Entiende y no alimentes las rabietas de tus hijos
Tratar las rabietas de nuestros hijos no siempre es fácil, porque ponen a prueba nuestra paciencia y nuestros recursos personales. La mejor forma de tratarlas es entenderlas, comprender que forman parte de su correcto desarrollo.
Sara Tarrés
Como madre de dos niños pequeños –uno de cinco y otro de dos años y medio– vivo en primera persona sus frustraciones y sus rabietas (pataletas, berrinches). Las del mayor parece que están ya en fase de remisión, aunque vuelven de vez en cuando y las del pequeño, justo empiezan a aflorar.
Para mí, al igual que para tantas otras madres y padres, no ha sido sencillo lidiar con las rabietas de mi hijo mayor. Durante poco más de un año han puesto a prueba todos mis recursos personales y profesionales. He necesitado cargar una y otra vez el saco de paciencia, y recordar, día tras día, que para él tampoco resultaba fácil. Así que madres, padres, sé por lo que están pasando y lo difíciles que son estas situaciones.
Sin duda hemos leído infinidad de manuales sobre paternidad o guías que nos hablan de las rabietas y de los dos primeros y terribles años. Todo en el papel parece fácil, pero llevarlo a la práctica no lo es tanto. Sí, los niños de los manuales no suelen parecerse a los niños de carne y hueso con los que vivimos y a los que tanto queremos; no es tan fácil como nos imaginamos y las rabietas de los hijos nos abruman y estresan. La teoría la sabemos, sí, pero nos falla la práctica, el tiempo y la paciencia.
Para poder sobrellevar las rabietas de nuestros pequeños lo primero es entenderlas, y de este modo evitar alimentarlas con nuestras acciones. Es importante destacar y entender que nuestros hijos no hacen una rabieta –al menos las primeras– para manipularnos o fastidiarnos. Sus rabietas iniciales son solo un modo de expresar y canalizar sus frustraciones por no poder hacer, decir o tener todo cuanto quieren o desean. Aunque está claro que no es lo mismo una rabieta de un niño de dos años que las de uno de cinco, hay que saber por qué se producen y qué las diluye. Es tarea nuestra, con el gota a gota de una educación basada en el cariño y el respeto, junto con su propio desarrollo cognitivo, lo que permitirá que poco a poco vayan aprendiendo otras formas de expresión y control de su enfado, a fin de que abandonen las rabietas, pataletas o berrinches y evolucionar hacia un enfado más controlado.
No hay que perder de vista que la educación de los hijos requiere de dos importantes ingredientes: paciencia y tiempo. Que a veces escasean porque habitualmente estamos cansados y siempre tenemos prisa. Debemos recordar, sin embargo, que educar a nuestros pequeños es un proyecto a largo plazo, y lo que hagamos hoy tendrá sus frutos mañana; el tiempo que les dediquemos ahora es una inversión para el futuro, la mejor de nuestras vidas.
Las rabietas de nuestros hijos forman parte de su desarrollo y son normales en niños de entre dos y cuatro años, aunque pueden extenderse hasta los seis. Se dan por muchos motivos, entre los que figuran el cansancio, el sueño, el hambre (necesidades básicas no cubiertas); la necesidad de atención, de cariño, de escucha, pero también, y sobre todo, la incapacidad de expresar verbalmente aquello que requieren. Por consiguiente, como padres debemos ser pacientes y entender que nuestros hijos son pequeños, que no pueden expresar sus deseos o sentimientos del mismo modo que nosotros, y que por estar en formación aún no disponen de las herramientas emocionales para controlar su frustración.
No alimentemos sus rabietas con gritos, o poniéndonos a su misma altura; entendámoslas para poder gestionar sus emociones tan a flor de piel. No alimentemos sus rabietas con la incomprensión, y ayudémoslos, en cambio, a calmarse, a pedir las cosas de otro modo. No alimentemos sus rabietas perdiendo los papeles, sino que busquemos el modo de controlarnos para dar un modelo correcto a seguir. No alimentemos sus rabietas cediendo siempre ante sus gritos.
Las rabietas se darán en cualquier momento o situación; en muchas ocasiones podremos anticiparlas y prevenirlas, en otras aparecerán sin previo aviso y tendremos que saber cómo manejarlas sin que esas miradas de reprobación (de la vecina del cuarto, de la cajera del súper o de nuestra propia madre) nos lleven a caer en la tentación de darle el dulce que nos pide o a comprarle ese juguete con el que se ha encaprichado para que deje de llorar o gritar.
Las rabietas son parte del desarrollo normal de nuestros hijos y… acabarán por desaparecer.