¿Estás creando una herida emocional en tus hijos?
En tu maternidad, ¿detectas reacciones automáticas, primarias y dañinas que surgen de tu interior casi sin darte cuenta? Son tus heridas emocionales
Marilú Ochoa Méndez
En mis casi quince años de mamá, he tratado con todas mis fuerzas sacar adelante mi labor con los menores daños posibles, pero he tenido comportamientos con mis hijos y esposo que no me enorgullecen.
Les he gritado, a veces les he hablado con dureza. Los he hecho sentir mal en muchas ocasiones. Los amo con todo mi corazón, pero a veces, no puedo evitar hacer eco de las palabras de San Pablo: “porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7, 19).
A veces, no puedo evitar desmoronarme, pues me equivoco mucho más de lo que me gustaría.
Hoy leo sobre las heridas de la infancia, sobre la repetición de patrones y sobre la crianza respetuosa y no dejo de pensar en las heridas con las que crecerán mis hijos, varias de ellas provocadas por mí.
¿Podemos evitar herir a los que amamos?
No siempre podemos evitar causar sufrimientos a los que amamos: a nuestro esposo e hijos, ni a nuestros padres, amigos y compañeros de trabajo. Podemos apreciarlos verdaderamente, pero a veces -queriendo o sin querer- dejaremos salir un poco de amargura o irritación.
¿Eso significa que deberemos recluirnos y evitar el contacto social? ¡No!, ¡perderíamos mucho! La solución sería ser conscientes de nuestras limitaciones y de los sentimientos de los demás, de manera que nos esforcemos en sanar las heridas provocadas con rapidez y dedicación.
Pero eso, nunca significará conformarnos
¿Debería tomar más a la ligera este tema? Una de mis hermanas, riéndose, afirma que ella hace su mejor esfuerzo y luego le pide a Dios que corrija sus renglones torcidos “al fin y al cabo, seguro ellos también necesitarán terapia eventualmente“, es una frase que nos hace reír y aligera nuestra autoexigencia.
Lo que me gusta de esta filosofía de vida es justamente que garantiza que la persona realiza su mayor esfuerzo. No se justifica en el “así soy”, ni “me educaron a golpes y no salí tan mal”.
Ella propone tomar conciencia y dar siempre lo mejor. Pero sin pretender abarcarlo todo, ni tampoco asumir que todo lo que ocurra a nuestros hijos depende al 100% de nosotras.
Lo siento, no eres tan impactante
La escritora, conferencista y pediatra estadounidense Meg Meeker, afirma que en su libro “1o hábitos de las madres felices” que es preciso soltar el control: “no tenemos el control último de ellos, ni siquiera sobre nuestras propias vidas“, afirma.
Sí, somos madres y esposas. Nuestra labor impacta profundamente en los nuestros, pero también los nuestros tienen libertad. Y no somos las únicas que influimos en ellos. Aprender a hacer lo que podamos con amor, y soltar lo que no podemos, prometiendo siempre dar nuestro máximo, puede serenarnos en gran medida.
No puedes hacerlo todo bien, pero sí tomar conciencia de lo que haces
Una maravillosa mujer y madre española, tiene como misión despertar a las madres para sanar su herida primaria. Se llama Yvonne Laborda, y en sus charlas, videos y publicaciones me ha regalado momentos de mucha luz para revisar mi historia personal y cuestionar aspectos de mi maternidad que no son sanos.
Hoy, quiero compartir contigo la riqueza que brinda la búsqueda de una maternidad sana. Una relación madre-hijos que aprenda a ver críticamente los patrones aprendidos para no repetir los aspectos negativos o dañinos.
Comencemos por el principio:
¿Qué es una “herida primaria”?
Este término se refiere a la herida que los padres o cuidadores presentamos, que duele tanto y está tan expuesta, que nos condiciona a la hora de maternar o mostrar afecto a nuestros más allegados. Es como dice una frase: “si no curas tus heridas, sangrarás sobre personas que jamás te hirieron“.
Todos tenemos heridas en el alma. Esto no tiene que ver con haber tenido padres buenos o malos, tiene que ver con la forma en que has asimilado tu infancia y los avatares que en ella has enfrentado.
A veces, dialogando con mis seis hermanos, me ha sorprendido ver cómo cada uno hemos asimilado de manera distinta nuestra vivencia en familia, así como los sucesos que a mí me habían afectado, a ellos no les hicieron ni cosquillas.
Por eso, la búsqueda de tus heridas internas es un proceso personal.
Atreverte a mirar dentro tuyo
Para comenzar, podrías pensar en el último problema que hayas tenido con tus hijos o esposo. Reflexiona sobre tu comportamiento, si detectas cables sueltos que se encienden fácilmente con comportamientos o situaciones precisas y desatan chispas, por ahí es.
No es sencillo entrar en este campo minado, pues es preciso conocernos más a fondo, y permitirnos mirar a esa niña herida que somos, de manera que le acojamos cálidamente y la ayudemos a sanar.
Sin embargo, esto te permitirá fluir mucho mejor como madre. Dejar de atorarte y darte de topes cada día, comprenderte, aceptarte, amarte y reconocer que no eres perfecta y no pasa nada.
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Lo liberador de reconocernos rotas
No tenemos que ser perfectas, solo tenemos que entregarnos amorosamente. Tal vez en tu mente tienes ideas preconcebidas de lo que una buena madre es: se levanta temprano y está siempre guapa, prepara postres de revista, tiene siempre las respuestas a los cuestionamientos de sus hijos… Si preguntaras a tus hijos qué necesitas tener para ser perfecta, seguro te dirían que ya lo eres.
Tus hijos necesitan tu mirada, ver reflejadas en ti sus ilusiones y añoranzas. Alguien que los acompañe por el camino de la vida ofreciéndoles su mano y su amor.
Dejemos ya de preocuparnos por todo lo que nos falta y asumamos las grandes riquezas que Dios nos ha dado, para que podamos asumir nuestro lugar: ser una presencia amorosa para los nuestros.