¿Enfrentas dificultades y sientes que Dios no te ayuda? Este texto es para ti
Dios sí te escucha, y sí te ayuda. Aprende a abrir tu corazón y recibir sus regalos que son siempre más grandes que tus problemas.
Marilú Ochoa Méndez
Cuenta la historia que un hombre muy devoto de Dios enfrentó una terrible inundación en su pueblo. Desde que vio entrar el agua a su hogar, comenzó a orar, pidiéndole a Dios que no lo abandonara. Como el agua no se detenía, decidió subir al techo, donde continuó rezando por la salvación de su vida.
Entretanto, escuchó una barca de salvamento, que se acercaba con chalecos salvavidas y que lo invitaba a acercarse para acudir a un refugio. El hombre, sin dudarlo, se negó. “Dios me salvará“, dijo un poco altanero. Los hombres, sin comprender, decidieron marchar a ayudar a otras personas.
Horas después, con las aguas aún embravecidas, el hombre miró que un helicóptero, lanzaba su escalera y en un altavoz le pedía subir para salvar su vida, pero en esta ocasión, también se negó. “¡Dios va a salvarme!” gritó a los rescatistas, que ante su negativa, también partieron.
Al cabo de medio día, el cuerpo del hombre fue arrastrado por la corriente, y llegó a las puertas del cielo. Estando ahí, al ver a Jesús, se le acercó resentido diciéndole: “¡Señor!, ¿por qué no viniste a salvarme?“. Jesús, sorprendido, le dijo: “Dos rescatistas envié para llevarte a un refugio, y a ambos los rechazaste”.
A veces, esperamos lo mismo que este hombre
Es normal que nos sintamos solos. Más, cuando atravesamos por problemas económicos, familiares, emocionales o de otra índole. También es normal que queramos que nos los quiten de encima. Entonces, podríamos decir a Dios: “¡ayúdame!, ¡sálvame!, ¡soluciónalo!”.
Si nuestra oración de súplica por salir adelante de los problemas es antes de dormir, solemos levantarnos por la mañana a mirar a ver si a nuestro esposo ya se le bajó el mal genio de forma milagrosa, o miramos la cartera a ver si han aparecido los millones que tanto necesitamos.
Al ver que no es así, podríamos experimentar la misma frustración que este hombre, y preguntar dolidos a Dios la razón por la que no nos ayuda.
Todas las respuestas están aquí
Dios siempre nos escucha y atiende. Mira lo que dice el libro del profeta Isaías: “porque yo, Yahvé, soy tu Dios, quien te sostiene con su mano derecha y te dice, ¡no temas!, Yo te ayudo” (Is, 41:13).
Seguro ahora te preguntarás, ¿cómo me ayuda?. Encontraremos las respuestas en la Biblia, que contiene la palabra viva de Dios que siempre nos habla si atendemos con atención y abrimos el corazón.
Hallarás consuelo en el arrepentimiento
En los Hechos de los Apóstoles, se narra un episodio muy bello, que nos ayudará a comprender qué pide Jesús para darnos consuelo. Cuando Pedro y Juan fueron al templo para la oración de la tarde, se encontraron a un mendigo que siempre pedía limosna en una de las muchas puertas del Templo de Salomón. El hombre les pidió ayuda, y Pedro pronunció unas palabras llenas de compasión:
“«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina».
Como el mendigo los seguía dando gritos de alegría, las personas que se encontraban en el templo se acercaron asombradas. Pedro entonces les dijo que no debían sorprenderse, pues habían visto a Jesús hacer lo mismo y aún más. Entonces, los amonestó diciéndoles que ellos habían elegido un delincuente, permitiendo que crucificaran al Mesías.
Después, les ofreció la misericordia de Dios, diciéndoles que entendía que lo habían hecho por ignorancia, indicándoles lo siguiente:
“Hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes“. (Act 3, 19:20).
¿Cómo es el consuelo de Cristo?
Permíteme darte otro ejemplo para aclarar este punto y reflexionar contigo sobre la manera en la que Jesús nos escucha y ayuda.
Seguro recordarás que al estar Jesús en Cafarnaúm, la gente empezó a reunirse a su alrededor. Unos hombres entonces, bajaron desde el techo a su amigo, un paralítico. Jesús, que siempre mostraba compasión para con los hombres que sufren, se asombró de su fe y le dijo “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
El hombre recibió consuelo, pero los incrédulos maestros de la ley se inquietaron preguntándole con qué poder hacía esto Jesús. Entonces, Él dijo:
“¿Qué es más fácil?, ¿decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” (Mc 2, 9:11).
Jesús sabía que era paralítico, pero antes perdonó sus pecados
Ser paralítico es un gran mal. Jesús, obviamente, miró el mal, pero decidió atender uno mas importante. Primero que nada, perdonó los pecados del hombre. Después, lo sanó también del cuerpo.
¿Tienes pecados?
Tienes problemas. Problemas que te agobian y te impiden avanzar. Problemas que te quitan el sueño por las noches. Te hacen estar de mal humor, te roban la salud y a veces hasta el aire.
Jesús ha estado siempre a tu lado. Y ha prometido siempre estar contigo, pero te invita a primero arrepentirte, y sanar tu corazón. Te invita a mirar con Sus ojos y ver que tus problemas son importantes, pero tal vez existan otros problemas que debes resolver primero, que debes dejar que Jesús sane primero, y estos están en tu corazón.
Sanar el alma sana también el cuerpo
En Isaías, capítulo 54, también se nos dice: “Yo asentaré tus muros sobre piedras preciosas, y serán tus cimientos de zafiro“. Así pues, depositar nuestros problemas, nuestro corazón en Jesús, cimentará nuestra vida, y nos dará una fuerza imponente que nos permita superar los obstáculos de la vida.
Crees que te inundas, que el agua en verdad te llega hasta el cuello. Toma el ayuda que te ofrece la barca de salvamento que es la Palabra de Dios, escucha el llamado insistente del helicóptero, que lanza su cuerda versículo tras versículo, pidiéndote que abras tu corazón al Señor.
Porque Él nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio” (Mt 11, 28:30)