenía… y le sucedió esto
Ana vive dos vidas: la pública, en que es feliz madre de una niña muy activa y disfruta junto con su esposo, y la triste, en la que no soporta la vida que ha construido, y sufre tremendamente. ¡Y ya no quiere seguir así!
Marilú Ochoa Méndez
Una mujer desesperada y con el corazón roto y vacío, se dirigió a la ciudad. Estaba dispuesta a llenar su corazón con lo que fuera. Miraba en la calle a los hombres pasar y se preguntaba si -de tomarles la mano-, ellos harían revivir su corazón triste y adolorido.
La relación con su esposo era dura, irrespetuosa e hiriente, y ella quería salir de ahí. Entonces, escuchó que pasaría Jesús por su sendero, y corrió emocionada. ¡Al fin se desahogaría con Él sobre su vida miserable! Pensó muy bien qué quejas le daría de su marido, ¡su esposo sí que escucharía a Jesús! ¡tenía que hacerlo!. Entonces, Lo miró, ahí estaba, de espaldas, caminando gallardo con su túnica blanca y su cabello castaño al hombro. Corrió a alcanzarlo, y apresuradamente, lo tocó, para conseguir que volteara a mirarla. Entonces, apartó la vista horrorizada. ¡Había visto en el rostro de Jesús el mismo rostro de su marido!. No lo podía creer.
Esta historia, está narrada en una magistral y hermosa obra de teatro escrita por Karol Wojtyla, hoy San Juan Pablo II, denominada “El taller del orfebre”. ¿No es sorprendente lo que vive esta mujer? Ella deseaba salir de una vida lastimosa abrazándose a Jesús, y Él le mostró el rostro de su marido, como diciéndole: ámalo a él, que Yo estoy ahí.
¡Me duele!
Ana vive dos vidas:
la pública, en que es feliz madre de una niña muy activa y disfruta junto con su esposo, y la triste, en la que no soporta a su marido, y sufre tremendamente. ¡Y ya no quiere seguir así!.
Si a ella le comentas la historia que coloco arriba, seguro sentiría el mismo horror: ¿Jesús en el rostro y persona de mi marido?, ¿en verdad debo amarlo aunque me duela, aunque no quiera y aunque se me revuelva el estómago?.
¿Qué le dirías tú?
Muchos matrimonios tienen problemas
Existen problemáticas en muchos matrimonios por las que millones de parejas sufren en silencio: faltas pequeñas de comprensión y comunicación que van erosionando la relación de tal forma, que en cada interacción de los esposos salen chispas; terribles situaciones económicas, de salud o emocionales que destrozan el corazón de marido y mujer y les hacen difícil la convivencia. ¿Qué hacer?, ¿qué hacer cuando lo único que se desea es terminar con el sufrimiento sin importar más nada?
¿Sentimientos o razón?
Tu corazón sufre. Deseas salir, quitar la tapa de la olla de presión y dejar de una vez salir el aire comprimido, sin importarte de momento qué se destruya en el camino. En esta situación en que te encuentras, lo primero es sacar tu tristeza, tu agobio, tu frustración, tu dolor y tu rencor. Puede ayudarte escribir, escribir mucho. También, buscar una amiga, un pastor o sacerdote o algún terapeuta en quien puedas depositar lo que lastima tu corazón, que te ayuden a ver el desastre que tanto te lastima, con ojos nuevos, una vez que te liberes de la carga y el agobio que no te deja respirar.
Es importantísimo hacer esto, pues de otra manera, estarás dándoles a los sentimientos todo el peso en tus decisiones, y permitirás que tu dolor invada como ola furibunda con la vida de los tuyos. Procura tener calma, para que puedas dejar salir lo que tu conciencia e inteligencia te aportarán para delimitar tu problema y decidir lo que harás.
¿Puedo amar a quien me ha lastimado?
Definitivamente, si la relación que se ha construido en tu matrimonio los ha herido y separado, te rebelarás ante la idea de dar amor a quien sientes que solamente te ha lastimado, ¿cierto?
Teresa de Calcuta, la religiosa que dio amor y ternura a los más pobres entre los pobres en India, nos decía que “donde no hay amor, pongamos amor, y obtendremos amor”.
La difícil tarea de sobreponernos al dolor
El camino que verdaderamente liberará tu corazón oprimido y te ayudará a salir de esa espiral de dolor, es siempre soltar, perdonar y amar.
Es un camino complicado, pues implica quitar las defensas naturales y barreras que colocamos como armadura para -segun nosotras- evitar el dolor: ignorar, maltratar (para que vea lo que se siente), criticar duramente y evitar cualquier contacto no indispensable. Tú crees que estas actitudes te ayudan a protegerte, pero lo que hacen es ir colocando espinas a tu alrededor, que te van convirtiendo en un cactus, con conexiones delgadas y filosas que están listas para lastimar a quien se acerque demasiado, pero te hieren más a ti, pues te alejan de tu esencia y no resuelven el problema. Como bien dice un sacerdote conocido: el rencor y resentimiento son un veneno que te tomas tú, para que lastime y hiera a otros.
Ir quitando espinas es procurar comprender, soltar, mirarte a tí misma, observar tus fallas, abrirte a la posibilidad de que estés también lastimando y equivocándote. Y perdonar.
El perdón es un regalo para el otro, es verdad, pero es más una corona para tí, un descanso para tu alma, pues dejas en el pasado las heridas, y permites un nuevo comienzo, te devuelves tu lugar, te empoderas. Eliges ser quien eres independientemente de cómo te traten.
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¿Quieres amar?
¡Puedes! Procura hacerlo de la mano de Jesús. Él fue lastimado, ¿lo recuerdas?, y siempre perdonó. Perdonó y amó a Pedro que lo traicionó y dudó varias veces. Perdonó a Pablo, que incluso perseguía a sus fieles. Te perdona a ti. ¿Por qué no perdonar también nosotras?
Te liberarás enormemente, e iniciarás un camino ascendente que te hará desplegar tus alas de una manera hermosa, y sentir al fin tu corazón lleno de amor. ¿Te animas?
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