En las buenas y en las malas, ama a tu prójimo como a ti mismo
El segundo mandamiento más importante es : Amar al prójimo como a ti mismo. No lo olvides.
Erika Patricia Otero
Esta mañana, en uno de los canales pasaban una película cuyo nombre es “Lo imposible”. La primera vez que la vi, me conmovió mucho. Trata acerca de la situación de una familia Estadounidense que tras ir de vacaciones navideñas a Tailandia en 2004, fueron víctimas de Tsunami que sacudió esa zona del mundo.
Siempre que la veo genera en mí las mismas emociones: tristeza, angustia, compasión, alegría. Me la paso de una a otra como si fuera una especie de montaña rusa. Pero si hay algo que me impacta de la está película, no es la crudeza de las escenas, sino la enseñanza.
La madre, que pudo rescatar al mayor de sus hijos, pero aún no sabe el paradero de los dos más pequeños y de su esposo, pide a su hijo que haga algo por las personas que están en ese hospital. Ella está muy herida, pero le dice que hay personas por las que el niño puede hacer algo.
El chico entonces, comienza a correr por todo el hospital ayudando a que varias personas encuentren a sus familiares. Se preocupa y teme por su madre y por su familia desaparecida; pero aun así ayuda a las personas que está a su alcance.
Para mí, esto habla de amor al prójimo y sacrificio. De poner por encima de todas nuestras penas y dolor, a quienes están en necesidad. En realidad esto es amar al prójimo tanto como te amas a ti.
Las enseñanzas de la vida
Desde pequeños nos enseñan los mandamientos de la ley de Dios. Todo es tan muy teórico y tan poco práctico, que muchas personas llegan a veces a la vejez sin saber nada realmente.
Lo cierto es que muchos llegamos a la edad adulta viviendo casi que en modo automático. Experimentamos emociones y sentimientos que a muchos nos llevan a ser buenas personas, o eso creemos. Sin embargo, a veces no comprendemos todo el bien y el mal que uno solo de nosotros puede cometer en contra de otra persona sin darse cuenta.
Eventualmente, suceden cosas que hacen que “a las malas” aprendamos a ser capaces de hacer por los demás, cosas que solo haríamos por nosotros mismos.
Es complicado hacerlo porque casi que por naturaleza muchos buscan única y exclusivamente el bienestar propio. Lo valioso pasa cuando dejamos de pensar en nosotros y comenzamos a pensar en otros y sus necesidades, como en la película.
Eso es justamente amar al prójimo como a sí mismo.
Preguntas importantes
Te invito a hacerte algunas preguntas:
¿Qué quieres para ti?
Eso que quieres para ti, ¿lo deseas para los demás?
Estas 2 preguntas son claves ya que nunca queremos que nos pase nada malo. Deseamos tener éxito, no pasar hambre, tener un techo para nosotros y nuestra familia. Anhelamos tener salud, amor, ser prósperos y felices. Entonces ¿Por qué a veces cuesta tanto ayudar a alguien necesitado? Incluso ¿por qué es tan fácil odiar o envidiar a alguien en lugar de desearle bien?
Esto sucede cuando decimos que amamos a los demás, pero en realidad no sabemos hacerlo.
Amar al prójimo implica sentirse feliz de sus logros, dar una mano a quien lo necesita, librarse de la envidia, la crítica y la maldad. Pero para hacerlo debemos contar con mucho fuerza de voluntad y luchar contra nuestros propios demonios.
La pugna es dura, pero no imposible de ganar
Comienza cada mañana; piensa en cómo estará ese amigo que se divorció y estaba pasando por una terrible depresión. ¿Habrá mejorado su vida?, ¿Qué podrás hacer para ayudarle aunque sea un poco?
Tú estás bien, tienes a tu familia y salud, él no y tal vez puedas quizás escuchar sus problemas para que se desahogue. Esos pequeños pasos te ponen en el lugar del otro y te llevan a amarlo de formas que no imaginaste.
Así con cada persona que se cruce en tu camino. Ese menesteroso que parece tener hambre, esa persona sin hogar que no tiene un abrigo para cubrirse del frío, cualquier persona en el mundo, recibirá de buen agrado un poco de aprecio.
El amor y la piedad comienzan por casa
Por 7 años fuimos parte de una congregación religiosa cuyos principios son muy valiosos. Lo triste es que al parecer, las personas entre más años llevaban siendo miembros, menos han aprendido de lo enseñado. Esa fue una de las tantas razones por las cuales decidimos no regresar jamás.
Un domingo en la mañana tocaron a la puerta de nuestra casa. Al abrir la sorpresa fue mayúscula, era el hijo menor de unos miembros que llevaban cuestión de 30 años asistiendo a esa congregación.
Él estaba sucio de barro, en estado de total indigencia y con hambre. Se sentó al borde de la puerta y nos pidió algo para comer. Mi madre le sirvió algo de desayuno y le preguntó la razón de su estado. Sabíamos que él batallaba con una adicción, pero lo que nos contó nos partió el alma.
Llorando nos contó que un día su padre, -un anciano, casi venerado como santo en esa congregación- lo había echado de la casa, y por más que la mamá de él le rogó, no cambió de opinión.
La cruel realidad de hacernos conscientes de las nuestras fallas
Una tarde de esa misma semana, llegaron una miembros de la iglesia a visitarnos; una de ellas era cuñada del joven indigente. Tenían la intención de que regresáramos a la Iglesia, pero eso que habíamos visto el domingo había sido la confirmación de que no queríamos estar en un lugar donde “se predica, pero no práctica”.
Recuerdo que nos hablaban de los mandamientos y de los que estábamos violando por no regresar. Fue entonces cuando mi madre, cansada de tanta persistencia le dijo a la familiar de ese joven:
“El domingo estuvo acá Pablo (nombre ficticio) en un completo estado de indigencia. Dígame hermana una cosa: ¿Qué mandamiento están violando usted y su familia? Ustedes insisten en que nosotras regresemos y dicen que estamos condenadas; pero no caen en cuenta en lo que ustedes están fallando. Y no se olvide, el amor comienza por casa”.
La mujer guardó silencio, y luego de decir un par de cosas más, se fue para no regresar jamás.
Ella no era culpable directa de la situación de él. Pese a eso, ella pudo hacer algo para evitar que cayera aún más bajo de lo que estaba, pero optaron por ignorar y pasar de largo; eso no se hace, y menos con un familiar.
Aprender a amar al prójimo comienza desde muy pequeño y con el ejemplo de los padres. Pueda que eso no haga millonario a nadie, pero la satisfacción dejada por saber que se ha actuado bien, no tiene precio. Ese es le verdadero amor al prójimo y la mayor enseñanza de Jesucristo.